—Bueno, yo empecé a trabajar para La Capital como redactor en Buenos
Aires. No era lo mejor, llamándome como me llamo (nota: el diario pertenecía a la familia Lagos),
porque mucho no te podían exigir. Después estuve como corresponsal en Brasil, y cuando volví en
1965 mi padre, Carlos Ovidio Lagos, me dijo: "mirá, para formarte en periodismo vas a tener que
hacer otra escuela". Como era amigo del editor, llegué a Primera Plana. Odiado por todos, como
recomendado, pero me gané el respeto con una nota que hice sobre una avalancha en Las Cuevas, en
agosto del 65. Yo me formé en Primera Plana. Después me fui a la revista Adán y, no sé por qué,
estando en Rosario, me dije: "me gustaría hacer una revista". Ahí salió el proyecto de hacer un
mensuario, porque un semanario no daba. Recuerdo que me prestaron el salón de directorio de La
Capital para la primera reunión, y ahí estaban el Negro Fontanarrosa, Pepe Ortuño, Carlitos Saldi,
a lo mejor (Jacinto) Cacho Moresco. Les conté la idea de hacer un semanario de acuerdo al formato
norteamericano, que era Time y Newsweek. Después se fueron incorporando otros, (Jorge) Peteco
Laborde intervino muchísimo.
—Fontanarrosa y Saldi fueron puntales. ¿Cómo los conociste?
—Alguien me habló de ellos, tal vez Peteco Laborde. Saldi era una batería
eléctrica: no paraba, era hiperkinético. Fontanarrosa apareció en aquella primera reunión y después
diagramamos el primer número en la mesa de comedor de mi casa. La revista arrancó y fue creciendo.
Boom era una palabra muy de moda en los años 60, por eso se le puso ese nombre. El Negro hacía las
tapas, Pepe Ortuño diagramaba y yo tuve que formar prácticamente a todos los redactores, porque
había que escribir de otra manera, al estilo semanario, digamos. Después se incorporaron Rodolfo
Vinacua —creo que lo trajo Ortuño, porque eran amigos— y Rafael Ielpi. Ellos eran muy
talentosos.
—No existían demasiados antecedentes en Rosario de una revista como la que
proponían.
—Sí, era raro. Primero, era otra Argentina. La Argentina de los años 60
era muy próspera, Rosario era una ciudad muy rica, con un enorme poder adquisitivo. Y culturalmente
la gente tenía otra formación, o por lo menos le interesaban otras cosas de las que interesan
ahora. Hoy sería inimaginable una revista con notas tan largas, en un cuerpo tan chiquito, con
tanta información.
—Y bien escritas, con un diseño atractivo y una fotografía notable.
—Además. Lo cual demuestra un gran interés por parte de los lectores en
Rosario de profundizar en las noticias y no de leer cosas superficiales, mal escritas, poco
investigadas. Había una formación académica, muy fuerte en todos, literaria, periodística,
histórica.
—¿Las notas de los redactores eran editadas? ¿Buscaban un tono uniforme en los
textos?
—Había gente que tenía redacción propia y gente que no la tenía, eran
informantes o colaboradores. Después estaban los columnistas, a quienes les respetábamos su
escritura. Los informantes traían datos, hacían una primera versión de la nota, pero después
reescribíamos todo, agregando cosas de nuestra cosecha. Con redacción propia trabajábamos, seguro,
Vinacua, Ielpi y yo. Había que reescribir, forzosamente, porque si no la revista no tenía unidad,
no tenía un estilo.
—El estilo de redacción estaba cargado de guiños y referencias culturales.
Se dirigían a un lector culto, o al menos muy informado.
—En definitiva era la moda de la época. Porque estaban Confirmado, Primera
Plana, que eran copias de Newsweek y Time. Los autores de este tipo de periodismo fueron los
norteamericanos. Boom iba a un segmento muy concreto, no era una revista popular ni pretendió
serlo; tampoco una revista literaria. Era una revista para gente con formación universitaria o
ejecutivos, que fue posible en una época culturalmente muy rica.
—¿Cómo fue la respuesta de los lectores?
—Con el primer número hicimos tanto bochinche que se vendieron miles de
ejemplares. Después la venta se estabilizó en cinco mil ejemplares, que para esa época era
mucho.
—¿Cómo se discutía el sumario de Boom?
—Nos reuníamos, ya cuando estaban Vinacua, Ielpi, y tirábamos ideas.
Finalmente yo decidía cuál iba a ser la nota de tapa y cuál iba a ser el sumario. Pero era un
proceso colectivo, donde todos opinaban sobre cómo encarar y producir las notas. Hicimos varios
viajes al exterior para cubrir notas. Yo aproveché una invitación de Alitalia para viajar a Europa
y hacer varias notas. Después lo mandamos a Ielpi a Bolivia. Y el último fue Vinacua, que viajó a
España para entrevistar a Perón.
—¿Cuál era el rol de Vinacua en la revista?
