Con la ansiedad voraz del formador de precios que se remarca encima, con el vértigo desesperado de pibes y pibas que se apuran para vivir hoy porque mañana quién sabe y con el apuro del anuncio que intenta darle contenido a una gestión vacía, el año 2022 no aguantó hasta el final del almanaque y atravesó cual ráfaga de metra algunas barreras de la criminalidad en Rosario. Y no sólo las que se miden en números. Varias de ellas ya habían sido cruzadas incluso con mayor premura, teniendo en cuenta que antes de que terminara el primer semestre ya habían sido asesinadas más mujeres, niños y adolescentes que en años anteriores. Pero el último límite cruzado, días atrás, fue un tabú casi una década: el registro más alto de homicidios de la historia del departamento Rosario, una vara establecida en 2013 con 264 casos que fue superada el primer día de diciembre de este impaciente año.
La violencia mortal no se trata de números pero éstos ayudan a comprender coyunturas y abordar problemáticas, si alguna inquietud así existiera en una sociedad que parece contemplar anestesiada una situación mucho más cercana a un apocalipsis que cualquier serie de zombies por Netflix. Porque no es un récord que en 2022 se hayan cometido en Rosario más crímenes que en toda su historia, tampoco que las 58 mujeres asesinadas en lo que va del año se acerque al total acumulado en los tres años anteriores.
Tampoco es en las cifras donde va el foco sino en las circunstancias en las que se cometen estos crímenes que tienen en común mucho más que la demarcación geográfica. Por lo pronto, una violencia inusitada y perversa que se advierte tanto en la generalización de homicidios con más de una víctima —14 dobles crímenes— y en los que se cruzaron barreras como la de matar a niños en el momento de asesinar a sus padres, como sucedió tres veces durante el primer semestre de este año demencial.
Para las cuentas
Datos. En las últimas dos décadas el promedio de homicidios en el departamento Rosario supera apenas los 165 crímenes al año. En la primera década de este siglo, nunca superaron los 125 casos. En lo que va del siglo fueron seis los años en que se registraron más de 200 asesinatos (ver infografía).
Los al menos 275 homicidios registrados en lo que va del año en el departamento Rosario superan en 40 los 235 con los cuales terminó 2021. Cae de maduro que eso permite leer un crecimiento de la violencia urbana, más allá de que estas cifras no dejan de estar intervenidas por el azar que a veces decide por milímetros entre la vida y la muerte. Tal vez esos milímetros expliquen los vaivenes que ofrecen las cifras año tras año.
En la escalada letal que fluyó por todos los huecos de este ansioso 2022 se insertó el mes con más asesinatos en la historia de la ciudad: abril, con 36 hechos. No es una cifra menor en esta ciudad donde sólo seis veces se superaron los 30 asesinatos en un mes. La primera fue en el fatídico 2013, cuando se alcanzaron 32 casos en octubre, registro que se igualó en enero de 2014 y en agosto de este año. Los otros dos meses con 30 hechos fueron febrero de 2014 y abril de 2018.
Comparaciones
Datos. En lo que va del año fueron asesinados 12 niños y niñas menores de 14 años. La cifra asombra cuando casi duplica los siete sumados entre 2020 y 2021, pero también iguala al registro de 2013. Algo similar sucede con los números de los 44 adolescentes asesinados hasta ahora en 2022 al contrastarlos con los 19 de 2020 y los 24 del año pasado. Sin embargo, la planilla de 2013 recuerda que ese año fueron 53 las víctimas en esa franja etárea. Las comparaciones se emparejan al leer los números de víctimas de entre 20 y 24 años. Este año van 48, en 2021 fueron 35, en 2020 se contaron 45 y en 2013, 34.
En cuanto a la juventud como blanco de violencia letal no parece que este año, leyendo sólo números, se haya atravesado una barrera que no haya sido cruzada en aquel 2013 que lo cambió todo. Pero sí hay un dato que le da al 2022 el carácter de mojón histórico: este año, hasta ahora, fueron asesinadas 58 mujeres.
La cifra casi triplica la norma anual de entre 15 y 20 víctimas, que fue subiendo a 21 en 2020 y 24 en 2021. En ese sentido 2013 no se apartó de la media y registró 20, en su mayoría femicidios cometidos por parejas u otros familiares y crímenes en ocasión de robo. También hubo hechos entonces aislados que nadie hubiera imaginado que se volverían en cotidianos: Mercedes Delgado y María Valdez, asesinadas al quedar en medio de tiroteos a los que eran ajenas. Otros casos que fueron conmocionando ese año: el de Lourdes Cantero, la niña de 14 años que miraba la tele en su casa y fue atravesada por una bala de un ataque ordenado por Ramón “Monchi Cantero” Machuca para amedrentar a un hermano de la chica que vendía droga allí. Y el de Justina Pérez Castelli, acribillada junto a su pareja, el empresario narco Luis Medina, en una emboscada en el Acceso Sur.
Sin dejar de conmocionar, aquellos crímenes cuyo contexto narco los despegaba de lo que entonces se entendía como femicidio y aún se destacaban por cierta excepcionalidad se fueron naturalizando en la escalada hasta los 58 asesinatos de mujeres en lo que va del año. De éstos, más de 40 fueron en ese contexto narco que todo lo tiñe en los barrios donde los negocios se cruzan con la violencia: más de la mitad de esas mujeres murieron en ataques contra otras personas, fueron nenas acribilladas junto a sus padres o vecinas alcanzadas por balas disparadas para marcar territorio sin importar la probable letalidad del “mensaje”.
Sin contar
Los números ofrecen lecturas posibles para ciertos abordajes periodísticos sobre el tema. Pero las barreras cruzadas este año no se leen sólo desde la estadística. Allí están la generalización de la balacera como sistema de mensajería, la saña creciente que no distingue siquiera en bebés a la hora de ajustar cuentas, la cobarde facilidad con la que se mata a una mujer que vende drogas para alimentar a sus hijos mientras recibe —o tal vez soporta— órdenes de su marido preso.
Podría arriesgarse que los 264 homicidios de 2013 —una lista difundida por la provincia tiempo después elevó la cifra a 271 sin brindar mayores detalles— se perpetraron en un escenario distinto a los 275 registrados en lo que va de este 2022 pospandemia. Un escenario marcado por la proliferación de las bandas polirrubros gerenciadas desde las cárceles que intentan imponerse en las calles sobre la base de una violencia explícita, casi propalada y con su propio eslogan, que instala día a día “la mafia” como un indestructible modo de hacer para dominar. “La mafia” como un manual de instrucciones, “la mafia” con su marketing tumbero, “la mafia” como un monstruo invisible omnipresente, “la mafia” como una otra ley que le disputa legitimidad a la ley.
Pero ameritaría un estudio antes que una nota periodística desmenuzar qué ha cambiado de 2013 hasta ahora en una ciudad que no deja de ser la misma. Un estudio que además de datos duros y comparables pueda incorporar otros que los números no reflejan. Entre ellos, la certeza silenciosa de que cada homicidio en Rosario agrega a su historia al menos una veintena de vidas sobrevivientes —padres, hijos, familiares, amigos, vecinos— que se resquebrajan para siempre y va llenando las calles de un dolor que no tiene vuelta atrás y no se puede medir. Pero está ahí. Y se va sintiendo cada vez más.