Antes, ahora, después, siempre aparece Sandro. Puede ser a través de una serie para una plataforma, puede ser en un tributo de rockeros en versiones aggiornadas de los clásicos de su carrera, puede ser en un espectáculo musical con un imitador que sabe al dedillo todos los guiños de sus performances, puede ser en un concurso televisivo donde compiten quién es más parecido a tal o cual figura del mundo del espectáculo, puede ser en un libro para contar detalles nunca revelados de su historia o bien, como en este caso, con un show sinfónico en el Luna Park justo en otra celebración del Día de la Música. Y aquí creo que es donde hay que poner en valor a Sandro. Por el aporte que le hizo al cancionero popular. Porque detrás de ese sex symbol, del tipo que movía las caderas como Elvis Presley, del hombre de bata que hacía delirar a “las nenas”, y de la estrella que mantenía en secreto su vida privada todo lo que podía o le dejaban; estaba el artista. Sandro siempre hizo lo que sintió. Cuando lanzó Sandro y Los de Fuego decidió otra elección expresiva tentado por los productores de turno, porque lo veían mucho más vendible, pero quizá porque también esa fue su mejor manera de plasmar todo lo que era capaz de hacer en escena. El rock lo rotulaba y él no quería etiquetas. Cuestionado o no, él siguió su camino y se convirtió en una figura indestructible. Temas como “Así”, “Penumbras”, “Rosa, Rosa”; “Tengo”, “Una muchacha y una guitarra”, “Porque yo te amo” son solo un puñado de hits que seguirán marcados a fuego en el inconsciente colectivo. Por siempre Sandro. Ver más: "Sandro de Película Sinfónico", por el Día de la Música