José, un laburante todoterreno
Desde que tiene 11 años se dedica al campo. Un relato tejido de anécdotas y recuerdos. "Les sonrío a la vida y a la memoria de mis padres, que me enseñaron que nada se consigue sin trabajar".
22 de abril 2018 · 00:00hs
Tal como nos contaron, se llega muy fácilmente a través de la autopista que une Rosario con Buenos Aires. A la altura de Arroyo Seco hay que subir al puente y transitar alrededor de 650 metros hacia el oeste, en dirección contraria a esa ciudad. Y se hace por lo que será la ampliada y pavimentada ruta 26, que une la citada autopista con la ruta provincial 18. Una vieja tranquera se nos abre para permitirnos entrar en Marino Juan, un campo de 17 hectáreas de las cuales en alrededor de 12 nos avisan que hay maíz, soja y "picantes" (tal como llaman a los ajíes, aunque de picantes tienen muy poco). El panorama lo completan varias higueras, unos pocos animales de granja, una vieja casona rodeada de buena arboleda, dos galpones, algunos viejos arados. Y también un noble molino, que data de 1940.
"Esta tierra la empezó a trabajar mi papá", dice José Oscar Di Vecchio, uno de los nueve hijos que tuvo su padre Marino Juan (nacido en la localidad de Alvear), con Aída Favini. "Eramos siete varones y dos mujeres. Desde chicos nos transmitieron el amor por la tierra y trabajábamos a la par de mi padre —explica José— en las tareas más livianas. Yo empecé a trabajar y a querer a la tierra a los once años y hoy ya tengo 71".
La historia de José no es una historia de triunfos deportivos, ni políticos, ni empresariales. No es el típico relato que involucra a un triunfador de los que salen en las revistas. Es la historia de alguien que quiere y respeta la tierra, que la cuida con cariño y a la que le prodiga cerca de 14 horas diarias, desde las cinco de la mañana "hasta la bajada del sol".
José sólo descansa un poco después de comer liviano al mediodía. "Eso sí, el domingo no trabajo. A esta altura de mi vida me merezco un buen descanso aunque sea un solo día a la semana".
Desde hace muy poco tiempo, un jubilado amigo, Ramón, lo ayuda en algunas tareas, sobre todo a plantar y recoger los "picantes" distribuidos entre 6.500 plantas.
"Todo lo hacemos a mano, desde plantarlos hasta recogerlos. Sacamos más o menos entre 40 y 45 picantes por planta y por temporada. Hay que cuidarlos mucho, todos los días. Y mandarles el agua necesaria, que la hacemos correr por los surcos".
La mayor parte lo vende en las verdulerías de Arroyo, en lugares cercanos donde envasan ajíes en distintas formas (con vinagre, en trozos) y también en parrillas, rotiserías, pizzerías. Y también a particulares que llegan al lugar a comprar.
¡Esos eran desayunos!
"Vea —nos dice José—, el secreto está en trabajar. Hay mucha tierra en Argentina, pero desgraciadamente son pocos a los que les gusta el trabajo. Fíjese —agrega— la cantidad de extranjeros que trabajan en el campo, en las quintas, en los lugares donde se producen flores. Y los compatriotas, ¿por qué no lo hacen?", se pregunta inquisidor este argentino hijo de otro argentino y de una italiana que llegó a estas tierras proveniente de Lucca, en la Toscana. "¿Sabe otra cosa?, a partir de los 11 o 12 años, yo y mis hermanos varones, que éramos siete, no solo trabajábamos en este campo junto a nuestro padre sino que además hacíamos changas en los campos vecinos o en la ciudad para ganarnos unos pesitos".
"Me recuerdo mucho de esa época, como si fuera hoy. ¡Los desayunos! Todos alrededor de la mesa larga, de madera, tomando leche y comiendo pan casero con manteca y dulces también caseros, todo hecho por mi mamá. ¿Y sabe más? También comíamos, en el desayuno, bondiola, salamines y otros fiambres de los cerdos que faenaban mis padres con la ayuda de otros parientes y amigos. ¡Esos sí eran desayunos!". Ah, y otra cosa, ¿sabe los partiditos de fútbol que hacíamos con mis hermanos cuando no trabajábamos? Claro, en esa época y en el campo, no había mucho con qué entretenerse".
El inicio de aquellas mañanas de la infancia fue descripto. Y a la hora de sentarse a comer, ¿qué había?: "De lunes a miércoles nos comíamos unos pucheros bárbaros; los jueves eran infaltables los tallarines amasados por mi madre, y los domingos les hincábamos el diente a los pollos, lechones".
José es un fiel representante del laburante que no le hace "asco" a ninguna tarea. Y también digno descendiente de una familia que, además de papá en el campo y mamá "preparando comida todos los días para once, lavando toda nuestra ropa, haciendo pan en el horno de barro y otras labores", se agregaban el abuelo y unos tíos que producían, allá por el 1900, alrededor de 30 mil litros de vino tinto.
"Cuando tenía 11 años ya manejaba la guadaña y la azada, y desde entonces no han dejado de pasar por mis manos diversas herramientas de trabajo y de labranza, algunas tiradas por caballos como los arados de reja", rememora el hombre.
Y así, una y otra vez regresa sobre sus pasos: "En este país hay mucha vagancia. Hay que trabajar. No hay otro secreto. Yo trabajo muy duro todos los días, con sol, con frío, con calor, con lluvia. Solo hay que proponérselo y no soy el único. Pero tampoco son todos los que deberían", sentencia el hoy dueño de Marino Juan.
No mira televisión, pero le gusta escuchar radios de Rosario. "Me duermo y me despierto escuchando radio. Me gusta mucho y siempre recuerdo las voces de Hugo de Cruz, Raúl Granados, Lucy Dantés y otros que además de locutores eran artistas de los radioteatros".
Algunos recuerdos más se escapan de la boca de José, antes de que regresemos a Rosario: "¡Qué lindo lo pasábamos en la Navidad! Entre parientes y amigos éramos como 45. Fiambres caseros, pollo a la parrilla, lechones al horno y otras cosas más. Sidra para el brindis, solo para los mayores, y pan dulce, que casi siempre era casero. Y mucho clericó", aclara José con un dejo de sonrisa casi picaresca.
La Fiesta de la Papa
"Qué lastima que no hagan más la Fiesta de la Papa. La última fue más o menos en el año 2000. Venía gente de todos lados y artistas de primer nivel, como Roberto Goyeneche, que estuvo en la de 1986 (nos exhibe un gran afiche que recuerda esa ocasión). Había desfiles y Arroyo Seco se vestía de fiesta. Todas las provincias mandaban sus representantes para participar en la elección de la Reina de la Papa. Me acuerdo y la verdad me emociono". José se despide de Más con un fuerte apretón de manos, callosas y con huellas de mucho trabajar, y la misma sonrisa que nos dio al llegar. "Le sonrío a la vida, a la memoria de mis padres que me enseñaron que nada se consigue sin trabajar. Y le sonrío a la tierra que nos enseña día a día que debemos cuidarla y protegerla porque de ella vivimos".
Alberto Mollet