(…) por razones que quizá no son tan agradables como podríamos creer, conocemos menos hoy el sentimiento de odio que en las épocas en que el hombre estaba más abierto a su destino. Lacan Seminario 1
(…) por razones que quizá no son tan agradables como podríamos creer, conocemos menos hoy el sentimiento de odio que en las épocas en que el hombre estaba más abierto a su destino. Lacan Seminario 1
El odio siempre nos sorprende. Quisiéramos creer que el amor y la amistad reinan en el mundo. Igualmente, quisiéramos creer que somos inmortales y que no hay diferencias entre los humanos. Invocar a La Humanidad, como un Todo, es una defensa contra el horror que evocan las diferencias y las desigualdades.
El odio siempre nos sorprende, incluso cuando descubrimos que anida en nuestro interior: cada vez que acusamos sin saber, cada vez que juzgamos sin escuchar, cada vez que condenamos a la medida de nuestro íntimo afecto, cada vez que desconocemos la Ley positiva que hace de contrato entre los seres vivientes. El odio siempre nos sorprende, porque su horizonte final es la destrucción completa del otro, del diferente, de quien osa pensar distinto.
El odio siempre nos sorprende, porque persigue a su víctima más allá de la muerte. No es suficiente que quiera del otro “su envilecimiento, su pérdida, su extravío, su delirio, su negación total, su subversión”. En Kant con Sade, Lacan evoca una dimensión del odio en la que la víctima es perseguida más allá de la destrucción de su propio cuerpo: continúa más allá de la muerte en la eternidad. Más allá de su existencia, apunta a su ser. Prueba de que el odio va más allá de la muerte es lo ocurrido con el cadáver de Evita. Con las manos de Perón. Si. El odio se dirige al ser y lo persigue hasta la eternidad.
"Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho". Estas palabras fueron la respuesta de Miguel de Unamuno al grito de Millán-Astray: "¡Viva la muerte!". El intercambio sucedió en España el 12 de octubre de 1936. Ya había comenzado la guerra civil española.
Al respecto, Lacan escribe en Funciones teóricas del psicoanálisis en la criminología: "(...) digamos que el muy bien advertible pedante deberá regresar de su error, cuando las palabras de "¡Viva la muerte!", proferidas por labios que no saben lo que dicen, le hagan comprender que la dialéctica circula ardiente en la carne con la sangre".
La necropolítica lógica que enaltece el exterminio, es más que el derecho a matar. Es también el derecho a exponer a poblaciones enteras a la muerte (a veces de hambre). Como política de la muerte y poder de la muerte vemos como, en nuestro mundo contemporáneo, las armas se despliegan con el objetivo de la destrucción máxima de personas y la creación de mundos de muerte, “formas únicas y nuevas de existencia social en las que numerosas poblaciones se ven sometidas a condiciones de existencia que les confieren el estatus de muertos-vivientes”.
Cuando la razón y el derecho ya no sirven para argumentar, cuando la democracia ya no es funcional a los privilegios de algunos, se recurre a la necropolítica y a la fuerza bruta, que a veces, y casi por azar, no impulsa la bala que hubiera causado que "la dialéctica" mostrara la sangre que están pidiendo.
Jacques Hassoun, en El objeto del odio, afirma: “Cualquier odio es odio de la diferencia: se encuentra siempre justificado en apariencia; hace un llamado a las categorías del sentido común y a una atemporalidad que sería cómica si no se nutriera de antiguos demonios”.
Pero aclaremos que, el odio, es un afecto que está presente en todo ser humano. Es más, como tal, es primario, ya que es el afecto primero que permite la diferenciación entre el Yo y el No-Yo. Al expulsar al objeto hostil, el Yo queda delimitado y comienza su proceso de conformación, alojando en sí aquellos objetos que producen placer. Es decir: lo primero que sentimos en nuestra conformación es el odio hacia aquello que nos duele, nos lastima, nos causa displacer. Luego viene la atracción, el alojamiento, el amor. Esto enseñan Sigmund Freud y la teoría psicoanalítica. Que el odio es un afecto universal, también lo enseña la Historia de la Humanidad. O sea: el odio existe. “Todos nos hemos encontrado con él, Tanto a la escala microscópica de los individuos como en el corazón de las colectividades gigantescas”, escribe André Glucksman en El discurso del odio (2005).
Aun así, tenemos que distinguir al odio, afecto presente en todo ser humano, de la pasión del odio. Cuando el odio inunda a todo el ser, cuando remite tanto a la execración como al acto de destrucción, cuando se convierte en odio puro, cuando es “el cumplimiento de una última fractura en la existencia del sujeto, capaz de ser literalmente un factor cancerígeno en el contexto de lo que funda la relación consigo mismo y con el otro”, asistimos a una faceta del odio que ya no es tan universal, sino que afecta al sujeto, o a los grupos, de un modo que lo deja fuera de cualquier fraternidad.
