“Este país funciona de pedo”, solía escribir en Twitter Mauricio Maronna, el columnista político de La Capital fallecido hace unos días. Se refería a las inequidades, despropósitos, chambonadas, cosas ilógicas que suceden y tienen origen en el ámbito público argentino. Y que, lamentablemente, son cotidianas. Demasiado cotidianas. Al punto que explican desde un costado, el del absurdo, la realidad que vivimos.
Una de las cosas que suele funcionar bien en el país, y no es de pedo, es un acto clave de la democracia, ese en el que se produce la participación masiva, el veredicto de la ciudadanía: el acto electoral.
Hoy se vota y eso, sea en la circunstancia que sea, siempre es una fiesta, algo para celebrar. No es poco en un país en el que durante décadas se sucedieron golpes de Estado que interrumpieron procesos constitucionales y que pusieron la legalidad en suspenso.
Que hoy, a pesar de las deudas que el sistema político acumula y no deja de acumular, la continuidad de la democracia sea algo garantido, que a nadie se le ocurra alentar alguna aventura autoritaria, es todo un logro, un hecho para festejar. De lo mejor de nuestra cultura cívica.
Mucho tiene que ver con eso el ejercicio de la memoria de las últimas décadas. Haber mantenido vivo el recuerdo de las atrocidades cometidas por la dictadura militar, haberlas juzgado a pesar de las idas y vueltas en ese proceso, es un activo de la democracia argentina admirado en todo el mundo. Un verdadero nunca más.
Ni en los momentos de peor crisis, como cuando en 2001 sonó en cada cuadra de la Argentina el “que se vayan todos”, nadie –o casi nadie– imaginó una salida que no fuera democrática.
Aquel 2001, por caso, puso en jaque a los partidos políticos y, de alguna manera, dio origen a un nuevo esquema de representación, con dos fuerzas emergentes como actores principales del sistema político, que hoy está en crisis: el kirchnerismo –alrededor del cual se reagrupó un peronismo que viró del neoliberalismo menemista para ocupar el espacio de la centroizquierda– y el macrismo –que consiguió que la derecha ocupara posiciones de poder ya no con las botas sino a través de los votos–.
Veinte años después la democracia argentina afronta nuevos desafíos, en un marco de deterioro social y económico pronunciado, que llevó a la mitad de la población a vivir con ingresos por debajo de la línea de pobreza y a la sociedad a atravesar situaciones de exclusión y violencia delictiva nunca vistas.
En ese marco, la ciudadanía hablará hoy. Se pronunciará. Dirá en quién confía, en quién no. Pondrá límites. Intentará hacerse escuchar.
Las urnas siempre guardan, al final de cada domingo electoral, mensajes variados y significativos. El desafío de sus destinatarios, los representantes democráticamente elegidos, es descifrarlos con inteligencia. Comprenderlos en su integralidad, en su diversidad, para enhebrar acciones a partir de ellos. Con una certeza que da la experiencia de los últimos años: la población no entrega cheques en blanco.
A propósito de 2001, 20 años atrás el entonces presidente Fernando de la Rúa no supo o no quiso interpretar lo que dijo la ciudadanía –en una elección histórica que consagró ya no el voto castigo sino el voto bronca, que hizo que los sufragios anulados y en blanco superaran el 22 por ciento–, quiso seguir con su línea de gobierno como si nada y terminó huyendo en helicóptero de la Casa Rosada, tras la pueblada y los asesinatos de las fuerzas de seguridad que el mandatario y algunos gobernadores, como Carlos Reutemann en Santa Fe, pusieron en la calle para reprimir.
Acaso uno de los mensajes que contendrán las urnas hoy, de acuerdo a lo que sucedió en las Paso y preanuncian las encuestas, es que no hay en este momento de la Argentina un líder o una líder que tenga, de por sí, respaldos lo suficientemente sólidos como para levantarse por sobre el resto y decir: acá mando yo.
La Argentina de mañana pide diálogo para construir verdaderas políticas de Estado. Reconfiguración de los esquemas de poder. Nuevos equilibrios entre los sectores políticos y también económicos. Mayor equidad distributiva. Federalismo, esa palabra tantas veces pronunciada y tan poco practicada por quienes ejercieron funciones de gobierno en los últimos años, incluido el actual presidente. Terminar con los discursos vacíos de campaña y ponerle contenido a la acción política.
Hoy se vota y eso siempre es una fiesta. Mauricio Maronna decía que este país funciona de pedo. Pero también que para que esto deje de ser así, para que podamos transformar la realidad y mejorar la vida de las personas, se necesita más y mejor política.
Que así sea.