Los momentos intensos siempre dejan secuelas, para bien o para mal. Y estaba muy claro que la presencia de Maradona en la cancha de Newell’s iba a tener consecuencias, iba a dejar una estela radiante como la que ocurre con el paso de una megaestrella, y mucho más si tiene las dimensiones incomparables del Diez eterno. Y el saldo que dejó el paso del tsunami Maradona tiene dos aristas bien diferenciadas. Una es la rúbrica total del amor recíproco entre el pueblo leproso y Diego, una relación de afecto y pasión ya indestructible que trascenderá el avance del tiempo. Y la otra, la estrictamente futbolística, es que el equipo de Frank Kudelka, como nunca antes en su ciclo, tuvo una imagen absolutamente deshilachada, apática, desordenada y sin respuestas anímicas ni de funcionamiento colectivo para sobrellevar la adversidad ante un Gimnasia que literalmente lo pasó por arriba en un Coloso donde suele hacerse fuerte. Es como que el imponente marco, sumado al concierto de horrores sin excusas de parte de los jugadores, paralizó el andar leproso justo cuando los hinchas después de mucho tiempo volvían a estar con una sonrisa.