La suspensión de los dos clásicos de la ciudad fue la puesta en escena de un final anunciado. Luego de dos semanas de provocaciones y atentados la tensión estalló en el corazón del club del parque Independencia, donde un roce menor con la hinchada rival disparó una secuencia tras otra de acciones violentas. El saldo fue un policía herido con una bala de plomo, al menos un simpatizante leproso lesionado con posta de goma y centenares de socios que oscilaban entre la ira y el pánico por la abrupta irrupción de la policía en las instalaciones, donde los afiliados usaban las piletas y los parrilleros como si el día del cotejo fuera un domingo más.
El primer acto de esa serie encadenada de agresiones fue en la calle, cerca de las 17. Las versiones sobre el inicio eran confusas. Según la más extendida, un colectivo con simpatizantes y banderas de Central pasó por Pellegrini y Pueyrredón y los hinchas de Newell’s salieron a marcar terreno a pedradas. La policía intervino. Unas veinte chatas y patrulleros de distintas dependencias llegaron al acceso principal al club del Parque. Según la reconstrucción judicial, los hinchas leprosos corrieron hacia el Palomar y desde adentro del club recibieron a los efectivos a los tiros. En ese ataque con plomo fue herido el agente de la comisaría 5ª Pablo Sebastián Orellano, de 30 años, quien anoche se encontraba estable tras ser operado (ver aparte).
La agresión a Orellano desató una brusca irrupción policial en el Coloso. Bajo un pandemónium de tiros con armas tipo Itaca, las familias que estaban en el natatorio vivieron momentos de terror. Los cartuchos de colores de unos cuatro centímetros quedaron esparcidos en el piso y algunos socios guardaron puñados en los bolsillos. Hubo diez detenidos y al menos un hincha herido en un glúteo. La balacera duró unos diez minutos. Personal de Balística luego incautó vainas 9 milímetros en el club y en la calle.
La escalada no se detuvo ahí. Volvió a explotar minutos más tarde cuando llegó el ministro de Seguridad provincial, Raúl Lamberto. Arribó en un minibús en el que planeaban llegar a la cancha de Central los dirigentes rojinegros junto con funcionarios de la provincia y el municipio, en señal de cordialidad previa al clásico. Iban a buscar a los jugadores a Ricardone, pero enterados de los sucesos en Newell’s desviaron el recorrido.
Cuando Lamberto puso pie en el asfalto, frente a la puerta 6, los hinchas lo increparon a grito pelado. “Los policías se metieron en la pileta, en los palcos, frente a criaturas de cuatro años. Entraron como si fuera la casa de ellos, tiraban a mansalva”, reprocharon exaltados los socios. El ministro entró a recorrer las instalaciones y logró permanecer imperturbable a los insultos de todo orden que le prodigaron a lo largo de unos 300 metros.
Unos cincuenta socios enfurecidos de distinto sexo y edad acometieron a gritos contra el funcionario, sin dejar de insultarlo en la cara mientras iba escoltado por sólo dos policías. Los hinchas incluso arremetieron contra el presidente Guillermo Lorente y agredieron a fotógrafos y periodistas. “Robale la cámara. Asaltalo”, gritaban. A un reportero de El Ciudadano lo arrinconaron y le robaron la tarjeta de memoria. Más tarde impidieron el ingreso de cámaras de Canal 3 y Somos Rosario.
La irritación fue el tono de la tarde y la tensión se palpaba con sólo respirar. “Entraron reprimiendo y por las ocho puertas”, gritaba una chica en el sector de piletas, donde los socios esperaban para que los dejaran retirarse. “Por favor tranquilos así podemos salir en orden”, se escuchaba por altavoz. Con escenas de dramatismo, el sector fue desalojado después de las 18.
“Me pusieron un arma en la nuca y me hicieron salir con los brazos en alto con mi nene de 5 años”, denunció entre la exaltación y el llanto Betina Molinari. “No sabíamos adónde ir, se metieron en todos lados”, relataron otros socios. Al final, luego de la reunión que mantuvieron la comisión directiva, Lamberto, el secretario de Seguridad Matías Drivet y el jefe de policía provincial Cristian Sola, se informó la suspensión los partidos. Afuera, la tensión seguía en el aire.
"Que se aclare cómo lo hirieron". “Sabíamos que había llegado con un tiro, pero no sabíamos si estaba grave. Para colmo en las redes sociales empezaron a colgar que había fallecido. No sabemos bien cómo lo hirieron y pedimos testigos para que esto se aclare, porque esto le pudo pasar a cualquiera”, lamentaban en una puerta del Hospital de Emergencias los familiares de Pablo Sebastián Orellano, el policía herido en los incidentes en Newell’s. El agente, desde hace dos años sumariante de la comisaría 5ª, fue operado por un hematoma que el balazo le dejó en el cuello. La bala quedó alojada cerca del pulmón derecho. Sería de calibre 22.
El agente de 30 años vive con su madre de 60 en Empalme Graneros, en el primer piso de una casa que también ocupan sus hermanos mayores. Ayer estaba de franco pero lo llamaron como refuerzo.
“Es un chico sano, juega a la pelota, se dedicó toda su vida al deporte y no faltó a trabajar ni una sola vez”, dijo su hermano Néstor. “Lo peor de todo es que es fanático de Newell’s”, apuntaron su cuñado y un amigo.