Al mismo tiempo, es un mandatario con un poder institucional famélico, que traza una brecha gigantesca entre un programa revolucionario y medios que apenas alcanzan para administrar lo existente.
El presidente podrá convencerse de que está llevando adelante lo que prescriben los libros de economía, pero en el campo de la política los manuales sugerían ampliar la base de sustentación política del gobierno. Más aún, cuando dirigentes del PRO, el radicalismo, el variopinto bloque de Hacemos, provincialismos varios y más de un peronista estaban dispuestos a cooperar con él.
La historia es conocida. Milei terminó el período de sesiones extraordinarias igual que como las empezó. Incluso peor: con 38 diputados y siete senadores, sin ninguna ley aprobada y con la confianza prematuramente desgastada con la oposición colaboracionista, que ahora le cobrará más caro el apoyo.
Lo dijo el propio presidente en su discurso. Reconoció que no tiene “demasiadas esperanzas” en el acuerdo e invirtió la carga de la responsabilidad: son los otros quienes deben convencerlo a él.
Aunque al final pidió dejar de lado la confrontación y buscó ponerse en modo león herbívoro, también mostró las garras. La firma del pacto está supeditada a que los gobernadores acompañen una nueva versión de la ley Bases, como gesto de buena voluntad.
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En este sentido, el acuerdo supone más una capitulación de los gobernadores que un consenso, una mala palabra en el diccionario de Milei. La pregunta es si el presidente que se compara con Moisés —la cantidad de puntos del Pacto de Mayo no parece casual— tiene la flexibilidad para revisar tanto la metodología del por ahora borrador de Moncloa criollo como sus contenidos, atravesados por un fuerte sesgo fiscalista.
Milei parece confiar en que la amenaza del látigo virtual en las redes y la zanahoria del alivio fiscal pueden forzar la aprobación de varias leyes “combi” y disuadir a los opositores que van por el andarivel del centro y que se entusiasman con tumbar el DNU 70.
Con la convocatoria al Pacto de Mayo el minarquista busca apuntalar por arriba la mayoría del balotaje. Que quienes aportaron al 56% sólo puedan aceptarlo, y que quienes se enrolaron en el 44% sólo puedan rechazarlo.
Con libreto cambiemita, el mote de “jinetes del fracaso” que aplicó a Sergio Massa, Pablo Moyano, Juan Grabois y Máximo Kirchner, y la mención a Cristina como “responsable de uno de los peores gobiernos de la historia”, dan cuenta de la intención de aislar al kirchnerismo de un acuerdo que pueda abarcar al resto del sistema político. El larretista menos pensado.
Por las buenas o por las malas, y con escaso margen de maniobra para quienes eligen la vía del acompañamiento crítico, Milei busca trazar una nueva frontera. En sus términos, El cambio avanza versus Unión por el statu quo.
Convencido de que ya se comió buena parte del electorado de Juntos, y que ahora es momento de incorporar individualmente dirigentes o grupos —el proceso que Macri quiere evitar, o al menos amortiguar— Milei encuentra en los gobernadores un hueso duro de roer. Con ellos plantea un duelo de a ver quién tiene la legitimidad más larga.
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La apuesta a tercerizar costos del ajuste es riesgosa. Sobre todo porque la mayoría de los gobernadores con los que se pelea son parte de la misma ola de cambio. Incluso, si se comparan los votos de cada uno en primera vuelta, cosecharon más votos que él.
Por eso en lugar del Congreso o la Justicia —donde la Corte Suprema le hizo un guiño al gobierno con un fallo que puso un tope al cálculo de las indemnizaciones— el líder libertario busca llevar la disputa al terreno de la opinión pública. En especial, al submundo de las redes sociales.
Milei se siente cómodo en esa realidad paralela donde no tiene que negociar con nadie, en el que no hay normas ni mediaciones incómodas, todo es rápido y puede confrontar con cualquiera, con el respaldo de su ejército virtual.
