Hasta que apareció el candidato Sergio Massa, con el rasgo de audacia y determinación que siempre caracterizaron al peronismo, esa fuerza política tenía sólo para mostrar la fallida trayectoria de Alberto Fernández: un inesperado conductor transitorio del movimiento nacional que lo llevo a una encerrona que parecía definitiva y sin salida. Las varias plagas que afectaron estos cuatros años (pandemia, sequía histórica y el jaque mate de una deuda impagable con el FMI) y una gestión que acertó para proteger los estragos del Covid, pero que a la vez fue débil y dubitativa, rifó reservas, agigantó la inflación, la distribución regresiva y llevó la pobreza a 40 puntos porcentuales, terminaron por derrumbar el sistema de representación política laboriosamente reconstruido por el kirchnerismo hasta 2015. Luego del estallido devastador y con 35 muertos de 2001, tras la farsa neoliberal conservadora de la convertibilidad de la década del 90.
El peronismo, ahora Unión por la Patria (UP), tuvo sus dos mejores semanas de todo el ciclo iniciado en 2019. Mostró personalidad y, para aliviar el daño devaluatorio, jugó fuerte al menos con tres medidas económicas de altísimo impacto en millones de argentinos (devolución del IVA, derogación de 4ª categoría de Ganancias y sumas fijas para trabajadores informales). Massa ahora sí garantiza la unidad de todas las expresiones políticas del movimiento nacional, erige su liderazgo y ya nadie lo cuestiona puertas adentro.
Sin embargo, lo que se rompió en la Argentina con la irrupción del voto blanco anulado, del ausentismo y en las Paso masivamente en el voto a Javier Milei, es el sistema de representación política que dominaron los dos frentes durante las últimas dos décadas.
Que el peronismo se ordene, tenga un liderazgo consistente con apoyo explícito, pero no asfixiante, de Cristina Kirchner, con Massa proactivo (con Fernández desplazado de la escena) y la unidad amplia garantizada, sin embargo, no asegura que el sistema de representación electoral de PJ se vuelva a reconstruir. Tal vez parcialmente, o tal vez lo que se vino rompiendo en los últimos ocho años no se arregla más. ¿Los desilusionados no vuelven más?
Los dos éxitos resonantes que tuvieron Massa (Frente de Todos y ahora Unión por La Patria) en ambas Cámaras del Congreso, sucesivamente en las últimas dos semanas, consiguiendo aprobar las reformas económicas, así como la resonante ruptura del bloqueo opositor al tratamiento y aprobación de pliego de jueces federales en el Senado, terminan por configurar que hay otro momento político en la Argentina.
¿Por qué los senadores (Guillermo Snopek y otros tres de origen peronista) que se alejaron del gobierno en el verano pasado, fracturaron el bloque oficialista y lo dejaron si quórum, ahora volvieron, dieron quórum e, incluso, votaron favorablemente el incómodo pliego de la jueza Ana María Figueroa?
En todos los ámbitos legislativos, al menos de la Argentina, siempre hay un sector fluctuante, o que directamente practica el transfuguismo político, según se lo que quiera catalogar. Snopek y su bandita, como sabuesos entrenados para olfatear para dónde el va el poder, son el ejemplo más neto de esa situación. No es que el peronismo en desgracia ahora se convirtió en potencia imparable y que garantiza un triunfo seguro. Mas bien, lo que sí ven Snopek y todos los sabuesos clarividentes que buscan anticipar el futuro, luego de las Paso, es que la alianza de centroderecha entre el PRO y la UCR luce como una causa perdida. No es por ahí. Y si noviembre es entre Milei y Massa, con el tigrense abriéndose desde ya a una alianza pluripartidaria, multiideológica, ¿de qué lado van a estar los profesionales de la rosca y la representación política tradicional? La respuesta está cantada.
En un sprint notable, con típica astucia peronista, Massa combinó el Palacio con dos éxitos notorios que profundizaron la crisis y divisiones en el frente político más perjudicado luego de las Paso, JxC, y la calle, con un prolijo y masivo acto en el que la llamada aristocracia obrera (altos salarios) fue a celebrar y agradecer una decisión económica (Ganancias) con alta gravitación política y simbólica.
En el oficialismo se ilusionan que, así como en 2015 Mauricio Macri consiguió (con su promesa incumplida de eliminar ese tributo) seducir a muchos trabajadores “aspiracionales”, que aun con ingresos medios o bajos y no perteneciendo a la aristocracia obrera (hoy con sueldos superiores a los 700 mil pesos), terminaron votando contra “el impuesto a las ganancias de Cristina”, por entonces.
Se sabe, el voto surge de una compleja combinación de factores, donde pesa la platita cantante y sonante, también lo aspiracional y lo emocional y, desde ya, las cualidades del candidato.
En el show del debate televiso entre candidatos a presidente, seguramente seguido por millones, más como un entretenimiento que como una herramienta válida para decidir o cambiar el voto, Massa tendrá la oportunidad de confirmar si consiguió o no posicionar al peronismo como aspirante competitivo para noviembre. Una hipótesis que había quedado descartada con Fernández al frente de la estrategia oficialista.
Si Massa está logrando o no convertirse en una promesa de cambio para un nuevo gobierno, tomando medidas audaces y eficaces desde un gobierno fallido que invisibilizó a su presidente, es una pregunta que tendrá respuesta el 22 de octubre. Con más deseo que análisis de la realidad, para muchos opositores el peronismo kirchnerista, desde hace años, se está muriendo. ¿Podrá Massa, en este sexto período presidencial que se iniciará en diciembre (luego de la crisis de 2001), dejarlo otra vez vivo?