La insólita historia de los rosarinos que viajaron a Montevideo a ver la final de la primera Copa del Mundo de Fútbol en julio de 1930 ofrece una interesante mirada sobre las similitudes y diferencias de dicha experiencia en relación a la disputa este domingo de la Copa Mundial de la Fifa Qatar 2022. Claro que las cosas han cambiado, pero no tanto. El texto al que se refiere esta nota fue publicado por el Diario La Capital el viernes 30 de julio de 1965 con motivo del recordatorio de aquella final con el título “Odisea del París y frustración de los rosarinos”.
A diferencia de la rivalidad Sudamérica-Europa, se trata de la época de oro del fútbol rioplatense, “un distintivo especial de belleza e ingenio que consagró una nueva modalidad superando viejos moldes”. Aquí “uruguayos y argentinos son los candidatos al cetro por primera vez en disputa".
El Mundial fue para los uruguayos una parte de los festejos por el Centenario de su Independencia y venían cebados por ser campeones en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam de 1928. De este otro lado, “nadie dudaba de la capacidad del combinado argentino, y en todos los rincones de nuestro país, las esperanzas y el entusiasmo componían un clima excepcional, de expectación y de suspenso”.
Hacia Montevideo
Rápidamente se organizaron viajes con destino a la capital de la Banda Oriental con el objetivo de “llevar aliento a nuestro equipo en la formidable lucha. Y la íntima ilusión, la encendida ansiedad de gritar ¡Argentina! ¡Argentina! en las tribunas del flamante coloso de cemento" denominado estadio Centenario.
Rosario no escapó a la seducción del fútbol en vivo y en directo y la empresa de navegación Mihanovich puso a disposición el vapor París para que los rosarinos viajen a ver el partido. Las localidades de la nave se cubrieron en pocas horas y “con exceso” ya que además de los camarotes se vendieron boletos para hacer el trayecto fluvial de pie. Y el diario arenga: “¡Qué importaba cualquier sacrificio ante sentimientos que repercuten tan hondo!”.
El 29 de julio el París largó amarras desde el puerto de Rosario con una multitud enfervorizada, “dichosa” califica La Capital, como pasaje. En cada rincón de la nave “nadie admitía un revés” con comentarios del tono “Ganaremos el campeonato” y “Traeremos el título”. Llamó la atención del cronista que “algunos de los viajeros ni siquiera habían presenciado muchos partidos de fútbol, pero estaban contagiados por la euforia”.
Lo inesperado
El viaje se hizo sobre un “río manso” hasta que el París entró en un banco de niebla. Le espesura del fenómeno comenzó a preocupar a la tripulación y a los viajeros. La intranquilidad se convirtió en angustia cuando “de pronto el París se detuvo en una violenta conmoción”. El desorden se calmó ante la peor de las noticias: el París había encallado. La palabra del capitán fue taxativa: “No podemos seguir así, sería demasiado peligroso”.
Fueron once “interminables” horas sobre el barco en medio del río cuando a los “heroicos aficionados rosarinos” los invadió la desazón. Cuando el París pudo nuevamente poner en marcha sus motores ya sabían que llegarían casi de noche a Montevideo y el partido era a la tarde, a las 14.
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Así lució el estadio Centenario durante la disputa de la primera final del mundo entre uruguayos y argentinos.
Archivo Histórico Diario La Capital
El grupo de rosarinos se enteró de la derrota de la selección argentina por 4 a 2 sobre el París. De todos modos, llegó hasta el estadio Centenario cuando el partido había terminado y allí sacó una foto. Según se dijo en el barco fue como si la “impenetrable niebla” hubiese presagiado “el derrumbe de nuestro seleccionado”.
Doble derrota
El viaje “fue un sacrificio en vano” en el que faltaron previsiones, alimentos y comodidades, ya que ni siquiera consiguieron alojamiento en una Montevideo estallada de alegría sobre la avenida 18 de julio y hasta fueron objeto de bromas ya que algunos llevaban escarapelas argentinas. Según La Capital, fue “una fiesta de notables relieves”, fue “el apoteosis del entusiasmo popular” en la “celebración de un triunfo que en mucho tenía, por obra de exageraciones de las masas, aspectos de triunfo de la nacionalidad”.
Los viajeros rosarinos a la final del Mundial de Uruguay en 1930 volvieron a la ciudad como pudieron, algunos en el París y otros, que se negaron a repetir la varadura, “colados” en el vapor General Artigas hasta Buenos Aires, y desde allí en tren con boletos de segunda clase. La travesía, pese a los deseos, tuvo “el sabor amargo de una doble derrota”.
Seguramente la tristeza invadió a los hinchas locales como a todos los de este lado del Río de la Plata. Pero los que viajaron a lo mejor hayan valorado su propia iniciativa de haber hecho todo lo posible por ver a la selección argentina de fútbol en la final de un Mundial. Porque claro que las cosas han cambiado, pero no tanto.