La Editorial de la Universidad Nacional de Rosario acaba de publicar Archivo Piazzolla, inmensa obra de Carlos Kuri que nos acerca un poco más al universo del genial músico marplatense.
Por Lautaro Kaller
La Editorial de la Universidad Nacional de Rosario acaba de publicar Archivo Piazzolla, inmensa obra de Carlos Kuri que nos acerca un poco más al universo del genial músico marplatense.
El libro consiste en un compendio del archivo periodístico-musical de Víctor Oliveros –amigo personal de Ástor– dispuesto con un sentido estético-cronológico y sometido a una meditada clasificación.
Archivo Piazzolla recorre la historia del músico a través de recortes periodísticos originales, tapas de discos, fotos personales y artísticas, programas de concierto, y parte del epistolario entre Piazzolla y Oliveros.
El material gráfico multiplica la potencia con los textos explicativos que Kuri enhebra con singular agudeza, y que dan como resultado un tejido documental de la obra del músico que nos ayuda a conocer nuevas y profundas aristas de su figura.
La trama
En el ordenamiento del material se ponen en dimensión ciertos acontecimientos de la historia de Piazzolla, marcando quiebres y rupturas que responden a tiempos y espacios específicos, y que fueron definiendo parte fundamental de su obra.
Lo que hace Kuri, en realidad, es continuar coherentemente el camino iniciado en su primer libro sobre el músico, Piazzolla, la música límite (Corregidor, 1992 –que ya va por la cuarta edición–). En Archivo Piazzolla se cierran líneas con justeza y se ofrece una cantidad extraordinaria de documentos (algunos de ellos hasta ahora desconocidos) que ilustran los momentos más representativos de la historia piazzolliana.
Por supuesto que el libro es tan potente y abarcativo que se detiene en cada uno de los pasos importantes que el músico ha tenido en su trayectoria, pero hay algunos de esos abordajes que destacan por su singular relevancia:
en primer término, la consideración del Octeto Buenos Aires en 1955 como el inicio del tango contemporáneo. Agrupación camarística conformada por maestros de la talla de Leopoldo Federico, Enrique Mario Francini, José Bragato o Atilio Stampone, el Octeto se apartó del modelo clásico de las orquestas típicas, imprimiéndoles a sus ejecuciones una excitación propia del jazz, que Ástor demandaba con frecuencia.
Para Kuri, este conjunto fue una especie de manifiesto de ruptura con el canon tanguero. El énfasis del Octeto por señalar la importancia del tango para escuchar y el corrimiento de la ubicación histórica del bailarín como protagonista, lo constituyen en una proclama artística que hasta tuvo su propia carta de presentación.
Sin embargo, su repertorio constituido por arreglos orquestales de grandes tangos ubicó a la revuelta en las mismas entrañas del género. Siempre haciendo pie allí, como con la convicción de que la riqueza del tango era la que podría brindarle la posibilidad de dar el salto.
“El Octeto es el punto exacto donde se inscribe el nacimiento del tango contemporáneo, punto de no retorno, inicio de la última mutación en el interior del tango. La ruptura del Octeto no se resume únicamente en la cantidad de elementos técnicos que coloca en la trama de sus arreglos; la politonalidad, la diversidad rítmica, las variaciones bandoneonísticas en quintillo y seisillo de fusas, ninguno de estos elementos posee el secreto que engendra una época; se trata aquí de la creación de una nueva estética que atraviesa al tango y comienza a transfigurarlo”.
Con motivo de esta clasificación, Kuri ya había acuñado el concepto de “música límite” (1992), con el que consiguió correr el eje en la bizantina disputa “popular o académico”, o en la felizmente oxidada de “tango o no tango”. Para el autor, la de Piazzolla es música de frontera entre lo popular y lo clásico. Y agregamos, no equidistante, porque advierte su nacimiento desde la temperatura del tango, y ese clima es el que irá penetrando su definición.
Otro de los momentos históricos en los que Kuri se detiene es la aparición del disco en el Philharmonic Hall de Nueva York.
“Probablemente sea este disco del Philharmonic Hall el que marca la consagración estética del Quinteto, también es el primero en el que presenta únicamente composiciones propias. El Quinteto es indudablemente la formación instrumental a través de la cual Piazzolla pudo construir lo determinante de su identidad estética”.
El material, editado en 1965 por el sello Polydor, resulta interesante además porque da cuenta del reconocimiento de la prensa mundial logrado en la gira, algo que a Piazzolla le interesaba sobremanera, en especia, después del áspero recibimiento que había tenido en su incursión por Estados Unidos a fines de los años cincuenta. Dicho interés se manifiesta en la contratapa del disco, donde aparecen palabras de críticos internacionales como Robert Shelton y John Hasking, y hasta de Lyndon Johnson, presidente de los Estados Unidos.