—Bueno, era el jefe de redacción. Era mayor que nosotros —teníamos
28, 30 años, él tendría 41, 42—, o sea que era un gran moderador, calmaba nuestros ímpetus
juveniles. Era un hombre tranquilo y muy inteligente. Fue una presencia muy valiosa.
—Es llamativa la cantidad de temas sobre Rosario que propuso Boom. Algunos obvios,
otros inesperados, pero todos, en general, poco tratados: los judíos, la noche, la homosexualidad,
entre otros. Podría hablarse de un descubrimiento periodístico de la ciudad.
—Claro, Boom era la revista de Rosario. Creo que lo decíamos. Mi idea fue
hacer un mensuario de Rosario, que tuviera cierta información de Buenos Aires, información
internacional, pero que tenía que reflejar lo que era esta ciudad, que en ese momento, repito, era
una ciudad muy rica. Salvo la página de internacionales y la sección de crítica de libros, la
revista era un estudio sobre la ciudad. Todas las notas eran sobre Rosario. Si vos querés conocer
la historia de la ciudad, la tenés en esta revista.
—Justamente, introdujeron temas en perspectiva histórica, por ejemplo la saga de la
mafia, que publicaron por entregas. ¿Cómo salió esa nota?
—Fue una idea mía, la tengo muy presente. La mafia era una historia
rosarina y hasta ese momento nadie la había escrito. Yo no la podía hacer, porque no la conocía
bien, y entonces la escribió Alfonso Coletti, que era el secretario de mi padre e integró el primer
staff. Alfonso Coletti era un periodista de raza, trabajó muchos años en La Capital y después con
mi padre. Hasta ese momento la mafia era una historia oral, y él, que sabía muchísimo de todo eso,
se documentó muy bien y pudo contar cómo había sido la historia de la mafia en Rosario.
—También es sorprendente el espacio que le daban a la crítica de libros.
—Sí, porque la gente leía mucho más que ahora. Además era el momento del
boom de la literatura latinoamericana, y de los escritores argentinos: escritores como Eduardo
Gudiño Kieffer, Manuel Puig, a quien Vinacua no quería (risas), vendían muchos ejemplares.
—El staff también incluyó a tu padre, como asesor de la dirección. ¿Intervenía en la
revista?
—No.
—¿No aparecía para decir "esta nota no puede salir" o al revés, "hay que publicar
esta nota"?
—No, no. Nunca fue a la redacción de Boom. Hubo varias redacciones: la
primera en Santa Fe y Dorrego, la segunda donde ahora está el consulado de España y la tercera por
Dorrego frente al parque Independencia. En general tocamos todos los temas. No teníamos miedo a
nada, no había temas prohibidos. Nos metíamos mucho con la Iglesia, porque era el momento de la
teología de la liberación y entonces había que criticar el establishment eclesiástico. Esa época
era contestataria. Había que demoler las estructuras, demoler el establishment. Había cierta
irreverencia, cierto desenfado en las cosas que se publicaban. Cuando la revista cumplió un año,
Lili Massaferro, que era nuestro representante en Buenos Aires, nos recomendó hacer mucho ruido
para imponer una imagen y que hubiera más publicidad. Entonces decidí hacer una fiesta. Conseguí
por canje un charter de Austral y Lili Massaferro, que conocía a todo el mundo, puso en el avión a
Mirtha Legrand, a Blackie, a Héctor Olivera. Y conseguimos escolta policial desde el aeropuerto
hasta el centro. Después hubo una fiesta en un boliche, Mongo Aurelio. La gente se volvía loca por
entrar. Y una comida en la Bolsa de Comercio. Todo por canje. Recuerdo que cuando la presentamos en
Buenos Aires, el Negro hizo un audiovisual extraordinario, con una agencia de publicidad. "Se dice
que Boom tira veinte mil ejemplares —anunciaba—: en realidad los tiramos al río"
(risas).
—¿Por qué dejó de salir Boom?
—Porque los periodistas escritores como yo nunca pueden ser buenos
administradores. En los dos últimos números la hicimos con distribución nacional, pero no funcionó.
Fueron los números en que salieron Gardel y Perón en la tapa. La de Gardel fue una de las grandes
tapas de Fontanarrosa: un Gardel pop, en un tacho de basura, con colores extraordinarios. La
revista gastaba mucho más de lo que ingresaba. De no haber sido así, de haber tenido un gran
administrador, no hubiera sido Boom, hubiera sido más bien una revista mediocre que no se hubiera
arriesgado a pagar nada. Pero los gastos eran muchos y llegó un momento en que la deuda fue muy
grande.
—¿Por qué es tan recordada la revista?
—Eso es lo que me llama la atención. Es increíble. Después del cierre yo
nunca más me acordé de Boom. Tengo la colección encuadernada porque me la hizo Peteco Laborde. De
golpe descubrí que ciertos rosarinos —no todos— habían hecho un gran culto de la
revista Boom. Supongo que porque estaba el Negro Fontanarrosa. Al principio me sorprendió, ahora lo
entiendo un poco más, porque me parece que fue un hito periodístico importante y creó un grupo de
gente en el que muchos se destacaron después. Para nosotros fue una escuela de periodismo.