El fin de año impone un nuevo balance de lo actuado en los últimos seis meses. A diferencia de otros muchísimos semestres, el análisis que puede hacerse hoy en Arroyito es altamente positivo. No hay forma de entrarle al tema que no sea montado sobre la enorme alegría que provocó la obtención de la Copa Argentina, que vino a romper nada más y nada menos que con 23 años de sequía de títulos. Es que de la mano de Edgardo Bauza el canalla pudo cerrar un ciclo a todas luces, por ahí con las luminarias futbolísticas no del todo encendidas, pero el brillo de la consagración está mucho más allá de todas aquellas dudas que el equipo fue entregando con el correr de los partidos, tanto en la Copa Argentina como en la Superliga. Central cierra el año en condición de campeón y todo lo demás queda relegado a un segundo plano.
La reunión que mantuvieron la dirigencia y el Patón Bauza la semana pasada con el fin de programar lo que se viene pudo haber tenido un tinte con cierto dramatismo. Si Central no hubiera ganado la Copa Argentina posiblemente se hubiese charlado de algunos ciclos que se terminaban en Arroyito, pero lo logrado apenas un par de días antes de ese cónclave había planteado un escenario totalmente distinto. Era el mejor al que en Central no se subían desde hacía más de dos décadas.
Los festejos fueron interminables, de hecho se extendieron hasta el pasado domingo con la "caravana del campeón", las fotos con la copa en estadio Gigante de Arroyito siguen convocando a hinchas (socios y no socios) y como eso un montón de cosas más. Son situaciones que aparecen cuando un título se hace presente.
Es por esto que cuesta hablar de temas futbolísticos propiamente dichos, los que pueden dar cuenta de las enormes dificultades que encontró el equipo de Bauza para llegar a la final de la copa primero y coronarse después.
Valdrá también hacer mención a eso, pero la sensación en Central hoy es única. Tantas veces fue la columna del debe la que pisoteó deliberadamente a la del haber. Hoy es al revés. Hoy a las "buenas" no hay "malas" que puedan hacerle sombra.
Así, el balance no encuentra otro dictamen que no esté relacionado con el superávit, al menos desde lo emocional.
Ese título logrado está por encima de todo y de todos, pero el detalle de que haya llegado de la mano de Bauza es especial. Porque se trató del regreso a una vuelta olímpica con un técnico criado en Arroyito, que en su momento pudo darse el gusto de ser campeón como jugador y que ahora cumple el mismo sueño (es el primero en la historia canalla en lograrlo), pero como entrenador.
El Patón no se cansó de repetir que en su momento les dijo a los dirigentes "vuelvo para ser campeón", pero ni en lo más profundo de sus sensaciones creía que esta consagración podía llegar de manera tan temprana. Esto es fácilmente explicable a partir de las palabras del propio técnico cuando el día que fue presentado como entrenador en el salón Centenario del Gigante su discurso apuntó a "bajar los 41 goles en contra" que había sufrido el equipo y a "mejorar lo hecho en el torneo anterior".
Fue así que el equipo comenzó con pasos cortos, pero firmes, hasta que la descomposición futbolística comenzó a hacer de las suyas. Con una particularidad: el mal paso en la Superliga siempre encontró a mano un salvavidas emocional y futbolístico en esa Copa Argentina que el canalla se acostumbró a jugar de una manera especial, a quererla y a meterle protagonismo pese a los sinsabores cosechados en las cuatro ediciones anteriores.
Fue allí donde empezó a tallar el espíritu de ese equipo que mostraba flaquezas, pero se las arreglaba para sacar adelante partidos chivos, muchas veces frente a rivales de menor envergadura.
Es imposible dejar de lado lo que fue la victoria en el clásico frente a Newell's. Justo el clásico. Justo el rival al que el Patón nunca le había podido ganar como director técnico, lo que era uno de los mayores reparos que los hinchas ponían sobre la figura de quien hoy veneran.
Ese partido allá lejos en Sarandí fue un antes y un después en la vida de Bauza, quien dijo abiertamente que en ese momento se convenció de que el equipo estaba para ser campeón. Quizás haya aventurado un final de competencia más tranquilo y sin tener que lidiar con el sufrimiento de los penales en la semifinal ante Temperley, ni en la final contra Gimnasia, pero todo ese sufrimiento contenido se transformó en delirio tras el penal de Matías Caruzzo.
Todo lo demás casi que no corre. Al menos por estos días. Es que hoy se toma como un anhelo allá a lo lejos, amén de que no falte tanto tiempo, la necesidad de volver a sumar puntos en la Superliga para no tener que empezar a sufrir las complicaciones con el promedio. Para lo que resta de la temporada hay cierta holgura, pero con vistas a 2019/20 la cosa no pinta tan sencilla. Los dirigentes lo tienen bien en claro, pero será cuestión de que Bauza comprenda también en qué nido será necesario poner los huevos.
Y este es un tema que va de la mano con esa sensación de satisfacción que se vive hoy en Arroyito. Es que la consagración en la Copa Argentina puso al canalla frente a otro plato altamente tentador como lo es la Copa Libertadores de América, en la que ya conoce dos (Gremio de Porto Alegre y Universidad Católica de Chile) de los tres rivales a los que deberá hacerles frente entre marzo y mayo del año próximo, además de tener la chance de lograr un nuevo título en la Supercopa frente a Boca.
Un título, luego de tanto tiempo, es lo que se acomoda sin pedir permiso en la columna del haber. Después, la clasificación a la Copa Libertadores colabora para que el sentimiento sea todavía más placentero. Esos son los trazos de este Central que vive un fin de semestre diferente a tantísimos otros. El presente del canalla es esto: una alegría inconmensurable que hace inviable pensar en un balance que, esta vez sí, no arroje superávit.