Bismarck solía decir: "Los necios aprenden sólo de la propia experiencia, yo prefiero aprender de la experiencia de los demás". La ventaja de "la experiencia de los demás" radica en que condensa el laboratorio de las ciencias sociales que constituye la historia.
Buceando en ese laboratorio de la historia es que podemos intentar, siempre de forma parcial y relativa, establecer máximas o principios de comportamiento social que nos alumbren el porvenir.
Pero entre esa experiencia de los demás, se cuenta también la del prójimo, la de aquellos que están próximos; de quienes observando con atención e interés podemos extraer conocimientos teóricos, pero fundamentalmente de buenas y malas prácticas.
Me es inevitable en este punto recordar alguien que fue muy próximo para mí, mi padre. Mucho de lo que soy como persona y como hombre se lo debo a él, fundamentalmente por lo que refiere a las virtudes. No era un hombre de formación teórica (no había tenido la oportunidad), pero era una enciclopedia viviente de buenas maneras y seguía a rajatabla, en materia comercial, una serie de máximas estratégicas que había aprendido justamente de la experiencia, propia y ajena.
Hace pocos días, revisando algunas cifras que dan cuenta del nivel y el ritmo de endeudamiento que está experimentando la Argentina, y particularmente el gobierno nacional, en moneda extranjera (http://itegaweb.org/observatorios/de-deuda/) inmediatamente recordé una de aquellas máximas de mi padre: "El único endeudamiento que vale la pena contraer es aquel que sirve para crecer."
Ciertamente, hay motivos para preocuparse por el ritmo de endeudamiento externo, toda que vez que (de nuevo) la experiencia argentina da cuenta de sendas crisis económicas, políticas y sociales, motorizadas por la escasez de divisas y la imposibilidad de conseguirlas a través del financiamiento externo. No por casualidad Frondizi y Frigerio vieron en esa dependencia externa la causa última del subdesarrollo que se expresa en ausencia de autodeterminación económica y soberanía política.
Sin embargo, debe preocuparnos no solo el origen y la fuente de las divisas que conseguimos, sino también y fundamentalmente su destino. Porque un destino virtuoso, como es el desarrollo de las fuerzas productivas de la Nación, bien puede justificar recurrir al endeudamiento externo; en la medida que permita acelerar el ritmo de las inversiones, el incremento de la productividad y el desenvolvimiento de sectores estratégicos, algunos de los cuales aporten en el futuro las divisas que permitan repagar la deuda contraída.
El mismo Lenin escribió: "Todas las posibilidades de la construcción socialista dependen de que, durante un determinado período de transición, logremos defender nuestra independencia económica interior pagando cierto tributo al capital extranjero".
Como señala Mariano de Miguel, esta posición tan determinante en la pluma del líder marxista produjo adhesiones y escándalos en las filas del propio partido comunista; porque "para algunos expresaba la lucidez del líder que maneja sabiamente el arte de gobernar, dispuesto a echar mano de un instrumento circunstancial en pos de la realización de objetivos estratégicos trascendentes, mientras que, para otros, proponía un camino marcado por la capitulación".
Lenín sabía que el comercio exterior soviético sería deficitario por largos años, de modo que el nuevo gobierno debía conseguir los recursos indispensables para el desarrollo de sus fuerzas productivas por medio de endeudamiento o créditos extranjeros; y así fue como sopesó la política de concesiones como un instrumento de negociación a los efectos de atraer esos recursos en condiciones ventajosas para ambas partes.
Lenin sostuvo al respecto: "Se dice que esto equivale a entregar a las aves de rapiña la riqueza del pueblo para que la expolien…No estamos todavía en condiciones de construir ferrocarriles en gran escala…Y en estas condiciones, decimos que vale más pagar el tributo a los capitalistas extranjeros y que se construyan los ferrocarriles".
Como explica Juan José Real, esta política de concesiones fracasó, debido en buena medida a la política de las grandes potencias que temieron razonablemente ganar con las concesiones mucho menos que lo que potencialmente podían perder con el desarrollo de la economía socialista.
En última instancia, por lo que refiere al capital extranjero, la clave pasa por saber cuál es la función que va a desempeñar en la economía nacional; "si es que contribuye al desarrollo de las fuerzas productivas internas, o si representa el papel de expoliador de estas fuerzas al servicio de la exportación sin contrapartida de las utilidades", señala de Miguel.
Como enseñaba Juan José Real: "Si se quiere acelerar el ritmo del desarrollo económico, si se quiere incorporar enseguida las más altas tecnologías productivas, si se quiere ahorrar sacrificios a la población trabajadora, no caben vacilaciones…Los revolucionarios llaman a las cosas por su nombre: concesiones. El límite de las concesiones lo trazarán la necesidad y la posibilidad".
En una palabra y como sostenían Frondizi y Frigerio, los capitales no son ni extranjeros ni nacionales; los capitales son buenos o malos si sirven o no al proceso de desarrollo económico de una Nación. Es decir, que el que tiene que ser nacional es el gobierno y sus planes.