Esta nota ya estaba pensada, esperando el momento de escribirla para ser publicada hoy. No había dudas de su título. “Yo vi el último gol del Trinche”, del que hoy se cumplen 34 años. El contexto cambió drásticamente. Lo que pretendía ser un relato de color, que tal vez algún amigo habría de llevar a oídos del protagonista, ya no podrá ser. Alguien sin corazón le arrebató esa posibilidad y partió al medio este texto que buscaba ser un pequeño homenaje en vida a una de esas últimas leyendas de la iconografía rosarina que todo futbolero de ley arropaba en su conciencia. Imaginario o no. Cambió el contexto trágicamente, el intento sigue en pie. Aquí va la historia...
En estas últimas horas muchas imágenes y testimonios del propio Trinche inundaron los medios y redes sociales. Entrevistas que indefectiblemente desembocaban en aquel miércoles 17 de abril de 1974, la noche en Newell’s en que fue el convidado de una selección rosarina de lujo y donde todo el mundo contó que la rompió. Allí el propio Tomás Felipe Carlovich, siempre poco propenso a los detalles de sus logros pero atento a remarcar los amigos que cosechó en cada lugar que estuvo, reía remarcando que en el Parque hubo como un millón de personas, porque fue el partido que “todos vieron”.
Sin imágenes de TV, apenas quedaron registros perdidos de los diarios La Tribuna y Crónica de Rosario de esa época, porque una huelga de trabajadores gráficos paralizaba la edición de La Capital durante ese mes. Niño en ese entonces, obviamente no fui parte de ese elenco tribunero del “todos vieron”. Tampoco, casi entrando a la adolescencia esa tarde de diciembre de 1982, donde el comentario de Eliseo Trillini en La Capital fue más preciso: 15 mil personas ovacionaron de pie al mago Carlovich y una apostilla remarcaba que no fueron pocos los que asociaron esa magnífica actuación del Trinche, con golazo de volea desde 25 metros (para el tercero del 4-0 a Almagro) incluido, con aquella en que la rompió jugando para el inolvidable combinado rosarino de Timoteo y Canción.
La imagen tejida en los relatos de Benevento, en borrosos recuerdos de algún gol cantado por Vidaña en Canal 3, la de ese zurdo atorrante, de pelo enmarañado y medias bajas, bigotón y con sombra de barba, formaba parte siempre de un imaginario. Hasta que ya pude ir a la cancha sin pedir permiso, colándome o esperando que abran las puertas porque no había un mango. En el Olaeta, para disfrutar de aquel histórico equipo del Tablón Bautista o para sufrir en un Gabino derruido que no podía ya revivir la hazaña del 82 y volvía a deambular en la C. Pero ese sábado 10 de mayo del 86 no era uno más. Al fin, iba a poder ver a Carlovich, que estaba anunciado en la formación de La Capital y que había regresado por última vez a Central Córdoba para ese torneo bisagra llamado Apertura, que iba a cortar con los campeonatos anuales, los transformaría en temporadas y daría paso al primer Nacional B.
Venía muy mal Córdoba. Jirones quedaban de aquel equipazo que formó Ricardo Palma en ese 82, siempre con la ayuda del profe Del Ré y donde el Trinche brillara. Pero para aquel primer semestre del 86, luego de deslumbrar ya veterano en Newell’s de Cañada de Gómez, volvió a Tablada. Mucho le habían insistido los dirigentes porque ya estaba a punto de cumplir 40 y no le quedaban muchas ganas de seguir en el fútbol profesional. Pero su sentimiento pudo más, lo hizo también porque estaba su amigo el Gordo al mando y, ahora sí, daría lo último, al punto que se retiraría con 40 años y 56 días, en su último intento de ascenso en el charrúa. Justo ante Almagro.
Pero llegar a esa final fue un milagro. Córdoba estaba mal en todos los aspectos. Después de un 0-6 en Agronomía ante Comunicaciones, el Trinche debutaría recién en la 5ª de 18 fechas ante Berazategui, el 1º de marzo. Y fue, claro, triunfo por 1 a 0 con gol en el final de Canteros. Al final de la primera rueda se fue el Gordo Palma y asumió Horacio Harguindeguy, que duraría 5 partidos hasta la derrota en la revancha ante Berazategui. El plantel no cobraba y casi no se presentó a jugar ese sábado de hace 34 años, con Norberto Sánchez de interino. Pero al final lo hizo para que Carlovich entregara su último acto de magia.
