El día que Diego Armando Maradona se puso la pilcha de Newell's quedó inmortalizado. Y hoy, a 28 años de aquel hito histórico, se sigue recordando casi con total incredulidad. Es que jamás un estadio se llenó de tanta pasión solo para presenciar una práctica de presentación, no de un partido oficial o un amistoso. Fue un día cargado de emoción, pasión y locura, no solo rojinegra sino de muchos hinchas que querían ver al Diez en su hábitat natural: una cancha.
Ese 13 de septiembre de 1993 fue un día mágico. El Diez volvía a ponerse la ropa de jugador, la de Newell's, algo realmente impensado. Ricardo Giusti junto al Indio Solari habían convertido lo que parecía una utopía en realidad, más la determinación del presidente de ese momento, Walter Cattáneo ("si sale bien voy a ser Gardel y si no el último guitarrista, pero les aseguro que me tiemblan las piernas", había dicho en los días previos). Y todo se convirtió en una locura, a tal punto que la llegada de Diego revolucionó la ciudad.
Ese día Diego entrenó por la mañana en los bosques de Palermo, estuvo en "Hola, Susana", se subió a un avión privado, saludó a los hinchas que lo esperaban en el aeropuerto y a las 17 estaba en el estadio, después de pasar por el hotel Riviera, donde se instaló en el noveno piso y permaneció durante tres meses. Más de 30 mil almas lo esperaban para darle la bienvenida en lo que fue un momento único e inolvidable. A tal punto que convocó hasta a hinchas de otros clubes. Es que se trataba de Maradona, uno de los más grandes de la historia del fútbol.
Cuando se hace un recorrido y se retrocede el tiempo hasta ese momento no hay persona que no siga sorprendiéndose. Los rostros de cada uno de los que concurrieron a esa cita se iluminaron al ver a Diego trotar, besar la pelota con la zurda mágica y gambetear en los trabajos que llevaron adelante en la cancha.
Maradona no solo estaba feliz, sino que lucía delgado y activo. Con la pelota y en una cancha se transformaba, era el Diego jugador que todos conocían y deslumbraba con su fútbol. Claro que fuera de ella lo invadían todos los fantasmas y trataba de luchar en un pelea desigual. Y que eso lo desgastaba en todo sentido.
Ese día parecía el del inicio de una nueva historia y un amor que nunca se terminó, más allá de la corta estadía que tuvo en el Parque. Maradona volvía a sentirse jugador a la par de ídolos leprosos de ese momento como Norberto Scoponi, Alfredo Berti, Juan Manuel Llop y Gerardo Martino. Y jóvenes como Gustavo Raggio (actual DT de Cipolletti), Chino Aquino e Iván Gabrich, entre otros. Todos bajo el mando del Indio.
"Veníamos de de perder con Mandiyú en Corrientes. No íbamos a hacer casi nada los que jugaron, pero hubo que realizar una práctica de fútbol porque había 35 mil personas en la cancha", recordó Gabrich, una de las jóvenes promesas leprosas, a Ovación.
"Diego entró al vestuario con su gente, traje Versace azul y todos nos quedamos mudos. En mi caso era ídolo máximo a nivel deportivo y estoy seguro que de todos los demás. Se cambiaba en un mismo vestuario que nosotros, por eso digo que fue un momento único, imborrable e histórico para nosotros. Y, obviamente, para Newell's. Mirábamos a un ídolo inalcanzable mas que a un compañero de equipo", confesó el Tanque.
Grandes y chicos leprosos y de otros equipos gozaron y se emocionaron desde las tribunas con ese Diego vestido de rojo y negro. El fuego de la pasión no se apagó en ningún instante y permaneció encendida hasta el último segundo de un entrenamiento recordado y que permanecerá grabado por siempre. Es difícil encontrar algo semejante, más aún en esa época.
Semanas más tarde, un 7 de octubre, Newell’s jugó un amistoso con Emelec de Ecuador para que Maradona tuviera su presentación como jugador y con gol incluido. Y tres días después debutó de forma oficial (ante Independiente en Avellaneda).
Veintiocho años pasaron de la primera cita de amor de Diego con Newell's. Un amor que permaneció inalterable más allá de la separación y el poco tiempo de convivencia. A tal punto que una de las tribunas lleva su nombre a modo de homenaje.