De estar casi descartado a ser el héroe de la tarde. Ignacio Malcorra es la tapa, el objetivo de todos los fotógrafos, el acaparador de abrazos, el que se fue en andas, aplaudido por las cuatro latitudes de un Gigante en modo caldera. Un 10 para el 10.
En un clásico tan friccionado, mal jugado, con poca gestación y menos aún resolución, fue un típico partido en que todos los caminos conducían a un insípido empate. Lo único que podía torcer el rumbo era una jugada aislada, de pelota parada, o algún yerro defensivo que trastoque todos los papeles de la quietud general. Y así fue.
Para contar el final de la película siempre hay que conocer el origen de la historia. Ya que están tan de moda las precuelas, la relación de Malcorra con Central tuvo un inicio con picos de altitud que terminaron siendo determinantes y lo anclaron como pasajero habitué del colectivo manejado por Russo. Pero todas las relaciones tienen momentos de turbulencia.
A sabiendas de la jerarquía del 10, en algunas presentaciones sobre el final de la liga pasada, le estuvo esquivando a su mejor versión. A tal punto que había una versión sobrevolando Arroyito sobre un cambio de aire y una vuelta a Unión o rumbear a Independiente. Un posteo de Nacho en sus redes sociales despejó todas las dudas y le puso claridad a su intención de seguir en Central, donde está muy cómodo hace ya tiempo.
La Copa de la Liga arrancó a los tumbos para Central, a nivel cualitativo y cuantitativo. A eso hay que agregarle una seguidilla de lesiones que atentaron contra la estabilidad del equipo. Una de ellas, la de Malcorra. El 10 canalla salió con una lesión muscular en el 1-1 ante Independiente a los 19 minutos, aquel martes 19 de septiembre por la noche, y cuando venía mejorando su imagen lentamente, con gol incluido en el triunfo previo en casa ante Talleres.
La lesión, que no fue comunicada oficialmente, pero fue un desgarro en el sóleo confirmado por el mismo jugador, lo marginó del choque ante Gimnasia en La Plata y desencadenó una enorme incógnita sobre su presencia en el clásico.
Recién a fines de esta semana se sumó a los entrenamientos, siempre acompañado por kinesiólogo y cuerpo médico, señal que aumentó aún más los signos de pregunta. Con poco rodaje futbolístico, sin la certeza de su estado físico merced a la lesión, Russo lo metió entre los convocados de igual forma. Con el diario del lunes, puntazo para el DT.
Central no producía en mitad de cancha, nadie paraba la pelota ni tenía visión de juego, ni pergeñaba mecanismos de acción para lastimar a Newell’s. Russo metió mano, se la jugó y lo mandó al 10 al terreno de juego sabiendo que no estaba en plenitud física. Adentro en el minuto 54.
El reencuentro de Malcorra con la pelota bastó para que Central se adelantara levemente en la cancha. Empezó a fluir de otra manera la balón.
Minuto 40, falta de Velázquez a Martínez Dupuy en la puerta del área, cuando el mexicano se escapaba solito contra Hoyos. Malcorra dijo “es mía”. El 10 la acomodó, miró a Hoyos, seguramente ensayó el remate en su cabeza, la volvió a acomodar, tomó una corta carrera y, sin que nadie imagine lo que iba a venir después, se comenzó a gestar el estallido. Acomodó el cuerpo, la zurda acarició la redonda, la colocó a su gusto contra el palo izquierdo de Hoyos, mientras las caras de los hinchas canallas que estaban al fondo de la situación iban mutando en felicidad y un grito gigante. No fue el genio de Aladdín, fue el genio Nacho, que frotó la lámpara y le cumplió el deseo a todo el pueblo canalla.
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