“Los tiempos están cambiando”, canta Bob Dylan en una de sus primeras y clásicas canciones publicada en 1964. El vértigo de aquella época, dominada por las transformaciones sociales, musicales y políticas, no amainó. Todo lo contrario. Pasaron más de 55 años del surgimiento del músico y poeta de Minnesota y todo sigue en constante movimiento. Por suerte. Y las nuevas tecnologías aportan su ¿granito? de arena. Imprimen una aceleración tal que, en algunas situaciones, es difícil adaptarse.
Hay que admitirlo. Si uno no siente una mediana atracción por el mundo electrónico o digital, corre el riesgo de sentir que es atropellado por un camión y queda fuera de juego. Así y todo, los amantes de los discos o melómanos (para emplear un término más abarcativo) recibimos con los brazos y oídos bien abiertos todas las novedades que impactaron en la industria de la música “envasada”.
A finales de los 70, cuando era niño tenía un amigo cuyo hermano mayor era disc jockey en un boliche del microcentro. Delirabamos haciendo tronar un tocadiscos con Chic, Supertramp, Beatles, Rod Stewart, entre otros. En mi casa había un Winco, pero no contaba con las columnas de parlantes del hermano de Jorge.
Años más tarde apareció el CD. Una verdadera revolución. Un formato muchísimo más pequeño que el disco de vinilo. Permitía editar álbumes con más canciones y con un nivel audio muy superior. Pero cuando disfrutábamos de las mieles del compac llegó internet y le aplicó un cross de derecha a la mandíbula de la industria discográfica. Los tiempos seguían cambiando como decía el gran Dylan.
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Alta fidelidad. Las reediciones de clásicos pican en punta, pero también los abusos en la restauración de los equipos de audio "vintage".
Los más pragmáticos se volcaron de lleno a Spotify y directamente a “bajar” música de la web. En el medio, muchas disquerías de la ciudad desaparecieron. Otras sobreviven gracias a una clientela fiel, que prefiere, aún con dolor para los bolsillos, seguir con el rito o la obsesión de un coleccionista que aprecia el arte de tapa de un álbum y valora la información que contiene el librito interior.
Así, surfeando entre escuchar música por streaming y poder adquirir cada tanto un CD, llegó el “revival” del vinilo. Los viejos y queridos Long Play volvieron aparecer y de a poco comenzaron a ocupar otra vez las bateas. Así quedamos:. entre reediciones de clásicos del rock argentino y del mundo (éstos últimos a precios dolarizados), y la oferta abusiva de los restauradores de equipos de audio “vintage”.
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La vieja canción de Dylan volvió a sonar en un lugar de mi cerebro. Fue cuando Lily, la dueña del puesto de diarios de mi barrio, me hizo llegar su mensaje. “Avisale a Ariel que llegó Space Oddity de David Bowie”. La Nación editó la colección “Clásicos del Vinilo”, algo que ya había visto en las redes sociales, pero que en principio no me generaba confianza. Pero esta vez no pude eludir la oferta de Lily. Ella no me conoce mucho, pero se ve que algo percibió en mí, y su aviso despertó mi curiosidad de ver qué había hecho el diario de la familia Mitre.
Debo reconocer que no está nada mal. El disco de Bowie suena bastante bien y es de fabricación nacional. Respeta la tapa del original y viene con un libro con la historia del álbum y comentarios canción por canción. Unos días después, caminando por la peatonal Córdoba encontré que otro canillita exhibía, en medio de una estantería que miraba hacia la calle, “Exctasy” de Lou Reed, y se siguen anunciando el lanzamiento de títulos muy atractivos como ““Close to the edge” de Yes, “Hotel California” de Eagles, “Purple Rain” de Prince, entre otros.
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Los tiempos cambian a la velocidad de un rayo y los diareros ahora también venden discos. A pesar de la cuestión económica más ventajosa que ofrece el matutino porteño, reivindico a las disquerías que aún siguen en pie como lugares de encuentro más que como locales comerciales de un rubro. Allí, uno encuentra una voz amiga que asesora y con la que también se puede intercambiar info, anécdotas sobre esto que tanto nos gusta.