De aquel equipo de Eduardo Coudet al que le costó horrores hacer pie en el torneo local a este de Paolo Montero hay diferencias sustanciales. No importa si hay uno mejor que otro o viceversa. Si hay algo en lo que parece haber hecho especial hincapié el uruguayo es en lograr que el equilibrio sea más pronunciado para que la defensa se exponga lo menos posible. No lo logró de entrada. Ahora el equipo parece ir camino a ello. Y todo en el medio de una seguidilla de modificaciones en la última línea bastante llamativa. Es que en los 12 partidos que lleva Montero al frente del canalla en el torneo local formó siete defensas distintas (todas ellas en los últimos siete partidos), lo que, al menos en los papeles, es un escollo importante a la hora de encontrar solidez. En el 13º, que fue por Copa Argentina, también hubo nombres distintos.
Antes de esbozar cualquier análisis debe consignarse que no hay defensa que resista o se presente solvente si adelante suyo no hay un equipo que aporte a la causa. Un equipo descompensado difícilmente destile seguridad en su propia área por más nombres de relieve que puedan presentarse. Esto no quita el mérito de haber logrado cuestiones básicas que hacen a la seguridad.
Por estos días tal vez se hizo más notorio el tema defensivo y la sobriedad alcanzada por el partido que Central hizo en cancha de River, donde al equipo millonario se le hizo prácticamente imposible llegar a las barbas del Ruso Rodríguez con algo de claridad (Central tampoco pudo hacerlo y en el segundo tiempo prácticamente no pateó al arco, pero eso es tema de otro análisis). Justo en el encuentro en el que, a priori, más ventajas podía entregar la defensa canalla, con dos centrales improvisados como marcadores de punta como lo fueron Esteban Burgos y Hernán Menosse. Con ellos, Montero armó en su 12º partido la séptima defensa distinta.
La estructura base y la más utilizada por el uruguayo fue la que conformaron Salazar, Leguizamón, Pinola y Villagra (5 veces). Con el correr de los partidos y la aparición de los contratiempos propios del fútbol se fueron abriendo lugares para todos. Apareció Ferrari, se improvisó un partido con José Luis Fernández por izquierda y entre todos ellos se fue rotando, hasta que aparecieron también en acción primero Menosse y después Burgos. Más opciones y más combinaciones posibles.
Ahora, con la disponibilidad de Ferrari (Salazar también estaba en condiciones) volverá a haber una variante en la defensa (ver página 6).
El hecho de haber cambiado tanto y de la misma generar cierta solidez habla a las claras de un crecimiento en esa materia. Porque, se sabe, al desequilibrio que se pueda generar del medio hacia arriba la fortaleza defensiva debe acoplarse en la misma sintonía.
Quizá en toda esta historia tenga algo que ver el hecho de que Montero en su época de futbolista fue defensor y que conoce mejor que nadie los movimientos que debe realizar el equipo, pero fundamentalmente los encargados de parar los embates del rival.
Claro que es imposible dejar de lado algunos rendimientos individuales que hacen a la cuestión. Porque Montero hoy puede contar con Pinola, un baluarte de la última línea, algo que no pudo hacer Coudet en su última etapa como entrenador canalla. También que a José Leguizamón, con sus virtudes y sus defectos, no le haya costado demasiado la adaptación al fútbol argentino. Y que Musto, el primer dique de contención, esté en un gran nivel.
Los 90 minutos contra River, cuando el equipo del Muñeco Gallardo generó apenas un par de ocasiones (una de ellas con un remate desde afuera del área) pusieron en el tapete el buen trabajo defensivo de Central, que se potenció, vale aclararlo, a partir del clásico ante Newell's. Quizá realce un poco más esta idea el hecho de que en medio de ese afianzamiento haya habido tantas defensas distintas.