En muchos aspectos este viernes fue el día en que distintos sectores de la dirigencia, deportiva y política, trataron de identificar quién fue el que tiró la primera piedra que generó al menos tres violentos incidentes en el partido de Rosario Central y Peñarol en El Gigante por la Libertadores.
La línea de tiempo de los incidentes comenzó una hora antes del comienzo del partido, cuando una guerra de proyectiles entre hinchas de ambos clubes derivó en que desde la popular alta de calle Génova arrojaran vallas de 1.50 por 1.30 metro, y un peso de 40 kilos, hacia la parcialidad de Peñarol. En medio del festejo del gol de Central una bomba de estruendo fue arrojada desde la parte baja hacia la tercera boca de la tribuna alta. Esa detonación terminó, entre otros, con un nene de 5 años con dos heridas en la cabeza que demandaron dos puntos de sutura. Y al final del partido un proyectil impactó debajo del ojo izquierdo del lateral uruguayo Maximiliano Olivera provocándole un corte que terminó en hospitalización.
El viernes posterior a la primera fecha del Grupo G de la Libertadores fue un día de muchas reuniones, inspecciones, revisión de cámaras de videovigilancia, y de declaraciones cruzadas. Mientras en Conmebol se ponían a tono con lo ocurrido en El Gigante las partes fueron tratando de aclarar lo sucedido, en el mejor de los casos, o de llevar agua para su molino por uso y costumbre.
Desde Rosario Central emitieron una serie de comunicados en los que se pedía colaboración para “identificar de manera inmediata a aquellos simpatizantes _tanto de la parcialidad local como de la visitante_ que hubieren incitado y/o protagonizado incidentes y/o actos de violencia” que generaron “repudiables e inadmisibles” incidentes, sin entrar en detalle a cual de las incidencias se referían.
Ya sobre el mediodía, también vía comunicado, el club auriazul anunció que este viernes “está presentando una denuncia penal en el Ministerio Público de la Acusación (MPA) a los fines del esclarecimiento de los hechos de público conocimiento y búsqueda de los responsables”. Desde la Fiscalía segunda circunscripción indicaron al cierre de esta nota que la denuncia aún no había sido recibida.
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Del otro lado del charco, el presidente de Peñarol Ignacio Ruglio le apuntaba a la dirigencia de Central y al operativo policial tras los incidentes. “Era imposible que ahí (en el lugar asignado en la popular baja de Génova) entraran 2800 personas. Después también dejamos por escrito y, en las reuniones de seguridad hablamos claro, que era imposible que nos pusieran abajo con gente arriba y que pusieran vallado arriba", dijo Ruglio quien calificó el operativo policial como “pésimo”.
Vallas voladoras
“Hubo errores, fallas y situaciones a corregir. Hay que dejar en claro que el operativo de seguridad como se planteó y se planificó no estuvo a la altura de las circunstancias”. El director provincial de Seguridad Deportiva, Fernando Peverengo, fue el encargado de poner la cara de parte del estado provincial por el fallido operativo de seguridad que termino en incidentes en Rosario Central y Peñarol por la Libertadores. El funcionario analizó el operativo y dijo que “afuera de la cancha fue aceptable” hablando sobre el ingreso y egreso del público, entre ellos los hinchas uruguayos.
Pero el meollo del asunto estuvo sobre lo que sucedió dentro de la cancha antes, durante y al finalizar el partido. Alrededor de las 18, cuando faltaba una hora para el comienzo del juego y aún los planteles no hacían el calentamiento previo al partido, el ojo de la tormenta estaba puesto en los hinchas uruguayos ubicados en un codo de la popular baja dando espaldas a Avellaneda y Génova.
Los uruguayos se anunciaron con una serie de, al menos, media docena de bombas de estruendo. “Claramente hubo errores en los cacheos”, explicó Peverengo a la hora de hablar de las bombas de estruendo y las bengalas. Varios hinchas de Central indicaron, sobre todo en redes sociales, que varias de ellas cayeron en la tribuna alta. Y ahí, al menos para los locales, se dio la luz verde para arrojar entre cuatro y cinco vallas de 1.50 por 1.30 metro, y un peso de 40 kilos, que estaban precariamente colocadas unos escalones antes del vacío que daba a la parte baja. Esas vallas estaban custodiadas por una decena de empleados de seguridad privada con chalecos verdes.
