Ríos, playas y arroyos más cristalinos, presencia de peces a simple vista en lugares inusuales —o probablemente que no llegaban a verse por la oscuridad de las aguas—, más silencio que se traduce en menos contaminación sonora en las ciudades y un aire más límpido para respirar son algunos de los efectos que muchos señalan como “el medio vaso lleno” ante la retirada de la actividad productiva, recreativa y la propia circulación cotidiana de personas, pero fundamentalmente de motos, autos y colectivos por las calles de la ciudad. El debate ambiental de estos nuevos escenarios ya se abrió a nivel global. En Rosario, los especialistas aseguran que en ese sentido “hay una mejora a la vista”. Así lo advirtió el integrante del Taller Ecologista, Mirko Moskat, sin embargo, indicó que la contracara de estos días de aislamiento social “es el mayor consumo de materiales descartables y plásticos, un hábito que no debe perdurar en el tiempo y que preocupa, así como el incremento de la basura que se genera” (ver aparte). La pregunta que se hacen es si, terminada la pandemia, “el mundo habrá aprendido algo, o si el afán por recuperar rápidamente la actividad económica, el tiempo y el dinero perdido, generará un efecto rebote”.
Las señales de “la mejora” de las que habla el mundo, sobre todo en China donde el parate de la producción redujo drásticamente la producción de gases contaminantes, también pueden analizarse con una mirada local. De hecho, los rosarinos, y no sólo ellos, llevan una semana comentando el silencio en la calle, la mayor presencia de insectos y, en las últimas horas, la aparición de imágenes del arroyo Ludueña con aguas casi cristalinas donde se ven los peces, se sumó a la escena.
“Tanto en el arroyo como en el río es comprensible que haya una mejora de la situación porque hay menos embarcaciones, menos residuos, menos extracción de peces, y en ese punto es esperable al desaparecer las formas de intervención habituales en esos espacios”, indicó Moskat.
En eso coincidió Jorge Bártoli, integrante de El Paraná No Se Toca, que además sumó la existencia de “condiciones naturales que hace que eso suceda tanto en el Ludueña como en el Saladillo y en el propio Paraná”, y detalló: “Como llueve poco, hay poca correntada que arrastre los sedimentos y como el río está bajo, el agua está casi detenida, los sedimentos existentes bajan y el agua se clarifica”.
Allí, con esas condiciones es que “los peces circulan con mayor tranquilidad y libertad”, y agregó: “Lo que estamos viendo son las especies de peces que por sus características migratorias o la búsqueda de alimento hacen un intercambio entre los cursos principales de agua y los cursos menores, van y vienen, y ese tránsito es lo que aparece a la vista”.
Resiliencia
Sin embargo, eso que se ve a simple vista, para Bártoli no es más que una señal de un proceso mayor que se está llevando adelante, y consideró “necesario poner en cuestión un término técnico, que es resiliencia y que la gente debería prestarle más atención, como ocurrió con la palabra humedales”.
“Resiliencia, en términos medioambientales, describe el proceso de rearmado de los ecosistemas y muestra la capacidad de éstos de absorber las perturbaciones que sufre sin alterar su estructura y funcionalidad, pudiendo regresar a su estado original una vez que la perturbación ha terminado”, detalló.
Es más, Bártoli apuntó también que esos procesos de recuperación se dan con mayor frecuencia en los ecosistemas con más biodiversidad, como es el caso de los humedales del Paraná, por tener mayor cantidad de mecanismos autorreguladores.
“Parte de ese proceso es el que estamos presenciando”, señaló.
Además, se refirió al aire que se respira en la ciudad, habitualmente “sucio” por los gases contaminantes del “transporte motorizado” y adelantó que probablemente “las mejoras en la calidad podrá constatarse en las mediciones que periódicamente realiza la Municipalidad en diferentes puntos de testeos de la ciudad”.
Del mismo modo, el silencio que muchos comentan por estos días, no es más que la disminución de la contaminación sonora que se padece a diario, fundamentalmente en el área central, y que también tiene sus consecuencias.
Sin embargo, pese a la incertidumbre de cuándo y cómo será el final de este aislamiento preventivo y obligatorio, a nivel mundial ya se preguntan qué vendrá después. “Lo peor que nos puede pasar —señala Bártoli—, es que transcurrido todo esto, sigamos siendo los mismos, que no aprendamos nada”.
Desde el Taller Ecologista, Moskat plantea una hipótesis optimista que marca un futuro con “la posibilidad de aprender y repensar los procesos” y, como consecuencia, políticas públicas en ese sentido. Sin embargo, la discusión a nivel mundial también contempla escenarios “de efecto rebote”.
“Ese rebote podría ser complicado —apunta—. Porque en el intento de reactivar las economías mundiales rápidamente, y ganar el tiempo y el dinero perdido, se puede generar un proceso que sea aún más agresivo en términos medioambientales que el que estábamos atravesando”.