Esta entrevista al jefe del departamento de cirugía oncológica del Instituto Alexander Fleming se programa con una semana de anticipación. El teléfono del especialista deberá sonar a la hora señalada porque su agenda tiene muy poco espacio para tareas que no sean las del consultorio o en el quirófano. Eso sí, una vez que se dispone a la charla Eduardo Huertas habla con soltura y tranquilidad sobre los temas que más conoce, entre ellos, el rol del médico y el lugar del paciente, quien desde su perspectiva debe tener una participación clara en las decisiones que competen a su tratamiento oncológico.
También cuestiona a aquellos cirujanos “que convierten en un hecho casi deportivo el uso de ciertas tecnologías y están más preocupados por ver si pueden o no utilizarlas” que por el impacto de esos avances en el enfermo, y advierte que en materia de investigación la Argentina está en un momento totalmente crítico.
En la charla con Más habla, además, de la importancia de la verdadera multidisciplina, esa que permite a los profesionales estar en contacto en forma cotidiana y que implica “poder abrir la puerta del consultorio del colega en cualquier momento para hacerle una pregunta o transmitirle algo sobre un paciente”.
—La cirugía ha cambiado en los últimos años también. No tanto en lo técnico aunque se ha modificado por el uso de la laparoscopía y la cirugía robótica, que tiene indicaciones en determinadas situaciones y que exige un entrenamiento por parte del profesional, que no siempre se cumple. La laparoscopía es relativamente nueva en el campo de la oncología y exige una determinada cantidad de técnicas específicas que requieren una capacitación adecuada que debería hacerse en los centros en lo que se trabaja bien. Esto se hace con simuladores, después con cadáveres o animales, luego el cirujano es ayudado por gente ya capacitada y después de eso recién puede hacerlo solo. Pero esto ocurre en países con las cosas ordenadas. En la Argentina la mayoría de las veces esos pasos no se cumplen, hay quienes salen a operar con poco de este recorrido y esto es muy riesgoso para la salud de los pacientes. A veces, incluso, se transforma en un hecho deportivo el ver si lo puedo o no lo puedo hacer. La cirugía tiene una particularidad: en vez de tener que leer mucho, como en otras especialidades, lo que más requiere es mucho entrenamiento y la repetición de procedimientos, que nunca son iguales. Esa es su principal característica.
—¿Cómo se integra el cirujano en el marco de un contexto donde las terapias biológicas tienen tanto peso?
—Nos integramos en equipos multidisciplinarios, eso es clave. Los cirujanos, como mencioné, somos muy técnicos y debemos adquirir conocimientos que permitan que la cirugía sea la adecuada para cada patología. Hay cosas que se pueden hacer ahora desde el punto de vista estratégico que antes no existían. Hoy los pacientes pueden ir a la cirugía habiendo hecho inmunoterapia, por ejemplo. Pacientes que antes no llegaban al quirófano.
—¿Cuántos años de carrera lleva y qué cambios vio en la última década?
—Tengo 40 años de profesión. Y desde que empecé, a este presente, es totalmente distinto. Trabajo en Fleming y acá, el hecho de hacer nuestra tarea de todos los días con los oncólogos clínicos, los radioterapeutas, los investigadores, nos da un conocimiento distinto. Se toman las decisiones dentro de un equipo multidisciplinario, ejercemos la verdadera multidisciplina.
—Ese abordaje en conjunto de cada caso, cuando no se da, ¿es por falta de recursos económicos o depende de otro tipo de decisión?
—No es tanto un tema de recursos económicos o físicos sino simplemente el concepto multidisciplinario no siempre se da. Hoy hay varios centros en la Argentina, no sólo en Buenos Aires, donde esto funciona. No pasa tanto por el acceso a cosas súper sofisticadas, sino por encarar un verdadero trabajo en equipo. Yo puedo hablar de lo que hacemos acá. Primero, trabajamos muchas horas en el mismo lugar y eso permite un diálogo frecuente, la consulta es entrar al consultorio de al lado y hablar con el colega para hacerle una pregunta o transmitirle algo sobre un paciente. Luego hay ateneos donde van todos los médicos y allí se discute la estrategia de tratamiento y lo que se hace o se va a hacer.
—¿Considera que el paciente debe participar, estar al tanto de todas esas decisiones?
—Sí. Porque una cosa es mirar el tumor y ver con un tubo sus cambios, su parte inmunológica, y otra muy distinta es abrir los ojos y ver que hay un paciente que tiene ese tumor, un paciente que tiene un trabajo, que tiene afectos, ilusiones, un entorno. El paciente es mucho más que el tumor. Por eso debe participar claramente de las decisiones que toma el médico. Porque nosotros curamos una enfermedad pero si las secuelas de ese tratamiento que lo cura van a ser tremendas, es esa persona la que deberá convivir toda su vida con esas consecuencias. La conversación con el paciente debe ser extensa y tiene que estar al tanto de los riesgos que puede correr.
