En una sola cuadra de una de las más importantes avenidas de la ciudad, Pellegrini, el lunes a la noche, previo al feriado por el 9 de Julio, quedó retratada parte de la Argentina de las últimas décadas. En un restaurante lleno de comensales, una nena de no más de nueve años vendía pañuelos descartables. Eran casi las 10 de la noche.
A pasos de ahí, en una heladería, un discapacitado que enseñaba su carnet que acreditaba esa condición para visibilizar su existencia, mendigaba algunos pesos entre la gente pidiendo ayuda para comer algo. En el mismo lugar, un muchacho de unos 30 años ofrecía medias a 100 pesos el juego de tres pares. Cuando se le preguntó si no tenía trabajo, dijo que era ayudante de albañil, trabajaba en negro en una obra y por una cirugía abdominal reciente había quedado desempleado, hasta que se recupere.
Sobre una institución bancaria ubicada sobre la esquina, una madre adolescente y un bebé usaban la ochava como refugio contra el frío mientras se alimentaban con alguna comida imposible de determinar. Justo enfrente, en un local de comidas rápidas, dos chicos de corta edad jugaban en la puerta con ternura infantil a la espera de alguna propina.
Metros más adelante, un joven cuidacoches intentaba ganarse unos pesos acomodando autos ante la mirada resignada de los dueños, que se sentían presionados. Y a la vuelta, otro muchacho lavaba una camioneta y se humedecía para ganarse unos pesos. Faltaba poco para la medianoche y la temperatura era baja.
Toda esta secuencia se produjo en sólo cien metros de la avenida Pellegrini, como si fuera una pequeña muestra estadística de lo que probablemente ocurra cada noche en toda la ciudad. Un espanto deprimente que se agiganta con la siempre estable cifra del 10 por ciento de la población de Rosario, algo más de 90 mil personas, que sobreviven en villas miseria.
La actividad del Estado a través de sus políticas activas para intentar contrarrestar este cuadro ominoso parece no alcanzar. La acción social municipal en los barrios, los centros de salud, además de la política de capacitación laboral de jóvenes, entre otras interesantes iniciativas, logran atenuar el drama, pero no erradicarlo. También los variados programas provinciales en todos los ámbitos de la sociedad o los distintos planes de ayuda de la Nación, que cada vez llegan a más personas que necesitan de la mano solidaria del Estado.
Los niveles de pobreza en la Argentina se han mantenido estables por años entre un 20 y 30 por ciento de la población, con algunas alzas y bajas sobre esas cifras. Se los mide oficialmente desde 1988, pero estudios privados ubican en mediados de la década de 70 como el punto de inicio de la creciente pauperización de parte de la población. La crisis del 2001/2002 registró tal vez el pico máximo de pobreza e indigencia, cercano al 50 por ciento, sumado a una desocupación de dos dígitos.
Los políticos neoliberales dirán que la única solución para terminar con la pobreza pasa por el crecimiento de la economía, por las reformas estructurales de un Estado ineficiente y corrupto y por el libre juego del mercado. Los políticos de signo contrario basarán la eliminación de la miseria y la marginalidad a través de un mayor control estatal de la economía, potenciar el consumo interno, restringir el libre ingreso de productos extranjeros y prohibir las bicicletas financieras que se lleven los dólares genuinos del país.
A lo largo de las últimas décadas ambas posiciones políticas, económicas y hasta filosóficas de entender la realidad, tuvieron la posibilidad de aplicar sus ideas y planes de gobierno bajo sistemas democráticos, pero los niveles de pobreza se mantuvieron muy altos para un país como la Argentina. ¿Entonces, como se explica? ¿Ninguno de los dos cuenta con la verdad?
No hay dudas de que cuando la actividad económica crece a un ritmo sostenido, aunque no sea a tasas chinas, la situación general mejora, aparece la oferta de empleo y el mayor consumo interno se advierte rápidamente. El país, bajo distintos gobiernos, ya ha vivido ciclos económicos virtuosos como esos, a los que les siguen crisis profundas que echan por la borda la mejoría alcanzada. Sin embargo y pese a los años de relativa bonanza que cada tanto se alcanza, hay un núcleo estructural de pobreza y marginalidad al que no le llega la posibilidad de salir de esa condición. Si todo mejora, recibe algunos beneficios, pero no varía su lugar en la sociedad y mucho menos cuando arrecian las crisis con la recesión de la economía. ¿Cómo perforar ese umbral de miseria estructural y sacar de la pobreza extrema a millones de argentinos?
Hay países más pobres que la Argentina que han logrado disminuir los niveles de marginalidad y pobreza, o al menos hacerlos más dignos de la condición humana. ¿Por qué no se puede lograr en este país? ¿Sólo la clase política es la responsable? ¿La pobreza es condición inmodificable en un país nada federal que siempre ha favorecido, desde la época colonial, el privilegio de un sector de la sociedad, especialmente la porteña? ¿La crónica corrupción en todos los niveles del Estado y también en el sector privado que la estimula es un factor determinante?
Preguntas que tendrán diferentes respuestas. Lo interesante sería saber cuáles son las correctas.