La historia de Mohmet Baldé es de las que siempre merecen ser contadas. Tiene 20
años y hace 7 que llegó a la Argentina en busca de la esperanza y la felicidad que le robaron las
guerras de su país. Su vida cobró relevancia mediática allá por el 2001 cuando llegó al puerto de
San Lorenzo en un espacio cercano al timón de un barco del que se aferró sin saber a dónde iba.
Desde el momento en que se sintió el primer estruendo de bomba en Liberia no
sabe ni de sus padres ni de sus hermanos. Estaba en la escuela cuando se dio el primer estallido.
Volvió a su casa y ya nada estaba en su lugar. Por eso, ahora que reconstruyó su vida, anhela
volver a alguna zona cercana y recorrer los campos de refugiados para poder encontrar parte de esa
historia que perdió bajo los bombardeos.
Huyó en medio de la confusión, el caos y la desesperación propiciada por una
guerra que aún hoy perdura. Después de vivir en las calles de Guinea durante 5 años se tiró al agua
y aferró sus últimas fuerzas a la parte baja de un barco. "No sabía a dónde iba. Me tiré y sólo
supe que no había que moverse. Algunas veces probé el agua, pero era demasiado salada y sabía que
si seguía tomando me iba a morir", dijo Mohmet. Así supo que el único alimento que le quedaba era
Dios. "Cerraba los ojos y pensaba en él. Le pedí que me ayudara. No había nada más".
Pero Mohmet no viajó solo. En ese compartimento del barco venía otro chico. No
se conocían, pero pudieron entablar diálogo. Mientras relata la historia dirige su mirada hacia
cualquier lugar. Se mueve. Se muestra como nervioso y sus ojos vidriosos son los que en verdad
revelan lo difícil que resultó esa travesía de 27 días. "El otro pibe no pudo sobrevivir. Se murió
ahí. Le veía los ojos abiertos pero supongo que murió pocos días antes de llegar".
La vida de quienes llegan a un país sin saber qué suerte le depara no es nada
fácil, sobretodo porque muchos de ellos llegan como polizones con deteriorados estados de salud.
Mohmet no fue la excepción. El estado de desnutrición y la eliminación de las marcas corporales
provocadas por las condiciones hostiles en que se dio ese viaje le supuso unos 8 meses de
internación. Y luego de pasar por varios lugares, entre ellos los hogares Hoprome, se incorporó a
la familia con la que hoy vive.
En ese ir ir venir e intercambiar con la sociedad aparece la mirada del otro
hacia quien es diferente, pero tal vez por ser muy joven, Mohmet le da un valor particular: "En la
calle todavía hay gente que te grita cosas, pero está en cada uno ser inteligente y no ponerse a
discutir", dijo.
"Si una persona te tiende una mano es porque realmente quiere ayudarte. Y mucha
gente que a mí me dio apoyo es porque se pusieron en lugar del otro. Algunas son madres y entienden
que esto también podría sucederle a sus hijos. Y si bien no pueden sentir el mismo dolor, pueden
entenderlo". Cuenta que es frecuente que lo invada la tristeza, la misma que le llega mientras
relata lo que le pasó, pero se repone antes de dejar que se le escape una lágrima: "Acá tengo una
nueva familia, amigos y gente que me ayuda, así que no puedo ponerme mal".
Una vez en el país Mohmet recibió el apoyo del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los refugiados (Acnur) y de la Fundación Comisión Argentina de Migraciones (Fccam) ,
pero fue gracias a su esfuerzo y al conjunto de manos solidarias que pudo torcer parte de ese
destino que le tocó. Por eso hoy sobresale en otros aspectos. Juega al fútbol en el club Morning
Star, consiguió trabajo en un comercio céntrico y desde ese lugar elabora un futuro. No sabe si
alguna vez podrá volver a Liberia. Al menos intentará saber de su familia. Pero lo que sí sabe es
que, si vuelve, ese país devastado por la guerra ya no será el mismo. Ni tampoco él, porque pudo
progresar y tener, ahora sí, perspectivas de un futuro mejor.