Fue justo ante Flandria, el primer club de la C que lo viera jugar antes de empezar a edificar su estatua en Tablada. Córdoba llegaba 7º en una zona de 10 y los 6 primeros disputarían 6 finales por el ascenso a la nueva B Metropolitana con los otros 6 de la otra zona. Quedaban 4 fechas y Carlovich obró el milagro.
Desde la tribuna de tablones rotos de Gálvez lo pude ver cuando se paró frente a la pelota. Hasta ahí, 12 minutos del segundo tiempo, era un partido horrible. Córdoba no podía ante un Flandria que venía último. El tiro libre tampoco auguraba demasiada expectativa. Era demasiado lejos. Diría, esos 35 metros que en la jerga futbolera representan una estancia. Sólo él, sin nadie al lado para disimular un centro posible, el Trinche se despachó con un golazo de aquellos que otros más viejos habrán disfrutado a montones. Al ángulo, claro, el superior derecho de Dobler.
El fotógrafo de La Capital captó la imagen desde atrás del arco de 1º de Mayo. Pixelada en la impresión blanco y negro del papel de la época, se aprecia igual bien la cara de sorpresa del arquero canario, de los testigos dentro del área y, lo más llamativo, de todos los que están en la barrera y parecieron darse vuelta rápido para no perderse semejante joya. Todo un detalle, al Trinche no se lo ve, como si hubiera sido un duende el que impulsara la pelota.
Fue bajar corriendo esos tablones destruidos para treparse al alambrado, fue unirse al coro desaforado que parió un grito increíble. Fue el aplauso conmovedor cuando después de un festejo simple, como si fuera cosa de todos los días pero porque simple era él, Carlovich volvía a pasar la mitad de la cancha para que el juego se reanude. Y fue 1-0 nomás, así debía ser.
Después vendría otra victoria de visitante ante Alem, la clave en el Gabino ante San Telmo con él de figura, según la crónica de La Capital, la derrota ante Ituzaingó pero que igual fue clasificación, el 4º puesto y la final con el 3º de la otra zona que tendría ventaja deportiva. Sí, otra vez Almagro.
Pero lo dicho. Córdoba no era el mismo del 82 y el Trinche tampoco. Jugó la ida la mañana del domingo 8 de junio, en pleno Mundial de México, de nuevo en Newell’s, y el empate en adicional de Mártire tampoco dejaba buenos augurios. Casi que esa fue su despedida. Ya sentía que no quería más y no viajó con el plantel unos días antes para la revancha en All Boys del sábado 14. Los dirigentes lo trajeron sobre la hora del partido en auto, fue al banco y se sentó con un pibe que recién empezaba y sería el que más vistió la camiseta charrúa: Andrés Emilio Radice. Para cuando entró, a los 25’ del complemento por Mártire, el juez Osvaldo De Gennaro ya había sepultado la ilusión que había generado el 1-0 de Ovando con que había terminado el primer tiemp0o. Un penal, la expulsión del arquero Bernardi y 8’ después de su reemplazante Abarca, hacían demasiado arriba la cuesta para que Carlovich obrara el milagro, pese a que el partido aún estaba 1-1. Un nuevo gol de un tal Caruso Lombardi, que también había marcado en Rosario, dio por tierra con todo y cerró el ciclo, ahora sí, del Trinche.
Como luego el Negro Palma en Central, como ahora puede hacer la Fiera Rodríguez en Newell’s, Tomás Felipe Carlovich se retiró con más de 40 aunque él refirió 39 cuando presentaron su libro el año pasado en El Cairo. No le importaban sus números, sus estadísticas, sólo los amigos que cosechó en los equipos que integró y su amiga-novia de toda la vida: la pelota. Esa última, en esa foto sepia que va llegando a la red ante el asombro de todo el mundo, donde se ve a todos sorprendidos menos a él, forma parte del homenaje de esta nota. En primera persona, gracias eternas por haberme permitido ser testigo de ese, tu magnífico último gran acto.