Días atrás tuve la ocasión de observar a un hombre con sus pañuelos celestes (eran más de uno) atados al modo de una al menos curiosa suerte de brazalete romano en sus antebrazos. Al lado de él pasaba casualmente una niña de no más ocho o nueve años que, a diferencia de otras de su misma edad, lamentablemente ya no pueden seguir jugando como ella lo hacía en aquella calle, tranquila, en paz y serenamente acompañada por su familia.
Más allá de que cada uno de nosotros tiene la potestad de creer y sostener sin lugar a dudas la posición religiosa y ética que consideremos válida para nuestras existencias, en aquel momento, debido a aquella escena vino a mi mente una parte del Libro del Génesis, en el Antiguo Testamento, que narra el pedido efectuado por Dios hacia Abraham para exigirle el sacrificio de Isaac, su único hijo, como prueba de absoluta fidelidad hacia él:
—¡Abraham! Aquí estoy. Toma a Isaac, tu amado hijo único, ve a la tierra de Moriah y ofrécelo como un sacrificio que debe quemarse completamente en la montaña que yo te indicaré."
Abraham le hace caso y (no sin sufrimiento) prepara todo lo necesario para cumplimentar lo solicitado. Al poner la leña sobre los hombros de Isaac, su hijo, le exclama:
—¡Papá!
— Aquí estoy, hijo mío.
—Aquí tenemos la leña y el fuego pero, ¿dónde está el cordero que vamos a sacrificar?
Abraham respondió:
—Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío.
Y así, cuando Abraham saca entonces el cuchillo con el cual estaba dispuesto a matar a su propio hijo, un Ángel de Dios se acerca y le dice:
—¡Detente! No le hagas daño al muchacho. No le hagas nada, porque ahora sé que tú respetas y obedeces a Dios. No le negaste a tu único hijo". Para luego, de esta manera, Dios finalmente concluir diciendo:
—Prometo por mí mismo que porque hiciste esto y no me negaste a tu hijo, tu único hijo, te daré mi bendición y multiplicaré tu descendencia" (Génesis: 22).
Pidiendo las disculpas del caso por no provenir del campo de la teología, me permito no obstante llevar adelante la presente reflexión y ensayar así nuevas formas de pensar en otros. De allí que me animaría entonces a preguntar: aquella parte de la sociedad y —muy especialmente "lxs legisladorxs"— que no están de acuerdo ni con la sanción del aborto legal, seguro y gratuito ni con la implementación de la ESI, ¿estaría dispuesta a "elegir" y a sacrificar a su propia hija-niña, tal como lo hizo Abraham con su único hijo, como prueba irrefutable para sostener sus convicciones e impedir así que aquel aborto producto de una violación no tenga lugar? Y aún más: suponiendo que alguien contestara afirmativamente: ¿podrían luego de todas maneras soportar el peso de aquella mirada (la de su propia niña) rogándoles que por favor "le saquen lo que el viejo le puso adentro" y así y todo volver a negarse?
Aquí no se trata de "convencer" a nadie. En todo caso, aquello que intentamos tiene que ver más bien con "regresar" a algo tan viejo como la vida misma: animarnos a ponernos en "los zapatos del otro" o, en este caso, a ponerse con todo el dolor del alma en "las sandalias" de aquellas niñas violadas. El no "negarnos" a nosotros mismos forma parte también de la vida, pero esta decisión debe excluir y dejar afuera siempre la omnipotencia de querer gobernar la totalidad de la existencia del Otro. Las infancias arrasadas necesitan más que nunca ser defendidas a ultranza. Y el adulto que esté en contra y se sienta por esto "libre de pecado", que arroje el primer pañuelo.