Podemos entonces situar distintos matices del odio, para signar al odio puro como aquel que intenta literalmente la eliminación del otro. De este modo, el odio tiende al “uno”: masa indiferenciada, raza pura, discurso único, rechazo de cualquier diferencia. Es por ello, que este odio, se plasma en los discursos de odio. Y tenemos a los “profetas” del odio construyendo discursos que tratan a personas o grupos como el blanco a eliminar. Lo ocurrido en el siglo pasado en Alemania es un buen ejemplo de ello. Recordemos que terminó en los mayores horrores. Pero también ocurrió en Hiroshima, con esa bomba que destruyó a miles de seres inocentes y al medio ambiente de un país entero.
Estamos describiendo el modo en que el odio destructivo, se plasma en discursos y luego en acciones constituyendo el dispositivo completo que termina con la “solución final”. Pero para ello, como todo dispositivo, debe producir subjetividades que alojen en su interior los efectos de esos discursos. Y estas subjetividades se eligen entre aquellas que están sufriendo la precarización de su existencia. Supervivientes de una economía que se concentra cada vez más en pocas manos y deja a millones en situaciones de extrema fragilidad y vulnerabilidad.
Un dispositivo es un conjunto lógico en el cual se inscriben las acciones y los efectos que la experiencia (en los dispositivos del odio la experiencia es del Mal) produce en los sujetos. La experiencia del Mal sucede cuando se destruyen hermanos, que presentan esta cualidad “terrible”: la de ser diferentes.
Por ello, los discursos de odio han sido definidos por las Naciones Unidas (ONU), organismo que, en 2021, emite una resolución para designar al 18 de junio como Día Nacional para contrarrestar discursos de odio. Del texto del mensaje que en 2022 se enviará al mundo desde la ONU, destacamos: “El discurso de odio incita a la violencia, menoscaba la diversidad y la cohesión social y pone en peligro los valores comunes y los principios que nos unen. Promueve el racismo, la xenofobia y la misoginia, deshumaniza a las personas y las comunidades y perjudica seriamente nuestros esfuerzos por promover la paz y la seguridad, los derechos humanos y el desarrollo sostenible. Las palabras pueden convertirse en armas y pueden causar daños físicos. La escalada que lleva del discurso de odio a la violencia desempeñó un papel importante en los crímenes más horribles y trágicos de la era moderna, desde el antisemitismo que impulsó el Holocausto hasta el genocidio cometido contra los tutsis en Rwanda en 1994”.
En nuestro país, en la Universidad Nacional de San Martín, desde el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA/Lectura Mundi) y el Grupo de Estudios Críticos sobre Ideología y Democracia (GECID-IIGG/UBA) , se realizó una investigación sobre Los discursos de odio en Argentina. Entre las primeras conclusiones del estudio, cuya lectura recomendamos, escriben: “ Cuando analizamos el mapa de los discursos de odio en la Argentina observamos valores altos y preocupantes en todo el país, con algunos matices en términos geográficos. Si nos detenemos en la totalidad del país, el resultado es el siguiente: el 26,2 por ciento de la ciudadanía “promovería o apoyaría discursos de odio”, el 17,0 por ciento permanecería “indiferente frente a los discursos de odio” y el 56,8 por ciento “criticaría o desaprobaría” los discursos de odio”.
Para finalizar, sostenemos que el odio existe, que hay matices y diferentes figuras del odio, que van desde el odio como afecto presente en todo ser humano, al odio puro, destructor y que busca la eliminación del otro. También sostenemos que existen los discursos de odio y que, en tanto, ejercen su función performativa sobre la subjetividad, llevando a acciones que pueden tener magnitudes insospechadas, ya que hemos hablado del Holocausto y de Hiroshima.
Resta que pensemos en los modos de contrarrestar estos letales efectos, sabiendo que sólo la mezcla de pulsiones sostiene los límites en cada una de ellas; y que hacer fraternidad es posible cuando esa hermandad se basa en la ética de las diferencias. La pluralidad de voces, de ideas, el debate que construye, los lazos que sostienen, la hospitalidad y amorosidad en las comunidades, son algunos de los antídotos al veneno del odio.
(*) Marité Colovini, es médica Psiquiatra. Practicante del psicoanálisis. Doctora en Psicología por la UNR. Directora de la Maestría en Psicopatología y Salud Mental de la UNR…
Recomendaciones de la autora:
Informe LEDA. Los discursos de odio en Argentina, (2021)
Achille Mbembe. Necropolítica, (2011). Melusina, España.
André Glucksman. El discurso del odio, (2005). Santillana Ediciones Generales, Madrid.
Jacques Hassoun. El oscuro objeto del odio, (1999). Catálogos, Buenos Aires.