Al mismo tiempo, también resulta significativa la dedicatoria: “Dedico este disco a mis tres maestros: Alberto Ginastera, Nadia Boulanger y la ciudad de Buenos Aires”. En especial, esa tercera mención que parece hablar por sí sola, en un momento de disputa crecida por su música y sus declaraciones. “La ciudad de Buenos Aires” parece encerrar el tango, Troilo, De Caro, Vardaro, Gobbi, Pugliese y el universo de su juventud fructuosa e intensa.
Estética de la recepción
El libro también aborda con detenimiento su infancia en Nueva York, la etapa con Pichuco, la Orquesta del 46, Borges, la Operita María de Buenos Aires, el Noneto, la etapa italiana, el Teatro Colón, el Piazzolla eléctrico, Gerry Mulligan, Gary Burton, el Sexteto. Todo ello, atravesado por un elemento que oficia de eje y que es la recepción que han tenido Ástor y su música y el modo en que ha podido ir construyendo su propio público.
Sostenido en la estética de la recepción, en Archivo Piazzolla se piensan los textos y análisis como complemento del corpus musical, asignándole una función decisiva como parte del entramado creativo y de su difusión. Así, el libro da cuenta de la manera de escuchar, de transmitir y de resimbolizar toda su obra.
Esto toma aún más fuerza si pensamos que el momento de definición del universo Piazzolla coincide con un momento del tango en que los presupuestos objetivos no posibilitaban su normal funcionamiento. El tango –espacio natural en el que debía desarrollarse– ya no tenía funcionamiento autónomo, había que apuntalarlo desde donde se pudiese.
Y es allí donde aparece el otro elemento señalado, que tiene que ver con el modo en que Ástor tuvo que inventar su propia audiencia. Porque esa recepción de la que hablamos implica el modo de escucha así como la construcción del sujeto de esa recepción. De esta manera, Kuri da un paso más al agudo análisis que había comenzado en el capítulo “La mirada del otro”, de Piazzolla, la música límite, y avanza sobre la situación de conflicto en esa recepción y el papel que jugó la necesidad de crear su propio oyente. Y, además, la valoración de la potencia constructiva que tuvo Ástor. Potencia que obligó a crear a ese oyente como condición de su música, que requiere necesariamente de un trabajo del receptor.
En esa variante, Kuri se detiene en ese nuevo sujeto histórico haciendo hincapié nuevamente en Víctor Oliveros, a quien ubica como pieza fundamental en la trama de cimentación del fenómeno Piazzolla. Porque fue el gran amigo del marplatense y porque, quizás, fue el primero en ir construyendo su oído a fuerza de la música de Ástor. Y como recepción es transmitir lo que uno escucha, la figura de Víctor toma otra dimensión. Porque era condición inmanente de su personalidad la necesidad de compartir y hacer escuchar la música de su amigo. “Quiero hacerte escuchar esto”, era el compulsivo envite del Loco Oliveros en cualquier lugar y momento. Y lo curioso es que lo que generalmente hacía escuchar de Piazzolla era el latido tanguero que estaba en sus obras, aun en sus piezas más eruditas.
“Ástor le dedicó a Víctor Oliveros el tango Plus Ultra en 1958 –quizás por lo desmesurado de Víctor–, sin embargo la verdadera dedicatoria debería estar en el tango Los poseídos (…). Pero nunca se confundió en una mimesis de fans, siempre fue su otro oído, su alter escucha. Ástor le contaba de sus pasos musicales como tanteándolo en sus opiniones. (…)
Víctor es la encarnación del poseído, del poseído por un impulso, tal como indica la tradición semántica, por un espíritu demoníaco, un acceso místico, un estado emocional incoercible. Fue el primer producto de la sorpresa de lo nuevo que provocó la música de Ástor. (…) con Víctor lo que comienza es otra cosa, la práctica de ofrendar la felicidad que los acontecimientos musicales provocaban en él. (…) La ceremonia de transmisión visceral, íntima y grupal desplegada por Víctor alcanzó a otros fanáticos, engendró otros fanáticos, en un espectro de tangueros, de músicos, de periodistas, de coleccionistas que, con resquemor o adhesión, fueron afectados por una atención distinta y exigente sobre la música de Piazzolla”.
Archivo Piazzolla le aporta a la historiografía piazzolliana y tanguera una mirada holística y una cantidad de recursos de otras materias que ayudan –y mucho– a pensar el fenómeno tan complejo de la creación artística y la industria cultural.
Por otro parte, el libro es sumamente didáctico y con una estética visual cuidada. Es una edición de grandes dimensiones con un criterio preciso, de agradable y sustanciosa lectura. Como ha dicho el mismo Kuri: “El producto es un bello libro, enorme y, en ese sentido, antidigital; una reivindicación del placer del texto”.