Mérida juega a las escondidas. Quizás esa forma de acceso un tanto dificultoso es lo que también la hace atractiva. De igual forma vale un pequeño tirón de orejas, irónico si se quiere, para la Federación Venezolana de Fútbol por esto de traer el partido con Argentina a un lugar para el que es necesario llevar a cabo una logística de viaje al menos algo impiadosa. Si hasta la delegación que conduce el Patón Bauza se vio obligada a realizar el último tramo en micro (en chárter pudo hacerlo hasta la estación El Vigía), ya que el aeropuerto de la ciudad no está capacitado para recibir aviones de gran porte. ¿El motivo? El ejido urbano está enclavado entre las cadenas montañosas de Nevada y La Culata, lo que imposibilita tanto el despegue como el aterrizaje. No así de aeronaves más pequeñas. Ese aeropuerto pequeño forma parte de la estructura antigua, ciento por ciento colonial, de una ciudad en la que las construcciones chicas son el común denominador.
Los habitantes de Mérida, al menos la gran mayoría de los que consultó Ovación, entregan una misma visión sobre las principales características de una ciudad que, dicen, funciona a contramano de otras grandes urbes venezolanas. Argumentan que es tranquila, cálida desde el afecto que ofrecen sus habitantes (alrededor de 400 mil) y de las más seguras de Venezuela, lo que no es poco. "Todavía no está contaminada en ese sentido", dijo Yolimar Angarita, una de las recepcionistas del hotel La Terraza.
Una de las principales características es la residencia de muchísimos jóvenes, que no llegan porque sí ni a vivir más tranquilos que otros lugares, sino que lo hacen con el objetivo de cumplir con sus estudios universitarios. Son varias las carreras en las que intentan una apuesta a futuro, sobre todo la de medicina. En ese rubro se encuentra, y lo dicen con orgullo, "la mejor escuela del país (la ilustre Universidad de Los Andes)". "Donde vayas después no necesitas revalidar título", comentan.
El estilo colonial la hace particular (los libros dicen que fue fundada en tres ocasiones, la primera en 1558). Sin temor a equivocaciones, conserva la estructura. Calles pequeñas, casas bajas y lomadas son algunos de sus atributos. A la vista, aún con un recorrido todavía incipiente, da gusto transitarla, más cuando las distancias son dentro de todo pequeñas, para nada traumatizantes, lo que hace que el tránsito también quede encerrado dentro de esa sensación placentera.
Tiene dos accesos terrestres claramente definidos. El llano, que se hace desde El Vigía, es el más rápido. Pero seguramente el menos atractivo. Es que abordar Mérida por la otra parte de El Páramo es un trayecto que llena los ojos. Después de la autopista José Antonio Páez (uno de los próceres de la independencia de Venezuela), se comienza un camino de montaña de aproximadamente unos 140 kilómetros (parecen muchísimos más). Una curva hacia aquí, la otra hacia allá, pero una detrás de la otra. Una exageración de curvas. Interminables. Pero atrayentes por cierto. De esa forma se llega hasta uno de los puntos más altos de El Páramo, para luego comenzar el descenso, en el que las curvas y contracurvas jamás cesan, incluso hasta llegar al mismísimo casco urbano de Mérida. A veces es difícil ponerles palabras a algunas cosas. Para aquellos que tuvieron la suerte de recorrer el norte argentino, en esos 140 kilómetros está el camino a Tafí del Valle (Tucumán), la Cuesta del Obispo (Salta), el camino a Cachi, pero a los costados del camino mucho (¡muhísimo!) más verde. Y a cada paso, un Purmamarca a los costados, donde las artesanías están a flor de piel, a la vera de la ruta.
Y si de El Páramo se trata, a la cima se llega también por un teleférico, el más largo y el segundo más alto del mundo (supera los 4.800 metros sobre el nivel del mar), del que todos se golpean el pecho. Quien esto escribe no tuvo la suerte (ojalá sea por ahora) de vivir la experiencia, pero escuchar hablar de esa excursión es inevitable.
Y es también una ciudad turística. Por eso el gran movimiento por estos días, más teniendo en cuenta el receso escolar que comenzó el 15 de julio y finaliza dentro de 10 días.
A esta ciudad llegaron anoche Buza y sus jugadores, a lograr que el encanto de Mérida se asemeje al encanto futbolístico que depararían otros tres puntos para quedar un poco más cerca del Mundial de Rusia 2018.