El límite entre la tolerancia y el lamento depende de la puntería de los varios francotiradores que existen en todas las canchas del fútbol argentino. Y ni eso, porque también depende de la voluntad de los agredidos para que el show pueda seguir. Solo la voluntad de Jorge Broun propició que se jugara el clásico de la ciudad hace poco. Solo la de Chiquito Romero hizo otro tanto con la continuidad de Central-Boca. En el medio, ya son una postal aceptada que los shoteadores de turno de córners o tiros libres cerca de los laterales sean apuntados con todo tipo de proyectiles. ¿Hasta cuándo serán esas situaciones “normales” en el fútbol argentino en general y el rosarino en particular?
Hace pocos días, el partido entre Groningen y NEC Nijmegen de la primera división de Países Bajos fue suspendido por el árbitro cuando un vaso de cerveza impactó en la espalda de uno de los jueces de línea. El agresor fue identificado y será castigado. El juez principal ya tiene esa potestad para terminar con este tipo de violencia que puede tildarse como “individual”, de algún “loquito” de la tribuna, pero que tiene sus raíces en una cuestión cultural inherente a todos, el de la cobardía mimetizada en las masas, que a veces proviene de la organizada asociación ilícita de las barras y otras no. La pirotecnia que lastimó Broun en el Coloso y la bomba de estruendo que dejó sordo a Chiquito Romero en el Gigante seguramente provienen de las primeras; las botellas, los cubos de hielo, los encendedores, las zapatillas y demás, de los segundos. En tiempos de VAR, de tecnología aplicada en todo tipo de espacios, públicos y privados, ya no se puede mirar al costado o solo recurrir a la multa económica, que por supuesto le duele a los clubes pero no tanto. Una suspensión seguramente servirá más. La quita de puntos en la reiteración de esos hechos, también. Pero además del castigo, como la prohibición de concurrencia a un espectáculo deportivo, la AFA, la liga profesional, los clubes, todos deben tomar en serio la cuestión de la prevención y la educación como parte fundamental y más importante que la punitiva, y que seguramente necesitan las minorías, esas que siempre terminan perjudicando notoriamente a las mayorías.
A los 5 minutos de partido, en un córner a favor del rival como pasó el domingo en el Gigante, es demencial que alguien ya esté pensando en agredir al jugador que va a patearlo. Parar el partido, suspenderlo o advertir que la próxima sí será la última, puede ser un camino a seguir, que debe estar bancado por todo el mundo. Que todos ya deben estar al tanto.
Antes que a un Broun ni la voluntad le permita jugar, antes que uno acierte y lastime en serio, ya hay que tomar la cuestión con la seriedad que se merece. Puede no haber fútbol sin tribunas, pero tribunas sin fútbol seguro que no. Y los verdaderos protagonistas son los que están en el campo de juego. Todos deben entenderlo de una vez por todas y cuidarlos como corresponde.