—Pero hay personas que prefieren no saber...
—Por ideología o idiosincrasia, sobre todo en países como el nuestro, el paciente no siempre quiere enterarse de su pronóstico. Uno ve esto en países del norte de Europa, por ejemplo, donde los pacientes saben todo lo que les pasa pero sobre todo cuál es su pronóstico. Tienen toda la información. De todos modos no creo que sea cuestión de tirarle todos los datos y decirle: arreglate. Una cosa es eso y otra muy diferente compartir la información con todo lo que conlleva. En Sudamérica y en el sur de Europa, el pronóstico es algo que no se dice...
—A veces no es el paciente sino la familia la que pide que la persona que está enferma no se entere...
—Sí, lo veo a menudo. Es la familia la que pide que no le digamos. No quieren que los enfermos tengan la información adecuada. Puedo comprenderlo en un paciente muy añoso donde por la expectativa biológica, por su edad, quizá no sea necesario decirle exactamente qué tipo de cáncer tiene o qué perspectivas. En esos casos en entendible no angustiar a alguien. Quizá la expectativa de vida por su enfermedad sea la misma por la edad que tiene. En un paciente joven se debe compartir, no tengo dudas. Porque entonces colabora de otro modo y acepta o no acepta ciertas prácticas.
—Mucho se habla de la actitud de la persona con cáncer. Se dice que si está fuerte anímicamente, si la pelea con la cabeza en positivo le va a ir mucho mejor. ¿Qué piensa al respecto?
—La actitud no es algo que tenga nada que ver con la biología del tumor. Es cierto que quien tiene una mirada optimista va a hacer ejercicios (que es muy útil en todos los pacientes neoplásicos), va a colaborar más con el tratamiento. Si la persona se deprime es toda una complicación. Pero es en esos aspectos que la cosa mejora, el comportamiento del tumor no está ligado al ánimo.
—¿Cómo está hoy el país en relación a otros desarrollados en cuanto a terapias en cáncer y en investigación?
—Actualizados estamos. Accedemos a todas las novedades en este mundo globalizado. Y las terapias llegan. Pero la investigación en oncología es mínima. No hay inversión y la investigación requiere una cantidad muy importante de dinero para sacar algo que sirva y les sirva a muchos. En eso, este país está casi muerto.
—¿Qué tipo de tumores ven en su centro médico con mayor frecuencia?
—Los más comunes siguen siendo el cáncer de mama y el de pulmón. En pulmón hubo curvas que ascienden en mujeres. Hay campañas fuertes en tabaquismo y confío en que eso bajará la incidencia en unos años. Hay que decir también que en pulmón se avanzó mucho con la inmunoterapia. Hoy se trata a pacientes que eran incurables y se les mejora la calidad de vida y se les prolonga la vida. En mama, por ejemplo, antes pensábamos que era una entidad, hoy se sabe que hay muchísimas variedades y se puede tratar con hormonas, con anticuerpos. Hay muchos tratamientos. En este cáncer viene más lento lo de la inmunoterapia pero se avanzó mucho en cuanto a posibilidades terapéuticas.
—¿Y respecto al cáncer de colon?
—Es otra enfermedad que aumentó en su incidencia y la vemos mucho en gente joven. Esto es un problema. Estamos tratando personas de 20 o 30 años. No hay una explicación clara de por qué. Y hacer estudios de screening a esas edad es muy complicado. Ahora lo bajaron a los 45 años. Allí debe hacerse la primera colonoscopía. Pero lo cierto es que lo vemos en gente menor de esas edad. Y lo más complicado es que aparecen con tumores avanzados y diseminados. El joven se siente inmortal, cree que no le puede pasar nada serio, que las enfermedades son de los viejos y no consulta. Pero lo peor es que los médicos a veces lo minimizan, tardan mucho en pedirle un estudio y cuando se lo hacen tenemos enfrente un grave problema. La mejor recomendación es que si en la familia de una persona hay cáncer de colon en padres, hermanos, tíos, abuelos y sobre todo a edades tempranas los jóvenes se estudien rápidamente. El cáncer de colon se puede detectar a tiempo. Tenemos que lograr diagnósticos más precoces. El médico de cabecera debería hacer siempre un cuestionario sobre la historia familiar y derivar a una consulta genética si hay casos de cáncer en personas jóvenes en esa familia. La dificultad reside en que los médicos que se especializan en consultoría genética no son muchos en el país y menos en la ámbito hospitalario. Ese es otro gran déficit en la Argentina.