Si prestamos atención por un instante a la realidad que se vive en la Argentina, veremos que la palabra coalición dejó de ser un proyecto para convertirse en una nueva forma de entender la política. Tal vez por esto mismo, es que pretendo ahondar en su historia para que no resulte sólo una cáscara vacía, una idea más de marketing para los tiempos de campañas que nos toca vivir.
Con una rápida observación sobre diferentes gobiernos del mundo podremos ratificar que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los países europeos (por ejemplo, Alemania, Holanda, Bélgica, Austria, Suiza, Suecia, Noruega y Dinamarca) han sido gobernados por coaliciones, una decisión que les permitió alcanzar destacados estándares de institucionalidad y mejorar ostensiblemente la convivencia de sus ciudadanos.
Por esto mismo, no llama la atención que en los últimos tiempos, estudiosos y analistas de distintas ideologías y escuelas pusieran su interés en estudiar las características de las coaliciones, sobre todo en aquellas que han demostrado su eficacia en la práctica.
Es que las democracias modernas necesitan para funcionar correctamente que sus representantes trabajen sobre acuerdos en pos de alcanzar consensos. Estos logros son los que van a permitir concretar los objetivos del gobierno mediante un ágil funcionamiento de los diferentes órganos del Estado. Es que sin ellos resultaría imposible construir mayorías parlamentarias que permitan gobernar.
Así, los factores que rodean y condicionan la formación de gobiernos de coalición se encuentran íntimamente vinculados con el fortalecimiento del sistema democrático. Es que sin tratarse, como es nuestro caso, de un sistema Parlamentario, la necesidad de crear sendas mayorías sitúa al Congreso en el centro de la actividad política y le otorga una importancia capital al diálogo.
Es evidente que esta herramienta de gobierno, como se ha señalado desde distintas posiciones políticas, permite expresar mejor los principales valores de la democracia, como la participación ciudadana y la transparencia de las acciones de gobierno, al mismo tiempo que posibilita la gobernanza, minimizando las tensiones "de superficie" generadas por los desacuerdos muchas veces artificiales que se instalan en el escenario político.
Sin embargo, también es cierto que gobernar en coalición exige más dominio del arte de la política y, sobre todo, la reglamentación de pautas de comportamiento interno. Un gobierno de coalición debe acrecentar la comunicación entre gobernados y gobernantes, teniendo siempre presente una opinión pública progubernamental pero con criterios dispares.
Retomando lo que dije al comienzo, este no será en la Argentina el trabajo de un solo partido, una sola corriente o una única tendencia. Por el contrario se tratará de un acuerdo de voluntades alrededor de un programa de objetivos y acciones discutido, consensuado y evaluado por el conjunto más amplio de actores políticos posibles que se encolumnen detrás del gobierno elegido.
¿Habrá llegado la hora de recorrer ese camino sin intermitencias?