Durante la última campaña electoral en Estados Unidos, Donald Trump nombraba despectivamente a Joe Biden como “sleepy” (soporífero o soñoliento), pero a cien días de su mandato el nuevo presidente dejó claro que vino a cambiar la agenda.
Por Jorge Levit
El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, vino a cambiar la agenda política.
Durante la última campaña electoral en Estados Unidos, Donald Trump nombraba despectivamente a Joe Biden como “sleepy” (soporífero o soñoliento), pero a cien días de su mandato el nuevo presidente dejó claro que vino a cambiar la agenda.
La pandemia no sólo afectó al mundo subdesarrollado sino que también los más ricos pagaron su precio. Millones de personas se empobrecieron y se generó un clima de mucho malestar social que disparó la reacción popular en varios países.
En un mensaje a las dos cámaras del Congreso, Biden ofreció algunas definiciones que, formuladas en la Argentina por cualquier dirigente político, serían catalogadas de populistas y hasta de izquierda.
Biden tiene 78 años y fue ocho años vicepresidente de Estados Unidos. En 1972, perdió a su primera esposa y a una beba de un año en un accidente de tránsito. En 2015 murió de cáncer su primogénito. Tiene una larguísima carrera política y ya nada que perder. Por eso entiende que las reglas de juego tienen que cambiar porque el propio sistema político y económico vigente está en peligro. Lo advirtió claramente al lanzar un programa de trabajo y anunciar reformas impositivas: “Esta es la peor crisis económica desde la Gran Depresión -dijo- y el peor ataque a nuestra democracia desde la Guerra Civil. Se han perdido veinte millones de puestos de trabajo. Mantuvimos el compromiso de enviar cheques de 1.400 dólares cada uno al 85 por ciento de los hogares americanos. Ya hemos entregado 160 millones de cheques. Una imagen de la crisis son los kilómetros de cola de autos que se forman para buscar una caja con alimentos. ¿Alguna vez se pensó ver esto en América? Estamos enviando ayuda alimentaria a millones de personas. También asistencia para que la gente no sea desalojada de sus casas y préstamos para mantener los pequeños negocios abiertos y el trabajo de sus empleados”.
Sobre la política fiscal fue muy preciso y revirtió por completo la política de Trump de bajar impuestos a los multimillonarios. “Vamos a terminar -prometió Biden- con las lagunas que permiten a los que ganan más de un millón de dólares al año pagar proporcionalmente menos impuestos de los que paga un trabajador. Afectará sólo a menos del uno por ciento de los americanos y así terminaremos con los millonarios y bimillonarios que engañan con sus impuestos. No quiero castigar a nadie, pero no le agregaré una carga a la clase media que ya paga demasiado. En 2017 hubo un gran recorte de impuestos que se suponía iba a generar gran crecimiento económico, pero sólo le agregaron dos mil billones de dólares al déficit fiscal. Fue una ganancia inesperada para las grandes corporaciones, que en lugar de usar ese ahorro en impuestos para subir los salarios de los trabajadores e invertir, fue a parar a los bolsillos de los directores de las empresas”.
Biden tampoco se ahorró frases impactantes: “Unos 650 bimillonarios ganaron más de mil billones de dólares durante la pandemia. Wall Street no construyó este país, sino la clase media que fue creada a partir de los sindicatos. El goteo en la economía nunca funcionó. Es tiempo de hacer crecer la economía desde abajo hacia arriba”.
Estos no son conceptos de ningún “populista” sudamericano sino del líder de la primera economía del mundo y adalid del capitalismo. Salvo que Biden haya tenido una “mala noche”, se percibe un brusco giro en la política socioeconómica norteamericana.
Hasta ahora, en Estados Unidos, las principales espirales de violencia de los últimos tiempos fueron motivadas por crímenes racistas de las fuerzas de seguridad pero no por la crisis económica que también lo golpea aunque, sin embargo, ya ha comenzado la recuperación. El programa de Biden no sólo incluye asistencia de emergencia sino que prevé la creación de miles y miles de puestos de trabajo en la obra pública, una política típicamente keynesiana de un Estado activo en la economía, ya aplicada en otros momentos de la historia de ese país como en el “New Deal” de Franklin Delano Roosevelt.
El nuevo paradigma social de enfrentar en la calle la inequidad y la brecha de la desigualdad, del que Chile fue un ejemplo cercano antes de la pandemia, es un fenómeno que también podría manifestarse en las naciones más ricas, que cuentan con bolsones de pobreza muy importantes. La estabilidad de las democracias latinoamericanas, por ejemplo, podría ser inviable a largo plazo con la mitad de sus poblaciones en la pobreza y marginación.
Los que piensan la política y la sociedad con un criterio amplio e inteligente advierten que de nada servirá en un futuro contar con privilegios económicos, aunque sean legítimamente obtenidos, en países con alto grado levantamiento popular de los sectores excluidos del consumo y la falta de oportunidades. Ese clima social, además, favorece la criminalidad del delito urbano haciendo de la vida cotidiana una violenta pesadilla.
La crudeza de ese cuadro la expresó Cecilia Morel, primera dama chilena, cuando hace un par de años, en medio de las protestas en Santiago y todo el país trasandino, le grabó el siguiente mensaje a una amiga: “Adelantaron el toque de queda porque se supo que la estrategia es romper toda la cadena de abastecimiento, de alimentos, incluso en algunas zonas el agua, las farmacias; intentaron quemar un hospital e intentaron tomarse el aeropuerto. Estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena. Aprovechen de racionar la comida, y vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”. A partir de allí el gobierno de Sebastián Piñera implementó reformas políticas y sociales.
Una situación semejante enfrenta desde hace unas semanas Colombia con masivas protestas populares ante una reforma impositiva que ya fue anulada por el gobierno, aunque todo indica que el levantamiento tiene causas mucho más profundas.
El nuevo paradigma global de la pospandemia deberá necesariamente contemplar sociedades más justas en la distribución de la renta, como ya lo está enunciando Biden en Estados Unidos.
Por Claudio Berón