Casi un centenar de obras se despliega en el primer piso del Museo Castagnino (Oroño y Pellegrini) como una suerte de demostración, de reafirmación, de un grupo de artistas que protagonizaron los primeros años de los 80 y los 90. Un período que puede considerarse como efervescente, donde les tocó la difícil tarea de parir obra entre la dictadura y los movidos años de la democracia recuperada. Ellos son "aquellos bárbaros", por el gesto, por la pincelada pero también por el desafío para que el arte vuelva sentirse.
"Aquellos bárbaros" es justamente el nombre de la muestra que los contiene. Una exposición que impacta por su propuesta y por ofrecer un conjunto de producciones no tan conocido, al menos de este modo. Es la primera vez que todos ellos exponen juntos. Aunque esa unidad, de lugar, antes y ahora, no anula diferencias tanto formales como expresivas.
Esta exposición, más que plantear un registro estricto de artistas en términos temporales, propone un recorrido por algunas expresiones que surgieron en Rosario en un momento histórico intersticial. Compartieron aspectos estéticos y conceptuales que se vinculan como reacción a una etapa de violenta represión social, a la intensa irrupción de lo visual, a lo "bárbaro" del gesto.
En las producciones se observa el uso de grandes soportes, el recurso a la materia pictórica engrosada o las paletas terrosas, generando imágenes bidimensionales y tridimensionales poderosas. Se asoman telas cubiertas de pinturas acrílicas, dibujos en grandes dimensiones, grabados con texturas y juegos cromáticos o esculturas con elementos no convencionales. La construcción de un imaginario cultural ligado a un espacio cívico y político de incertidumbre se traduce en escenas desoladas, abstracciones de corte intimista y experiencias gráficas de impactante singularidad.
También muestra, sin abandonar lo anterior, el pasaje hacia otro momento, nuevas formas de expresión ante la recuperación democrática. Aquello que se vivía puertas adentro comienza a esparcirse, a penetrar en una sociedad que buscaba nuevas preguntas.
En diálogo con La Capital, María Elena Lucero, una de las curadoras, cuenta cómo se gestó la muestra y analiza su guión, sin temor a involucrarse como una más de Aquellos bárbaros.
—¿Cómo surge la muestra?
—Fue una propuesta del propio Museo, de esta gestión a cargo de Raúl D'Amelio. Eso por un lado. Por otro, a partir de la idea que se llevó a cabo con la muestra 100 años de la Colección, curada por Adriana Armando y Guillermo Fantoni, aparece esta intención de hacer este especie de link hacia la década del 80 y tratar de enfatizar ese momento tan potente y tan bárbaro que tenía que ver con el cambio hacia un régimen democrático y ampliar el espectro de artistas.
¿Cuántos artistas reúne? ¿Expusieron juntos antes?
—Son 26 artistas y casi un centenar de obras. Es la primera vez que exponen todos juntos. Entre ellos lo que hubo fueron agrupaciones que en ese momento operaban de un modo conjunto pero no había un reconocimiento colectivo. Algunos de estos grupos se formaron a partir de talleres o galerías; otros, exponían comercialmente; otros, en forma muy temprana fueron hacia Buenos Aires y lograron un reconocimiento importante y hay otros que estaban más ligados a la cuestión académica. No se puede hablar de un grupo homogéneo, tenían inserciones diversas en una misma época.
—¿Ese panorama de la escena artística de entonces debe haber complicado la tarea de curaduría?
—Sí, fue una urdimbre complicada. Nos llevó meses. Yo creo que a mitad de 2018 empezamos a reunirnos. Después, durante casi una semana hicimos visitas, desde la mañana hasta muy tarde, en una suerte de viaje antropológico. Ibamos y veníamos de un lugar a otro. Luego, vino la tarea de reunir todas las obras. Seleccionar fue un trabajo inmenso, pero absolutamente gratificante. En ese sentido, Xil y yo estamos conmovidas y con una sensación de misión cumplida.
