“El fútbol sirve para pensar colectivamente una forma de vivir”, dice Ayelén Pujol. Periodista dedicada al deporte, feminista y maradoniana, acaba de publicar “Querido Gino. Cartas para amar el fútbol, de una madre a un hijo”. El libro, de la Editorial Fútbol Contado, consiste en una serie de cartas destinadas a su hijo Gino, que en la actualidad tiene un año y dos meses, en las que le habla del juego en sí, de las vivencias de su madre, de los ídolos. A través de las páginas resalta que el fútbol es un espacio donde se comparte con otros y existen valores, identidades, pasiones y sentimientos. “La idea del mundo que quiero transmitirle a mi hijo es que nadie juega solo”, comenta Pujol del otro lado de la línea, mientras cada tanto se escucha de fondo la voz del destinatario de la tercera publicación de la periodista, que trabaja para Radio Provincia, entre otros medios.
¿Cómo fue naciendo la idea del libro?
Cuando fue el Mundial, me llamaron de El País (diario de España) para hacer comentarios de los partidos de Argentina. Se jugó el primero, contra Arabia, y me di cuenta que no lo iba a poder a hacer, porque tenía a Gino de un mes y medio. Tampoco tenía contexto. No sabía lo que pasaba en la calle. Estaba encerrada en el living de mi casa con un bebe, tratando de conocernos, sin dormir. Hablé con la editora y le propuse que escribiría contándole el Mundial a mi hijo. La realidad es que nuestro mundo es el fútbol, porque además de ser mi trabajo, me atraviesa a mí y a mi compañero. Y desde el momento que pensábamos tener un hijo estaba la fantasía de cómo le contábamos que somos de Boca, quién fue Maradona, quiénes son nuestros ídolos, cuáles son nuestras pasiones y cómo hacer para compartirle lo que sentimos. Estando embarazada de seis meses fui a la Copa América femenina para Relatores (plataforma multimedia). Fue un viaje con él. Ya desde la panza estaba Gino en un entorno del fútbol.
¿Por qué hablarle desde el fútbol?
Siempre me pareció que el fútbol es la mejor excusa para contar sobre el mundo, la vida, la amistad, las frustraciones, los dolores. Siendo una nena, en otro momento histórico, me decían que jugara a las muñecas. Era un juego en soledad. A lo sumo venía una amiga con otra muñeca. Era estar sentada, cambiarle los pañales o peinarla. Me parecía lo más soporífero del mundo. En cambio mi hermano llegaba de la escuela, tiraba la mochila y se iba a jugar al fútbol. Y empecé a hacer lo mismo. Nadie juega solo al fútbol. Como vivencia, esa es la principal diferencia entre el fútbol y la muñeca. Me parece también metafórico para transmitirle la idea del mundo que queremos a un hijo. No queremos jugar solos. El fútbol es un espacio, ya sea para jugar o siendo hinchas, de encuentros, para compartir alegrías, abrazos, para acompañarnos en las frustraciones. El fútbol sirve para pensar colectivamente una forma de vivir.
El libro tiene un formato especial.
Son cartas que hablan de fútbol y de la vida, de cómo hacer amigos, de cómo pasar la pelota, de buscar al que está solo allá arriba esperando el pase. También de los amores, de cómo ser hincha o qué es ser hincha. Habla de la identidad, de qué es el fútbol para nosotros, de qué es ser de Boca como su papá y mamá. Le cuento del Mundial, que también es una situación excepcional en la vida de una persona, y no sé si Gino va a volver a ser campeón del mundo. Además le cuento cómo jugaba su papá y su mamá. Como madre que juega al fútbol tengo la fantasía de hacerlo un día con mi hijo. Mi fantasía es que cuando vaya a la escuela, si juega bien, le pregunten si heredó el talento de su papá, y que él les conteste: “No. La que es buena en mi casa es mi vieja”.
