Fue una postal de despedida sepia. Un adiós muy extraño, envuelto en triunfo pero adiós al final. Un saludo que tuvo que apurar la lógica de sus propios tiempos y debió salir antes a escena para ponerle punto final a un proceso que entusiasmó a todos en sus comienzos, pero nunca terminó de arrancar. Fue un cierre anticipado para el ciclo de Gabriel Heinze, un período que se derrumbó en su irregularidad, en la falta de logros, en objetivos de protagonismo que lo excedieron durante toda la temporada y en la curva decreciente de rendimientos de un equipo que fue perdiendo voracidad, decisión, juego y confianza. Así fue dejando de ilusionar (hacia adentro y hacia afuera), y se fue quedando sin certezas, ni combustible.
Pero este Newell’s pudo dejar de lado por una noche este contexto y le regaló al Gringo una merecida victoria que se transformó en goleada en el Parque. El 3–0 ante un Defensa y Justicia alternativo que tiene la mira puesta en la final de la Copa Argentina, con goles de Panchito González (a los 28’ y a los 54’) y de Gustavo Velázquez (a los 61’) sintetizaron las caracterísiticas de esta etapa, y con una producción que fue de menor a mayor forjó una victoria que al menos le cambia la mueca y el semblante tras la última fecha de la Copa de la Liga.
Este proceso se fue con las manos vacías. Como una burla socarrona del destino que no todavía no encuentra muchas explicaciones entre tantas oportunidades desaprovechadas, entre tantas idas y vueltas, tantos sordos empecinamientos, tantas pruebas de pizarrón que no se verificaron en puestas convincentes, ni en crecimientos individuales y colectivos, ni en saltos de calidad que siempre se debió. Esa carga emocional quedó matizada por el efecto de un triunfo más que merecido.
Por todo esto, en el Coloso hubo contrapuntos de emociones cruzadas. Esta vez, antes del partido no hubo silbidos ni cánticos de reprobación. Hubo gestos de apoyo que se fueron verificando alrededor de las 20.40, cuando el equipo salió a realizar los movimientos previos.
En el anuncio de la voz del estadio, tampoco hubo criticas a ningún jugador rojinegro. Esta vez, en la batalla escénica se impusieron los aplausos para un ídolo como jugador que no pudo tener un paso similar en su primera experiencia como entrenador en el Parque. Y eso sopesó en la balanza de las expresiones que surgieron de las tribunas.
Cuando Heinze entró a la cancha, después de sus dirigidos, fue a saludar al técnico rival (su amigo Julio Vaccari) y luego cuando fue al banco de relevos recibió un aplauso de la Visera, que agradeció levantando la mano. Había una frecuencia distinta en el ambiente, diferente a los cotejos anteriores en el Parque.
En esta ocasión, el trámite y el resultado abultado del partido ayudaron a mantener en caja el control de ese tablero de intercambios de gestos y cánticos entre la gente y los protagonistas dentro del campo de juego.
En el primer tiempo, sin claridad en el tramo inicial, pero con mucha decisión fue por un resultado positivo. Sufriendo algunos sofocones atrás, pero mejorando su producción ofensiva, de la mano de la intensidad de Panchito, los ojos abiertos de Balzi y las trepadas de Méndez.
Promediando esa etapa la lepra empezaba a llevar el desarrollo y las chances para su lado. Por eso no extrañó que, a los 28’, llegó el esperado gol, con un trepada de Panchito por izquierda y un remate cruzado que se transformó en la apertura. Fue un enorme grito de desahogo.
El extremo fue hasta el banco para abrazar especialmente a Heinze. El Gringo lo gritó a su manera, con los puños apretados, mirando al cielo y masticando bronca.
En el entretiempo la lepra se fue dejando la impresión de que pudo haber conseguido una cosecha aún más gruesa.
Heinze seguía las instancias con brazos cruzados, yendo y viniendo, una y mil veces. Como hace siempre. Aplaudiendo a los suyos en cada acción que lo merecía.
En el complemento, todo arrancó muy precido. A los 9’, tras un córner de Panchito, el paraguayo Velázquez se acordó de otras tardes de corajeadas y estampó el segundo de cabeza. El guaraní también fue hasta el banco de relevos a dedicar la anotación. Y, a los 16’, otro gol de Panchito entrando por la izquierda empezó a vestir de goleada un asunto que no parecía tan sencillo.
Las canciones desde los cuatro costados fueron cada vez más a favor y cada vez más atronadoras. Y, a los 29’, hubo una colorida catarata de fuegos artificiales que mostraron el carácter festivo que le imprimeron los hinchas al evento, y que obligó a parar el cotejo varios minutos.
Heinze dio indicaciones hasta el último minuto. Pittón recibió la mayoría de esas puntualizaciones finales.
Tras el pitazo de cierre, el Gringo saludó a sus colaboradores, a Vaccari y emprendió una rápida caminata al vestuario. Ahí cosechó abrazos de sus jugadores y aplausos de los cuatro costados. Incluso, se llegó a escuchar el “Olé Olé Olé...Gringo, Gringo”, que reconoció con gestos de agradecimientos.
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De esa manera, con una rara impresión de vacío maquillada por una victoria, se fue este ciclo, entre golpes inesperados y cuentas pendientes, entre triunfos y pasos adelante y retrocesos conspiradores, entre promesas tácitas y decepciones, con la sensación de que a esta historia le faltan todavía varios capítulos. Solo el fútbol sabe si Newell’s y Heinze se darán una nueva chance … En este adiós, por encima de la aflicción por lo que pudo ser y no fue, los gritos de aliento y de victoria fueron una sentida declaración, en señal de despedida.