Sanitarista y estratega, Hermes Binner fue ante todo un apasionado de la política. Que si bien en la gestión pública se podría creer que la abrazó con el debut de la gestión socialista en la Intendencia en 1989, en realidad ya la había empezado a desplegar silenciosamente unos años antes, como director del Hospital Centenario de Rosario. Ahí fue el inicio, mitad de los 80, cuando empezó a prestarse a los medios, cordial con los movileros en ocasión de algún evento en el nosocomio. Astuto, cordial, ya miraba al futuro que significaba todo un interrogante en aquellos primeros años de la democracia.
Su partido, el PSP se entusiasmaba en la militancia universitaria con el MNR ganando terreno y disputándole los centros de estudiantes a la Franja Morada, mientras cada actividad era aprobada por su líder y fundador, Guillermo Estévez Boero, que transitaba sus 55 años y ya había sido candidato a presidente en las elecciones de 1983 que consagraron a Raúl Alfonsín.
Héctor Cavallero, como concejal, era otra de las figuras. Había asumido en 1985 tras haber sido postulante a gobernador en el 83 cuando triunfó el justicialista José María Vernet, y sus primeros brillos no tardaron en aparecer como denunciante de algunos escándalos que salpicaron feo a concejales peronistas (casos Fibraca y Circo Vostok), algunos de los cuales terminaron presos. Aquel despliegue fue la base, la argamasa, para la gran oportunidad que sobrevino en 1989 con la renuncia de Horacio Usandizaga en la Intendencia rosarina porque el peronista Carlos Menem había ganado en la Nación.
El partido casi parroquial al que le costaba extenderse más allá de Santa Fe no falló, ganó cuando tenía que ganar. Con la UCR en declive y el PJ con un candidato falto de carisma (Alberto Joaquín), Cavallero y el PSP ganaron la Intendencia en 1989. Hermes Binner fue designado secretario de Salud Pública a partir del 10 de diciembre de ese año. Partido de médicos y bioquímicos, el nuevo gabinete municipal definió una gestión que privilegie la salud y bajo ese horizonte se forjó el sello distintivo del socialismo en la Intendencia rosarina.
Binner se lucía con las obras en los hospitales. Frente a su entusiasmo y proyección, Cavallero, alguna vez que estuvo sin buen humor, supo bramar: “No hay presupuesto que le alcance, no hace más que pedirme partidas”. Fue una expresión de entrecasa, que este cronista una vez escuchó.
Todo lo que vino después está mas vivo en los archivos de los medios y el recuerdo de la gente. El ascenso de Binner, su elección triunfante como concejal en 1993, la escisión socialista que terminó con la expulsión o partida de Cavallero en 1994 y el triunfo de Binner en la Intendencia en 1995 y su reelección apabullante con el 56 por ciento de los votos en 1999.
Los premios que le dio la gente con el voto, tanto en los 90 como en los eventos que sobrevinieron en los 2000 (su consagración como gobernador en 2007) fueron para un militante que funcionaba en modo política las 24 horas del día. No hacía otra cosa que pensar en política. Lo hizo durante 30 años. Cada día, desde que se calzaba los zapatos. Binner tuvo otro valor: tomó riesgos. En momentos en que los líderes definen decisiones en base a encuestas y estado de la opinión pública, él impulsó obras arriesgadas. Por ejemplo, el desmantelamiento de la zona portuaria donde hoy se levanta Puerto Norte y que implicó una lucha contra las cerealeras. En más discutible decisión (la historia dirá si fue acertada o no), también mandó a derrumbar la histórica casa parroquial para que por allí pase el Pasaje Juramento, al lado del Palacio Municipal. También decretó el fin del zoológico del parque Independencia para diseñar la Granja de la Infancia.
Meditado o no por él, su gabinete y la plana del Partido Socialista, aquella gestión que se había forjado con el signo de la salud pública, tomó durante su mandato otro horizonte que anexó mayores simpatías de clase media y clase pobre: los parques y las plazas ( años en que se cortaban las cintas del Jardín de los Niños).
Un gabinete que estaba vivo supo aprovechar una política del menemismo (la cesión a los municipios de los terrenos ferroviarios) y transformar hectáreas de matorrales, hierros y durmientes en césped para que se estire la gente. Encima en terrenos, en algunos casos, que dan a la barranca del Paraná. Hay que ser justos aquí y mencionar que Cavallero ya había mandado derrumbar los galpones que corrían en la zona de Italia y Weelright. De la mano de este nuevo rediseño geográfico, llegaron el Alto Rosario y otras atracciones. Y más adelante la avenida de las Tres Vías. Rosario ya no estuvo de espaldas al río.
Cuando las dotes de algunos políticos no les permiten caminar y mascar chicle al mismo tiempo, Binner siempre asumió la gestión y cada corte de cinta como un mojón para un propósito superador, un desafío mayor en el horizonte, un camino al más allá. Cuando fue secretario quiso ser intendente, cuando le tocó ser intendente deseó ser gobernador, cuando fue gobernador soñó con transformarse en figura nacional.
El empeño y el trabajo que puso para ser gobernador sólo sus íntimos podrían relatarlos. La provincia dominada por el peronismo necesitaba de una oposición que junte a todo el resto, interpretó desde 1999. Y en ese propósito se puso, soportando reuniones insoportables con radicales, demócratas progresistas y otros, para forjar ese fin. Lo logró en 2003 pero no se le dio en la compulsa: el peronismo de Reutemann y Obeid todavía estaba robusto. Siguió en el mismo objetivo (ya era diputado nacional) pero machacó más: “24 años de peronismo + corrupción + ley de lemas”. Simple como deben ser los eslóganes, entendibles para la gente. La fórmula no falló. El peronismo, que ya no era tan robusto, capituló frente a él en 2007.
Se fue un político impar.