La guardia del Hospital Provincial, en Zeballos y Alem, es amplia y está muy iluminada. Es un gran salón dividido por un durlock, al fondo hay una recepción donde vigila un personal de seguridad y a un costado la administración donde los pacientes y sus familiares se presentan y cuentan sus dolores. La noche del martes, a ese amplio espacio de espera ingresaron dos hombres jóvenes y de pelo negro (“sin canas”), contó una mujer que los vio de frente. Preguntaron en la recepción por el baño, que está a un costado. En uno de los pasillos internos que van a las salas de internación estaba sentado Guillermo Lencina (29), un convicto que había sido atendido por una enfermedad crónica (tuberculosis) y estaba desde el lunes en el hospital. Lo custodiaba un efectivo del Servicio Penitenciario Provincial. Los dos jóvenes no ingresaron al baño. En pocos segundos estaban armas en mano disparando hacia el sector donde estaba Lencina y a todos los que estaban en la guardia. Fueron al menos unos veinte tiros. La guardia del hospital se convirtió en un infierno. Mientras los atacantes corrían hacia la puerta para huir, la gente iba en el mismo sentido. El policía que estaba en la garita ubicada en la vereda del efector intentó identificar a los atacantes y detenerlos, pero en la corrida chocó a uno de los atacantes que, sin más, le disparó dos tiros a la cabeza. El efectivo ni siquiera pudo sacar su arma. La gente corría, gritaba, lloraba.
En la guardia hacía horas que los pacientes esperaban, algunos desde el mediodía y por eso eran tantos. “Entraron los dos pibes y empezaron a tirar. Yo estaba con mi hermana y cuando quisimos correr, a ella le dieron un tiro en la pierna”, contó Marcela, 36 años, de zona sur. Luego del incidente y cerca de las 23, le dijeron que su hermana estaba bien, pero quedó internada.
“Yo estaba sentada fumando a la entrada y vi que estos dos sicaritos vinieron desde la esquina. Entraron ya con un arma y el que la tenía, la guardó. Después escuché un montón de tiros y salí corriendo. Yo estaba con mi hijo de 10 años. Corrimos, corrimos y en una heladería de 1º de Mayo ( la calle de la esquina del hospital) una mujer nos dio agua y nos dijo si queríamos entrar a la casa, un amor esa mujer”, dijo Candela, de 28 años.
“Amigo, hace desde el mediodía que estoy acá para que me operen el brazo. Si traes a estos pibes de la cárcel, tenés que tener guardia en el hospital, si no te matan. Ya ni podes venir al hospital que no sabes si salís vivo”, agregó Walter, quien estaba a las 23 con su brazo aún sin remedio.
En una silla, en tanto, estaba sentada Andrea, quien vive con su novio cerca del hospital. A la tarde tuvo un fuerte dolor en la pierna y decidió ir a la guardia, estaba con muletas. Al escuchar los tiros corrió como pudo, perdió una muleta, se tropezó y cayó. Su novio se quedó adentro y pensaron que estaba herido. La chica daba vueltas llorando y llamándolo «Andrés, Andrés».
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Todo fue confusión. En la sala, la chica herida en la pierna lloraba, una enfermera y dos mujeres también resultaron heridas. Unos minutos después la zona se llenó de policías y ambulancias. A las 22 una ambulancia cargó a un hombre con oxígeno y lo trasladó. Era el policía que moriría un rato después en el Heca, luego de atravesar cinco paros cardíacos.
Marcelo vive frente a la guardia del hospital. “Escuché como veinte tiros y vi cuando el pibe policía salió y lo chocaron. No le dieron tiempo a nada, le dieron como a un perro, pobre pibe”. El subinspector Leoncio Bermúdez estaba con su hija de diez años en la garita. La niña quedó adentro, a los gritos, llorando.
Un barrio conmocionado
Los disparos que mataron al policía quebraron la tranquilidad de barrio Martin. Se escucharon a varias cuadras del Hospital Provincial, causaron estupor entre los vecinos, que no sabían qué había pasado y que viven con el corazón en la boca, y con razón, por la inseguridad creciente y la violencia que ha tomado las calles de la ciudad.
La primera reacción de varios fue asomarse a la ventana, con sumo cuidado, por el peligro que representan siempre los tiroteos. Los rosarinos lo saben bien, lo sufren en carne propia, lo ven en las noticias, y toman sus recaudos. Después, casi de inmediato, la reacción fue preguntar en los grupos de WhatsApp si alguien sabía qué había pasado.
Las primeras informaciones fueron confusas, como son siempre las primeras informaciones. Nadie sabía a ciencia cierta de dónde venían los tiros y mucho menos hacia dónde iban. La ansiedad, el temor y hasta la angustia fueron en aumento, hasta que se compartió un audio de una médica del Provincial que contaba qué había pasado: habían matado a un policía.
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“Estamos expuestos”, se queja con la voz entrecortada y describe a Bermúdez como un policía “amable, siempre de buen ánimo”. Después se supo que había sido baleado en la calle, frente al ingreso de la Guardia, por Zeballos. “Es muy angustiante vivir así, no nos merecemos esto”. La reflexión, que atravesó al grupo de WhatsApp de vecinos de barrio Martín puso las cosas en su verdadera dimensión. Y se le sumaron otras voces, todas en la misma línea: “Uno no se siente libre de salir y andar en ningún horario. Rosario, una ciudad tan linda y no la podemos disfrutar”.
Hasta pasadas las 2 de la madrugada los policías recorrían la zona, pedían cámaras a los vecinos. Preguntaban. “Yo los vi. Estaban en un auto viejo, dos adelante y no sé cuantos atrás. Me miraron y me hice la estúpida. El auto estaba parado en la esquina de Zeballos y 1º de mayo, pero parado raro, a 45 grados. Se fueron corriendo”, dijo una empleada del hospital. El corolario de una noche de terror.