Hacía rato estaba jugando de 9. Palma le pidió que vaya de nuevo al área para el córner que generó el Cuis Daniele, que la guapeó raudo cual si fuera un puntero izquierdo. Ya hacía rato no había partido en un Gigante febril, abarrotado, que era un sólo grito empujando una y otra vez hacia lo imposible. Se jugaba con el corazón, con el del Negro, el de Vitamina y el resto. Y el de Petaco, por supuesto. Casi sus piernas no obedecen al último pedido del capitán, el gemelo derecho se le estaba acalambrando, pero claro que fue.
El pibito Colusso se la cedió a Palmita, ese otro “pibe” de entonces 37 años no paró la pelota, apenas la adelantó unos metros y cuando se frenó, enderezó su cuerpo y la metió ahí, apenas pasando el punto del penal, adelante, para que Horacio Angel Carbonari se elevara en su metro 91 y estampara, de pique al suelo, ese otro cabezazo ahí mismo inmortal de la historia dorada de Rosario Central. Fue un 19 de diciembre de 1995, de hace 25 años, fue el título de campeón de la Copa Conmebol.
Como otro 19 de diciembre pero de 1971, cuando Aldo Pedro Poy inauguraba la era más gloriosa en Arroyito con su palomita eterna. Tenía que ser Angel el segundo nombre de Petaco, como el del Angel por excelencia que tanto cuidó al pueblo de Central y le dio las mayores alegrías. El de don Angel Tulio Zof, el forjador de campeones, el del enésimo retorno apenas 4 meses antes, en medio de una gran crisis económica. Y vaya si fue simbólico que el héroe de esa hazaña sin par, la de revertir un 4 a 0 en una final como nunca pasó en la historia, haya sido Carbonari. Tenía entonces 21 años el nacido un 2 de mayo, otra fecha emblemática canalla, la del título de la temporada 86/87.
Y ojo que ese gol, como el primero de Da Silva, el misil del tiro libre del mismo Petaco o el zurdazo del pibe Cardetti, no se lo hizo a cualquiera, sino a Claudio Taffarel, el arquero campeón mundial con Brasil apenas un año antes. Por eso Petaco apenas le marcó el tercero de la noche, el del otro cañonazo en la definición por penales, lo primero que hizo fue saludarlo en señal de respeto.
Como Roberto Bonano, para quien la Copa era su chance de recuperar el lugar perdido por una grave lesión y lo primero que hizo antes de festejar fue cambiarle los guantes. El golpe de KO lo dio Petaco y los penales fueron el conteo final. Tanto, que la escena del muchachito de la película trepado bien alto en el alambrado con la boca llena de gol se repetiría enseguida con el Polillita. Y después..., después fue una explosión, una celebración a la altura de lo que el equipo acababa de hacer, que luego de las mil y una vueltas olímpicas con la gente, derramó rápido en una ciudad conmovida por una proeza sin precedentes. Y tanto fue el apoyo popular, que al volver a Brasil el plantel de Mineiro ensayó la explicación del apriete para justificar su humillación. Nunca habían sentido en realidad que el afuera jugara tanto como remarcaron todos los protagonistas, que además, vale decirlo, hicieron un partidazo.
Jugó 9 partidos un 19 de diciembre. Nunca perdió. Un día así, del 70, clasificó por primera vez a la Libertadores. Poy y más tarde Petaco, Palma, don Angel, hicieron además que fuera una jornada mítica, heroica. Sí, una verdadera fecha patria canalla jalonada de coraje.