El sol de primavera bañaba el mediodía de este miércoles cuando un Peugeot 207 gris compact modelo 2013 se estacionó en el corazón de Empalme Graneros. Los vecinos aseguran que el conductor estuvo “un rato” esperando con el motor del auto encendido. Según contó un testigo eran cerca de las 11.45 cuando tres muchachos llegaron caminando desde calle Génova hasta la cuadra de Cabal al 1000 bis y cuando estuvieron a la altura del 207 dos se acercaron por el lado del acompañante y el otro por la puerta del conductor. Sin embargo, lo que podría tomarse como un escena clásica de robo a un automovilista derivó en una ejecución de tinte mafioso.
La ventanilla del lado del conductor estaba levantada y la de la puerta del acompañante estaba baja. Desde ambos lados, Sebastián Andrés Solohaga fue alcanzado por varios impactos de bala y murió sentado al volante del auto. Tenía 27 años, y dos domicilios: uno en Zavalla y el otro en pleno centro de Rosario.
Mientras Solohaga daba su última exhalación uno de los asesinos “tomó algo del interior del auto”, según un testigo. Luego los sicarios “caminaron rápido” hacia pasaje Urdanarraín donde los esperaban dos autos, grises o azules, para fugarse. “No es que los autos salieron arando, pero sí se fueron rápido. A una vecina que se estremeció cuando escuchó los balazos se le ocurrió refugiarse detrás de uno de los autos y casi se la llevan puesta en la fuga”, contó un testigo.
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En el auto quedó el cadáver del joven de 27 años con 18 orificios: dos en la nuca, trece en el torso y tres en la espalda. En la escena se levantaron seis vainas servidas calibre 9 milímetros, dos calibre 45, y cinco balas de plomo de esos calibres encamisados. Los pesquisas que trabajan a la orden de la fiscal Marisol Fabbro tal vez puedan reconstruir algo de la historia a partir de los dos celulares que llevaba Solohaga: un Samsung y un iPhone.
Tarde
La ejecución de Solohaga ocurrió cuando muchos vecinos retiraban a sus hijos de un jardín de infantes ubicado en Cabal al 900 bis, a una cuadra de la escena del crimen. “No sabés el desbande que se provocó. Algunas madres se tiraban al piso tratando de proteger a sus hijos. Otras les golpeaban la puerta a vecinos para que las dejaran entrar. Una locura total”, relató un residente.
“Los gendarmes llegaron al toque. Cuando balearon el auto ellos estaban a unos 100 metros patrullando por Génova a la altura del súper chino. Corrieron a donde estaba el auto, pero los sicarios se habían ido”, dijo otro vecino antes de arriesgar su diagnóstico: "Los gendarmes andan. Todos andan: Prefectura, la AIC (por la Agencia de Investigación Criminal), la Policía Federal, la PSA (Policía de Seguridad Aeroportuaria); la policía de Rosario. Todos andan, pero llegan tarde. Ese es el problema”.
Los vecinos de Génova y Cabal están acostumbrados a la violencia callejera y mortal. Conocen las dinámicas, cómo funciona el sistema. De los 205 homicidios que al cierre de esta edición se registraban en lo que va del año, 15 fueron perpetrados en esta barriada de la zona norte, todos en un rectángulo de seis cuadras por cuatro, que podría delimitarse por Génova, Martínez de Estrada, Cullen y De Angelis.
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La mortera retira el cuerpo de Solohaga en Cabal y Urdinarraín.
Foto: Celina Mutti Lovera.
El periodismo y la Justicia trabaja construyendo la verdad. La Justicia lo hace en base a pruebas. El periodismo, a partir del relato de los hechos y siguiendo esa idea puede haber tantas verdades como personas se puedan consultar. La mañana del miércoles en la escena del crimen de Solohaga hubo muchas “no verdades” que terminaron circulando como noticias. No fue por mala fe de la vecindad, simplemente alguien instaló una idea que se fue propalando con buenas intenciones.