—¿Imagino que algunas de las obras expuestas estaban guardadas, casi olvidadas?
—Eso fue interesantísimo. Fue fuerte para nosotras. En este especie de maratón, de Villa Gobernador Gálvez a Fisherton, del centro al sur y de ahí a Granadero Baigorria nos encontramos con artistas que tenían la obra perfectamente guardada, catalogada y resguardada; otros, con una gran negación, "no, yo no tengo más nada de eso"; mientras que algunos nos decían: "Si quieren buscar ustedes... yo no voy a participar". Y otro grupo que la tenía desperdigada, cerca de un patio o por ahí. Era un espectro enorme, que daba cuenta de las diferentes posiciones personales frente a la década. ¿Qué les pasó con su obra a estos artistas 30 años después¿ ¿Se amigaron, se pelearon, la tenían escondida, estaban esperando que se hiciese algo con ese período? Esta muestra hizo aparecer todas esas preguntas.
—¿El lapso que abarca la muestra es como un período poco reconocido?
—Sí, era un período muy poco visitado. Estas producciones que emergen, en la década del 80 y en los 90, después se encuentran con una etapa que una la puede pensar como el momento neoliberal, no sólo del país y de la economía sino de América Latina y del arte, que va a impulsar otro tipo de producciones, mucho más ligadas al mercadeo. Entonces, este tipo de propuestas empiezan a quedar como rezagadas. Y esto no es una idea mía, sino que es el relato de casi todos los artistas. Sentían como que habían quedado encapsulados, por lo cual era necesario volver a visitarlo.
—¿Y por qué ocurrió?
—Fueron políticas culturales que se aplicaron no sólo en Rosario sino en el país. Las miradas empezaron a estar puestas en otro tipo de obra, surgieron otros circuitos de legitimación, donde la cuestión de la juventud pasó a ser un fundamento de valor. Entonces, este tipo de producciones quedó ahí, como detenido.
—Observando las obras que se exhiben aparecen múltiples preguntas. ¿Lo ocurrido en dictadura era posible de representar? ¿Era pasado o presente? ¿Y la irrupción democrática?
—Sí, esas preguntas están. Por eso este momento queda en cierto punto como un momento efervescente, de algo que irrumpe, de algo volcánico. Entonces, más allá de los aspectos formales o técnicos, también se van generando como otros discursos. Además de esto, de la pincelada, la forma y los grandes tamaños, empiezan a aparecer otros relatos que tienen que ver con los desaparecidos, con la muerte y con la tortura. Y yo agregaría un tercer canal que tiene que ver las cuestiones de género y de la sexualidad.
—¿El título de la muestra refiere, obviamente, a todo eso?
—Sí, es lo bárbaro del gesto y lo bárbaro de la posición crítica del artista frente a la obra.
—¿Se pueden distinguir líneas que los unen entre ellos y también qué los diferencian?
—Sí, hay determinados conjuntos de obra donde se puede ver que hay un predominio de el problema de la pincelada, de la forma y la relación con la tela. La cuestión del gesto. Eso está muy claro. Hay otro grupo donde aparece inmediatamente la problemática del cuerpo humano, la tortura, la desaparición y el sufrimiento, eso también está vinculado con la época. Hay otro conjunto donde empieza, aunque incipiente, el problema de lo visual, donde hay un planteo referido al foco o lo que ocurre con las formas, la geometría y el diseño. Y también hay un momento donde aparece algo de la fruición, del erotismo y cierta búsqueda del goce frente a una coyuntura dramática o tortuosa al salir de la dictadura.
—¿Hay obras realizadas en plena dictadura?
—No, están desde los primeros años de los 80. Pero esto es un dato importante, porque estos artistas retoman estas dimensiones tortuosas que algunos han vivido durante ese período pero las van a con otros elementos formales, en la década posterior.