¿Qué hacían empleados de seguridad privada en ese lugar tan sensible? “Por disposición de la Conmebol adentro del estadio no quieren presencia policial. Tiene que haber seguridad privada para contener. Y en caso de incidentes, entra a jugar la policía. La gente de Peñarol fue alojada en ese lugar por sugerencia de Central, que es el local, y nosotros avalamos porque pensamos que era potable el operativo. Pero eso falló”, contó a distintos medios el funcionario Peverengo.
“Esta claro que las medidas de seguridad fueron vulneradas. Tenemos que evaluar si el vallado estaba bien colocado y amurado. A simple vista vimos que se desprendía con facilidad. De mínima no estaban bien amurados. Si las vallas hubieran estado bien colocadas y el personal de seguridad hubiera hecho lo que debía, seguramente no se hubieran sido arrojadas. Esa esa es una situación a rever. Acá hubo responsables y nosotros dimos la anuencia para que los hinchas estuvieran ahí. Luego intervino la policía y se quedó hasta terminar el partido. Para la próxima oportunidad vamos a pedir que haya presencia policial, más allá de que haya que trabajar en la disuasión”, explicó el funcionario de la seguridad deportiva. Al menos un hincha de Peñarol sufrió escoriaciones.
Gol y bombazo
Todo continuó en la popular baja de Génova con los hinchas de Peñarol y Central separados por un frágil pulmón de unos 15 metros y dos líneas de policías de infantería de la policía rosarina. Pero la lluvia de proyectiles, en el mejor de los casos, no cesó en ningún momento. A los 46 minutos del primer tiempo Carlos Quintana puso en ventaja a Central en un partido en el que se respiraba Libertadores.
Mientras en la popular de Génova la mayoría festejaba, desde la parte inferior hinchas de Peñarol arrojaron al menos una bomba de estruendo a la bandeja superior que cayó a la altura de la tercera boca den ingreso. El papá del nene contó que “lo primer que hice tras el gol fue abrazar a mi hijo, festejamos unos segundos y cuando lo dejé en el piso escuché el impacto pero no vi nada. Ahí empezó a gritar de dolor y lo vi con la cabeza ensangrentada”, explicó. El muchacho llevó al nene hasta la ambulancia de la cancha donde le dieron cuatro puntos de sutura en dos cortes. “Me cayó una bomba al lado, que hizo una onda expansiva tan fuerte que creí que me había lastimado la pierna”, confió Juan, un socio canalla de 20 años.
Y llegó el final tras cinco intensos minutos de tiempo añadido. No sin tensión los jugadores visitantes fueron a saludar a sus hinchas ubicados en el codo en medio de una lluvia de proyectiles entre parcialidades en el exacto momento en el que la Infantería comenzaba a arrear a los visitantes. La escena se dio en el vértice que da a Avellaneda y Génova. Del lado de la popular, a la altura del córner, hay una paneles de acrílicos para evitar agresiones. De ese costado de la platea del río, es a cielo abierto. En medio de un tumulto entre jugadores un plateísta arrojó un objeto contundente que impactó en Maxi Olivera y le cortó la cara.
Para Camilo Mayada, compañero de Olivera, fue un encendedor. Para la dirigencia de Peñarol una piedra, cuya foto exhibieron a quien la quisiera ver, y para los hinchas canallas “una piedra que tiraron los hinchas de Peñarol a la cancha y los dirigentes la levantaron”.
Mientras las imágenes de los incidentes ganaban en los canales de deporte más espacio que el resumen del partido, los dirigentes uruguayos contaban su verdad ante los medios, incluso sugiriendo que el presidente de Central Gonzalo Belloso había intentado agredir a su par de Peñarol, y los del canalla emitían el primero de una serie de comunicados en el que daban cuenta que estaban “revisando las cámaras y controles de acceso a efectos de identificar de manera inmediata a aquellos” que produjeron los incidentes. Habrá que trabajar mucho de cara a lo que viene.