Errol Morris entregó en 2013 un fantástico documental sobre Donald Rumsfeld, que llevaba por título “Certezas desconocidas”. En él, se hacía una interesante distinción entre aquello que no sabemos que ignoramos y lo que tenemos la seguridad de desconocer. Con frecuencia, son los hechos que pertenecen al primer grupo los que terminan alcanzando mayor repercusión.
Los ojos del mundo están hoy posados sobre Ucrania, la pandemia infinita o el Mundial de fútbol de Qatar. Sin embargo, hay algunos eventos que pasan por debajo del radar y que sin embargo acaban teniendo una influencia directa en nuestro futuro inmediato.
El presidente Biden no ha conseguido hasta la fecha cumplir su principal promesa: cerrar la grieta en la sociedad estadounidense. La polarización es hoy mayor que nunca, lo cual junto a su fracaso a la hora de aprobar su programa de recuperación Build Back Better, torpedeado por los senadores de su propio partido, y el incremento desbocado de la inflación, que en palabras de Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, “ha venido para quedarse”, dibujan un panorama desde el que a EEUU le va a resultar muy difícil ejercer su liderazgo.
China, por su parte, aparece con Xi Jinping a punto de asumir su tercer mandato como el presidente con mayor concentración de poder desde Mao. En su discurso de Año Nuevo hizo algunas manifestaciones interesantes: “Hemos logrado nuestro objetivo de crear una sociedad moderadamente próspera”. Recordemos que en los últimos treinta años se ha producido en este país la mayor migración interna de la historia: 250 millones se han desplazado del campo a la ciudad, dando lugar a una inédita clase media. También habló Xi de Taiwan, definiéndolo a la vez como “territorio sagrado” y “provincia separatista”. Llamativamente (o quizá no tanto) en 2020 en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, 53 países votaron junto al Imperio del Centro en la imposición de su ley de seguridad nacional en Hong Kong. Más de 60, además, apoyaron al presidente chino en su premisa de que los derechos de una nación no son competencia de todo el mundo. Da la sensación de que tras 75 años en los que Washington ha sido el creador y ejecutor de reglas, Pekín trata ahora de promover sus propios conceptos de gobernanza internacional.
Tras el fracaso del acuerdo nuclear en 2018, Irán ha desaparecido de las portadas. Sin embargo, como sostiene Robert Malley, enviado especial de EEUU, el programa nuclear se ha expandido y los iraníes son ahora mucho más beligerantes en sus actividades en la región. China, Rusia y EEUU están modernizando sus arsenales. Israel ha tratado de ralentizar a Irán en este sentido: a finales de 2020 Mohsen Fakhrizadeh, el padre del programa nuclear, fue asesinado a balazos mientras conducía con una ametralladora accionada por satélite. No sería de extrañar que esto hubiera favorecido la elección en 2020 como presidente de Ebrahim Raisi, un partidario de la línea dura en comparación con su antecesor, el reformista Rohani. En su discurso de toma de posesión afirmó que “todos los parámetros de poderío nacional serán fortalecidos”. La sensación en el Departamento de Estado es de que, a menos que se convenza a Irán para regresar a los términos del acuerdo, el riesgo de que se convierta en una potencia nuclear es mayor que nunca.
Las revueltas en Almaty, capital de Kazajistán, por el incremento de precios de la energía han provocado que la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, con Rusia a la cabeza, haya decidido desplegar tropas con el objetivo de estabilizar lo que podría ser un polvorín para la región. Sin duda se trata de los eventos de mayor gravedad registrados en un país que durante más de treinta años dirigió Nursultan Nazarbayev. El ahora presidente Tokayev, al que el “Padre de la patria” cedió el testigo de la jefatura de Estado en 2019, fue quien después de que los manifestantes tomaran las oficinas de la municipalidad, dio a su ejército la orden de disparar a matar, definiéndolos como terroristas. Tradicionalmente el Kremlin ha reaccionado con recelo ante movimientos de la oposición en países de su ámbito (Bielorrusia y Ucrania, los más recientes), pensando que debilitarían la influencia rusa e incluso podrían favorecer levantamientos similares allí. Kazajistán también es estratégico para China, que lo considera instrumental para su plan global de infraestructuras.
Antonio Guterres, secretario general de la ONU, habla de 2021 como un período de “epidemia de golpes de Estado”. Sin entrar a valorar la oportunidad del término en las actuales circunstancias, sí es cierto que el acceso al poder por esta vía se ha dado en el último año con inusual frecuencia. Tristemente, el continente más representado en esta funesta clasificación vuelve a ser África, donde se han dado golpes de Estado en Sudán, Mali, Guinea-Conakry y Chad, además de la intentona frustrada en Níger. También ha habido otro en Myanmar, país que no parece capaz de retomar la senda de la estabilidad democrática desde la convulsión generada por el acceso de Aung San Suu Kyi a la presidencia, y cuyos destinos vuelven ahora a depender de una junta militar.
Como es bien sabido, en 2022 habrá elecciones presidenciales en Francia y Brasil. En el Hexágono, Valérie Pécresse le está robando cada vez más papeletas a Éric Zemmour para ser la rival de Macron. Por parte del gigante sudamericano, no se sabe aún quién será el antagonista de Bolsonaro, pero se intuye que su reelección no resultará sencilla. Quizá no sea tan de dominio público, pero otros muchos países irán también a las urnas. Es el caso de Filipinas o Hungría. También de Portugal, Australia y Suecia que se vieron obligados a jugar a la ruleta electoral, toda vez que sus gobiernos no consiguieron aprobar sus presupuestos. Bosnia, Túnez y teóricamente Mali también convocarán elecciones con una importancia trascendental, en la medida en que el escrutinio determinará si se consolidan las instituciones democráticas o si por el contrario asistiremos a una regresión. En resumen, de los resultados que arrojen todas estas votaciones dependerá en buena medida que se generen o no nuevos focos de inestabilidad.
2022 es sin duda un año de importantes efemérides: 500 años de la primera vuelta al mundo de Elcano, 400 de la canonización de San Ignacio de Loyola o el centenario de la publicación del Ulises de Joyce. Hay sin embargo otra posiblemente menos llamativa, pero que quizá tenga más que ver con los tiempos que nos ha tocado vivir: la grabación en 1972 del “Dark side of the Moon”, el imprescindible álbum de Pink Floyd. Como se dice en el tema que cierra ese disco, “de hecho no hay una cara oculta de la luna, la realidad es que todo está oscuro”.