Sólo nos alcanza sobrevolar el mundo para observar que, en sus más diversas composiciones y circunstancias, las coaliciones dejaron de ser la excepción para convertirse en la norma. Incluso en situaciones de minoría parlamentaria. De hecho, 24 de los 28 países que conforman la Unión Europea están actualmente gobernados por coaliciones.
Esta forma de entender la política, muchos de ellos como ser Alemania, Dinamarca, Suiza, Bélgica y hasta la misma Holanda, la adoptaron desde finales de la Segunda Guerra Mundial, algo que les permitió comenzar a desarrollarse como países prósperos y modernos, sumado al alto estándar de vida que fueron obteniendo y disfrutando sus habitantes.
Es que ellos ya entendieron que la complejidad de los problemas que les toca vivir requiere de la construcción de consensos. Pero estos son de un nivel tan alto, que no bastará con la mera individualidad partidaria, sino que por el contrario se requerirá de un pensamiento plural como el de "todos nosotros". Es que sólo así será posible acordar y asegurar políticas de Estado fructíferas y duraderas en el tiempo.
Argentina tuvo dos momentos muy importantes de su historia, en los que una coalición de gobierno ayudó a la hora de gestionar.
En mi experiencia política siempre me movió la convicción de que para alcanzar un determinado objetivo debemos avanzar hacia un tipo de gobierno compartido por oficialismo y oposición o, mejor dicho, por una gran coalición y encontré en Raúl Alfonsín al gran interlocutor para construirla.
En diciembre de 1991, al asumir como gobernador de la provincia de Buenos Aires, manifesté: "Desde hoy quedan abolidos los términos oficialismo y oposición". Y para que no se tratara de un mero discurso puse en manos del radicalismo todos los órganos de contralor del Estado provincial y abrí el gabinete a la participación de técnicos y dirigentes de ese partido.
Diez años después, al asumir la presidencia de la Nación, puse como condición que Don Raúl gestionara la presencia de ministros de su partido en el gabinete y el apoyo de sus legisladores a un número importante de medidas previamente consensuadas.
Sólo así, mediante una gran coalición, pudimos los argentinos enderezar el rumbo para salir del infierno de la crisis en la que nos encontrábamos a fines de 2001.
Y la Argentina está atravesando nuevamente una crisis económica.
Todavía no sabemos cuál será el resultado de las próximas elecciones del mes de octubre, pero de una cosa sí ya tendríamos que estar convencidos y es que nunca podremos salir adelante si no lo hacemos mediante un acuerdo de voluntades.
No hay que tener miedo a juntarse. Estoy convencido de ello. No más peleas, por Dios. Me río de los que creen que la Argentina no tiene posibilidades.
El principal problema que tenemos los argentinos es la incapacidad que muestra nuestra dirigencia para entender que hay que gobernar distinto. Que hay que privilegiar los consensos. Que hay que privilegiar las grandes coaliciones.
(*) Ex presidente de la Nación