El interrogante es si el precario andamiaje de gobernabilidad que Milei busca reforzar a nivel superestructural soportará por abajo los embates de una inflación acumulada del 45% entre diciembre y enero y un salto de la pobreza al 57%, según las estimaciones de la UCA.
Pese al rápido deterioro de la situación económica y la dureza de su mensaje, Milei atravesó su discurso sin sobresaltos. Ni adentro ni afuera del Congreso. Por mucho menos, en años anteriores los legisladores de Juntos por el Cambio se retiraron del recinto y la movilización callejera está en niveles normales en circunstancias excepcionales.
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De todos modos, los 85 días que separan al discurso de Milei en el Congreso y el encuentro del 25 de mayo en Córdoba, que pareció más una emboscada a Martín Llaryora que un evento organizado en conjunto, en esta Argentina entran en la categoría de largo plazo y nadie se atreve a anticipar estabilidad.
“Veremos qué le ofrece a cada uno, pero falta una eternidad para mayo”, dice un alto funcionario del Palacio de los Leones, que esta semana apretó el botón para subir el boleto de colectivo a 700 pesos y alinear la tarifa con la de otras ciudades, como la capital mediterránea.
Si Milei parece tener vía libre para avanzar, es en buena medida por la desarticulación de la oposición, y porque los principales dirigentes nacionales están deslegitimados —como Alberto, Massa y la propia Cristina—, y los referentes legitimados todavía se mueven en el nivel local. A lo sumo, hacen guerra de guerrillas: entran al terreno nacional, golpean y repliegan.
“Fue positivo, necesitábamos un diálogo más institucional, más allá de las empatías con funcionarios puntuales. A ningún gobernador le sirve un presidente en situación de debilidad”, dicen desde el entorno de Pullaro, que a su modo plantea la pulseada contra los sindicatos docentes como una lucha contra los privilegios y por la austeridad.
De todas formas, en la Casa Gris se muestran cautos. Quieren ver para creer. “Son todas ideas generales, hace falta que se conviertan en papeles, proyectos de ley”, sostienen.
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Milei también encuentra terreno fértil porque la agenda libertaria llegó para quedarse. Las discusiones sobre el rol del Estado, la desregulación económica y la crisis de la política como dispositivo para resolver las demandas sociales son previas a la emergencia del experimento libertario y van a trascenderlo.
Ese es el clima de época con el que Milei buscó conectar en un acto disruptivo, que tomó varios elementos prestados al discurso del estado de la unión que suelen pronunciar en enero los presidentes norteamericanos.
De noche, para aprovechar el prime time televisivo y en las redes sociales. Pero también, como dijo al final de su mensaje, para transmitir la idea de que viene un nuevo amanecer.
Cuidadosos del detalle, Milei y su entorno construyeron una escena para reforzar su centralidad, al borde de la sobreactuación de autoridad. Portó en todo momento la banda presidencial, se mostró de pie, con Victoria Villarruel y Martín Menem detrás, y no a los costados, y más cerca de lo habitual con los legisladores. Un cuerpo a cuerpo con la casta, sentada en el Congreso al que dice no necesitar.
Las barras copadas por militantes libertarios y la transmisión oficial, que sólo ponchó a quienes aplaudían, alimentaron la fantasía de un consenso extendido, o unanimidad, sobre las políticas de Milei, una situación alejada de la polarización que tiene a la Argentina partida casi en mitades iguales.
Como si hubiera leído el Manual de conducción política, de Juan Domingo Perón, Milei manejó la información, el secreto y la sorpresa para anunciar la jugada con la que busca marcarle la cancha al resto de la política en los meses más duros del ajuste. Si el plan funciona, Milei podrá llegar a ese evento refundacional con una inflación en baja —se verá a qué costo— y con la intención de erigirse en el eje de un nuevo polo de derecha en el que orbiten los fragmentos del sistema que el año pasado voló por los aires.
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