"Walter, estamos yendo para El Cairo con Hermes y Tomás. Venite a tomar un café con nosotros". Ricardo Atala, su asesor de prensa, fue el encargado de hacerme la invitación por pedido de su jefe. Era septiembre de 2007. Hacía apenas una semana que Binner había ganado la elección de Santa Fe y se convertía en el primer gobernador socialista de la historia argentina.
Grabador en mano y apuntador, me acerqué hasta El Cairo y fui derecho a la mesa donde estaban Binner, Atala y el filósofo porteño Tomás Abraham, quien por entonces se había acercado al dirigente socialista cautivado por su perfil moderado, alejado de los extremos. La palabra "grieta" no figura entonces en el glosario de las crónicas políticas.
Binner no quería entrevista ni notas sobre los ecos de ese resonante triunfo electoral, con el que había desalojado al peronismo del poder en la Casa Gris luego de 24 años. Solo quería que me sume a una simple charla de café. Para lo otro vamos a tener tiempo, me sugirió.
En un momento de la charla, Binner se paró a saludar a una mujer que se acercó a felicitarlo. El respondió con gesto tímido y esa misma mueca la repitió otras tantas veces. Entonces Abraham me mira y suelta: "Pero este tipo parece que no ganó, no muestra entusiasmo".
La frase me pareció atinada, pero por la lógica inversa. Binner se estaba mostrando en ese ámbito cerrado, rodeado de gente en las mesas, como un perfecto ganador. Su humildad y reserva lo había llevado hasta lo más alto del poder, y daba a entender allí, entre propios y extraños, que ese poder adquirido en las urnas no lo iban a marear, que era uno más dentro del bar.
Hasta esa invitación a tomar un café, había tenido una relación tensa y oscilante con Binner. Era un hombre austero, muy cauto, pero también te podía "marcar" si algo no le gustaba. Y a Binner le incomodó el título de una entrevista, años atrás, cuando renunció su secretario de Planeamiento.
Nunca fuimos amigos, ni siquiera hablábamos en off. Siempre fue una relación profesional, con la distancia que debe imponer esta profesión.
Aquel café en El Cairo fue la primera imagen que me vino a la mente cuando me enteré de su muerte. La de un tipo común, pero cuya singularidad lo volvía extraordinario. Uno más en un bar atestado, uno más en la calle, uno más aun habiendo llegado a lo más alto del poder.