Según con quien se hablara el crimen lo habían desatado hombres que iban a pie, en moto o en dos autos. La combinación de estos relatos terminó rozando al que se presenta como “verdadero”.
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Empalme Graneros, uno de los barrios de raíz obrera más antiguos de la ciudad, está hoy atravesado por la droga en sus diversas expresiones: la venta, el consumo y la violencia callejera. Y eso se percibe en el color de lo que cuenta la barriada.
Verdades que no
“El asesinado tenía puesto un chaleco antibalas”. La frase fue repetida por al menos una docena de vecinos y llegó a reproducirse en varios medios de prensa hasta que fue rotundamente desmentida por los investigadores.
“El muerto es de Ludueña”, fue otro "dato" que también escucharon los periodistas que habían hecho base en Génova y Cabal.
“El muerto es el hermano del «Salteño», el que vende droga en Cabal al fondo”, contó una vecina en referencia a Cristian Carlos “Salteño” Villazón, recientemente condenado a 15 años en juicio abreviado por el aberrante triple crimen de Florencia Corbalán, Cristopher Albornoz y la pequeña hija de ambos, Chelsi, de un año y medio.
Ese hecho, ocurrido en febrero de 2020 en Génova y Cabal —a escasos metros del homicidio de ayer— está ligado al mundo narco teniendo en cuenta que el “Búho” Albornoz era hijo de Miguel Angel “Caracú” Albornoz, condenado en junio a 6 años de prisión por tenencia de droga para la venta.
Parientes que no
En ese contexto hubo otro detalle que llamó la atención: al menos tres familias se acercaron a la escena del crimen a partir de un dato que puede resultar desopilante pero forma parte de la realidad diaria en una ciudad que no gana para sustos.
“Vimos la noticia en la tele. Vimos el auto y nos pareció que podía ser de un pariente. Entonces pasamos por acá y como no nos dejaron pasar fuimos hasta lo de mi pariente y allá estaba el auto, estaba él. Todo bien”, explicó un muchacho con un buzo de Colón de Santa Fe. Esa escena, palabras más o menos, se multiplicó por tres. Ninguno era pariente de Solohaga.
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Familiares y amigos de Solohaga lloran su perdida a metros de la escena del crimen. Su cuerpo tenía 18 orificios.
Foto: Celina Mutti Lovera.
Poco faltaba para las 14.10, y los noticieros de la tele ya eran historia cuando llegaron a la escena un hombre vestido con ropa de trabajo y una muchacha. Eran el padre y al novia de Solohaga. Estaban desconsolados. Ninguno de los dos se explicaba qué estaba haciendo el muchacho en el lugar donde fue ejecutado a balazos. Minutos después arribaron cinco o seis jóvenes, la mayoría con ropa de colores de Newell’s, y los apuntalaron afectivamente.
Fuentes de la pesquisa confiaron que desde hace unos años el padre no tenía contacto con su hijo. Que si bien Solohaga tenía domicilio en Zavalla vivía con su novia en el centro rosarino. Los pesquisas también indicaron que el joven asesinado podría tener una vinculación con la barra de Rosario Central.
El Peugeot 207 gris en el que fue asesinado Solohaga no estaba a su nombre “ya que lo había comprado días antes”, explicó un vocero allegado a la causa. En el interior del auto había una bolsa con ropa retirada de una lavandería.
Un vecino relató que dos días antes de la ejecución la víctima había estado en Cabal al 1000 bis tratando de comprar un auto. “El pibe muerto le ofreció al vecino pagarle en efectivo, pero el vecino quería transferencia bancaria. La operación no se hizo. Cuando Solohaga se identificó dijo que vivía en Cabal al fondo”, relató un residente.
Para los vecinos de esta zona referirse a “Cabal al fondo” es un sinónimo de las catacumbas de la venta de droga que, si bien están en muchos puntos de la ciudad, en la zona antes referida se hacen una constante.