"Yo te quiero pedir disculpas. Estoy arrepentido por lo que cometí. Hoy me falta una pierna. Yo me lo busqué". Miguel Angel Scaglia llegó a juicio por el golpe comando a una fábrica de envases plásticos de barrio Alvear que terminó en un tiroteo con la policía en octubre de 2014. En la balacera fue herido en una pierna que le amputaron el mismo día y desde entonces anda en silla de ruedas. Dos años después, el asaltante y el dueño de la empresa volvieron a estar cara a cara. Fue ayer, en el primer día de audiencias del juicio. "No soy Dios para perdonar pero ya está. Sin rencores. Disculpas aceptadas", respondió la víctima.
En el juicio que comenzó ante la jueza Raquel Cosgaya los defensores públicos de Scaglia, Martín Ricardi y María Laura Maenza, pidieron que no le apliquen condena de prisión en consideración de la "pena natural" que sufrió al perder la pierna izquierda. Un tiro le causó una gangrena y sufrió dos amputaciones, una sobre la rótula y otra a la altura del fémur. Además padeció una insuficiencia respiratoria por apremios policiales.
No se discute su participación en el robo, por el que ya hay tres condenados a penas altas en juicios abreviados (ver aparte). Pero la defensa sostiene que su sufrimiento es superior a cualquier encierro. "Esto le cambió la vida", afirman.
En cambio, el fiscal Fernando Rodrigo reclamó 8 años de prisión. Una pena que según planteó en sus alegatos ya fue atenuada por la amputación. Como Scaglia tiene una condena previa por robo calificado el fiscal pidió que se unifiquen en 17 años y nueve meses. En este caso está acusado por robo calificado, cometido en poblado y en banda, portación ilegal de arma de guerra y atentado a la autoridad agravado.
A los golpes
El robo fue la mañana del 23 de octubre de 2014, día de pago de sueldos, cuando una banda irrumpió en la empresa de Suipacha al 3700. Tres hombres armados y una mujer redujeron a empleados y dueños, los obligaron a ir detrás del sector de máquinas industriales, los maniataron y golpearon para que revelaran dónde estaba la plata. Se llevaron pertenencias personales, una pistola Bersa 380 del dueño y los sobres con los sueldos.
"Había diez o quince personas. Salgo de la oficina y veo que traen encañonado a mi hermano. Me buscaban a mí. Me preguntaron si yo era Leo y pidieron que les diera el fierro", contó el dueño al declarar como testigo. "No hagás nada porque te pongo un corchazo", le dijo un ladrón mientras otro, que tenía un handy conectado a la frecuencia policial, le pegaba a su hermano un culatazo a las costillas. Luego otro hampón, con lentes de sol, le pegó a él una patada en las costillas y lo encerraron en una oficina.
"Preguntaban por los sobres, tenían datos precisos", observó. Una empleada les entregó el dinero de los sueldos y "se empezaron a alborotar porque venía la policía, se fueron y enseguida se escucharon tiros, frenadas y gritos".
Cuando Leo logró que un empleado le cortara los precintos llegó corriendo a la esquina y se encontró con dos asaltantes en el suelo. Los otros habían escapado. "Uno estaba herido. El otro lloraba y llamaba a la madre. Yo los miraba y me daba lástima. Se les había terminado lo guapo", recordó el dueño, que recuperó el celular y las llaves pero no la plata. "Tuve que salir a pedir plata prestada, invertir en seguridad, estuve dos semanas sin dormir. No guardo rencor, pero el daño psicológico fue tremendo", dijo, y entonces el preso pidió la palabra.
"Le quiero pedir disculpas, estoy arrepentido. Tengo un nene de 5 años y dos mellizos de 2. Por circunstancias de la vida tuve que salir a delinquear. Hoy no sirvo para nada", dijo, antes de que la víctima aceptara las disculpas en el cierre de la primera jornada.