La frase que patentó el Gringo Heinze cuando vestía la camiseta de Newell's tras perder un clásico en Arroyito ("los objetivos son otros") le cabe a la perfección a lo que fue la presentación de Central en cancha de Vélez, el equipo que es dirigido justamente por aquel tremendo defensor que hoy porta el buzo de DT. Hay un contexto en el medio del que hay que dar cuenta, el cual se debe poner dentro de un manto de entendimiento la poca mella que quizá haga esta derrota auriazul por 2 a 0. Un equipo muletto, con los titulares (a excepción de Ledesma, que estuvo en el banco) siguiendo el partido por televisión, fue lo que el canalla puso en cancha para cumplir con la obligación del fixture. Claramente el objetivo, la mente y las ilusiones están puestos en otro lado. La referencia es obvia: la final del jueves por Copa Argentina lo es todo hoy en Arroyito y allí siempre estuvieron puestas todas las miradas. Dolió la derrota, sobre todo por la forma en la que se dio, pero creer que puede provocar un decaimiento anímico es un análisis erróneo.
Un buen resultado ante Vélez hubiera servido para meterle una pizca más de sustento emocional a la final que se viene. Tampoco hubiera modificado el escenario de ese enorme desafío que ya entró claramente en la cuenta regresiva. Era jugar para cumplir y ver de qué manera podían responder en cancha algunos juveniles, aunque _se insiste_ nada hubiera modificado el contexto.
Bauza de por sí es un técnico que vive los encuentros con mucha tranquilidad. El de ayer no fue la excepción. Sabía que no podía exigir más de la cuenta a jugadores que venían con un rodaje escaso bajo su ciclo. De hecho, algunos ni siquiera habían jugado desde que el Patón tomó el equipo. Si se fue conforme o con un dejo de bronca es apenas un dato anecdótico. Destacó el orden del primer tiempo y renegó porque el equipo perdió un poco las formas tras el gol de Robertone, pero no más que eso.
Es que el Patón es quien mejor puede entender dónde está parado Central. Y fue eso lo que lo llevó a tomar una decisión tan clara como entendible: guardar a todos los titulares y mandar a la cancha a quienes semana tras semana suelen hacer las veces de sparrings en las prácticas de fútbol.
Quedará para más adelante el análisis fino sobre si hay jugadores de recambio que lograron aprovechar la chance, pero no deja de ser eso un pequeño granito de arena en medio de un enorme médano.
El Central versión Superliga de estos días no tiene nada que ver con el Central versión Copa Argentina, más allá de las últimas dos victorias. Es tan grande la distancia entre el peso de una realidad y otra que el segundo plano en el que se puso el encuentro de ayer en Liniers no ruboriza a nadie, ni siquiera a esa comitiva dirigencial que cruzó parte del campo de juego cuando el estadio del Fortín ya se había desagotado por completo. No hubo un solo rostro de preocupación. Quizá alguna pizca de angustia, pero nada que pudiera apartarse del foco principal.
Hoy por la mañana no habrá ronda de charla y autocrítica en Arroyo Seco para sacar a la luz los errores cometidos frente a Vélez. Lo que sí aparecerá será un trabajo a destajo para robustecer las virtudes de un equipo que en pocos días irá nuevamente en busca de un título en la Copa Argentina.
El muletto canalla vino a Liniers a hacer lo que pudo, a colaborar para que el estado anímico fuera un poquito mejor, pero la presencia del cuerpo no quitaba la ausencia de la mente. Porque claramente los objetivos de Central son otros.