Escribiste los libros “¡Qué jugadora! Un siglo de fútbol femenino en la Argentina” y “Barriletas Cósmicas. Historia del fútbol femenino”, pero este es un relato intimista, ¿te costó?
Escribirlo no me costó. Es algo muy íntimo, porque aparece como nos conocimos con el papá de Gino, el parto, los temores, la maternidad y lo que me cuesta a los 40 años. Lo hablé mucho con (el periodista) Andrés Burgo, que escribió River para Félix y también tiene mucho de intimidad. Pero viste que cuando escribís la historia de uno también es la historia de muchos, sobre todo cuando hablás de ciertas cosas, como ser hincha o de un Mundial. Un poco me terminé convenciendo de escribirlo por ese lado.
¿Por qué el formato de carta?
Me parecía la forma más auténtica, intimista para comunicarse y dejarle algo a alguien. Las cartas ya no existen y es un género hermoso. Hoy nos comunicamos hasta sin palabras, con símbolos, una carita. Todo un código construido que va en detrimento del uso de las palabras. Lo que tienen las nuevas tecnologías es que no queda registro, todo se borra, es efímero. Mi papá me contaba de jugadores que nunca vi, y a Gino quizás algún un día le hable Messi por inteligencia artificial. Me parecía lindo recurrir a las palabras y expresar las sensaciones de esos momentos, sin transformaciones, una cosa indeleble, auténtica, genuina y hasta contracultural. Lo que pasaba cuando nos mandábamos cartas era que las leías varias veces. Hoy los mensajes no los volvés a leer.
Desde tu profesión siempre reivindicaste el feminismo, los derechos de la mujer, ¿es un tema que también aparece en las cartas?
Sí, desde la maternidad, lo que te pasa, lo que ganás y perdés cuando querés tener un hijo. Las cartas empiezan desde que empezamos a desear tener a Gino. Al principio quería una nena con quien poder hacer todo lo que no me había pasado a mí. Llegó Gino y está el desafío de criar a un varón en este mundo, para una mujer que se considera feminista. Y ahí vuelvo siempre al fútbol. Jodo con el comentario de una compañera de trabajo que dice que Messi hizo más por la caída del patriarcado que todos los varones del mundo juntos, porque resulta que hoy todos los nenes se quieren vestir de rosa (por el color de la camiseta de Inter Miami).
En la tapa del libro aparece una foto de Gino con un muñeco de Maradona, ¿qué mensaje querés hacerle llegar de Diego?
En casa somos todos maradonianos. Es nuestro superhéroe. Cuando Gino estaba por venir, una de las charlas era cómo le contamos quién era Maradona. Unas amigas, antes que naciera, nos regalaron ese muñeco. Estamos trabajando para que sea su juguete de apego (risas). Tenemos un cuadro de Diego en el comedor y cada vez que pasamos, alzamos a Gino, miramos el cuadro y cantamos Olé, olé, olé, olé, Diego, Diego. El te pide que lo alcemos porque, sabés cómo son, cuando ven que hacen algo que a vos te gusta, lo repiten. Para nosotros Maradona representa un montón de ideales y valores. También cosas que no están buenas. Sabemos que tuvo violencias que no quisiéramos que un varón repitiera jamás. En la primera carta del libro cuento que tengo dos grandes miedos en la vida, el de no poder jugar nunca más al fútbol y el de ser madre. Voy contando como cambio la ropa de ser soltera a ser madre, atravesando ese miedo y obviamente dejando de jugar al fútbol. Y escribí sobre un sueño real que tuve en el que aparecía Maradona y me decía: “Vos ya no podés jugar más. Retirate. Te tenés que dedicar a las tareas de cuidado”. Fue traumático para mí. Se lo conté al hermano de Gino, que es antifútbol, y me dijo: “Ahora Maradona ya no importa. Ahora el que importa es Messi”. Fue una manera de decir que no le hiciera caso, que Diego no tenía importancia. Esa aparición de Maradona en un sueño está en el libro. El Mundial también fue hacer el duelo de Maradona, de jugar el primero sin él.