Paulo Milanesio se sienta frente a la computadora, en una habitación despojada, en una ciudad que se encuentra en la frontera entre Ucrania y Eslovaquia. Son las cinco de la tarde y está en medio de su jornada laboral. "Estoy en una zona del país que ha acogido muchas personas desplazadas, que han llegado desde zonas como el sureste, donde la guerra está más activa", describe tranquilo. Lo separan seis horas y más de 13 mil kilómetros de Rosario, la ciudad donde nació, donde viven su familia y sus amigos y donde el río Paraná le promete refugio y un cable a tierra para aquellas tardes sin calma.
Hace seis semanas, Milanesio llegó a Ucrania para liderar uno de los proyectos que la organización Médicos sin Fronteras sostiene casi desde el inicio de la invasión rusa, en febrero del año pasado. Actualmente, la actividad se concentra en el este y el sur del país, las zonas de mayor actividad bélica. "Somos la primera línea de recepción de las víctimas de la violencia y los ataques", describe Paulo, quien lidera un grupo formado por unos 30 profesionales internacionales y casi 200 ucranianos que tienen como objetivo la asistencia médica y el traslado de víctimas y refugiados.
"Tenemos un sistema de referencias que nos permiten llevar personas a lugares donde la seguridad es relativamente mejor, ya sea mediante trenes sanitarios o en ambulancias, porque a medida que avanza la guerra los hospitales ya empiezan a sufrir una sobrecarga de pacientes, entonces nuestra tarea es acercar a las personas que necesitan atención médica hacia aquellos centros de salud que tienen más capacidad de respuesta", afirma.
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Personal de Médicos sin Fronteras evacuando heridos en el tren medicalizado desde Kramatorsk.
El mes pasado, Médicos sin Fronteras advirtió sobre las consecuencias que tiene el conflicto entre la población civil. Según se describió en un documento que dio la vuelta al mundo, los ataques son indiscriminados y muestran una clara violación del Derecho Internacional Humanitario. La organización apuntó sobre la ausencia de cuidado a la hora de distinguir y proteger a los pobladores y señaló que más del 40% de los heridos de guerra que se evacuaron en el tren sanitario fueron ancianos y niños y niñas con heridas por explosiones, amputaciones traumáticas, metralla y heridas de bala.
El rosarino asegura que "vemos pacientes que llegan con heridas horribles por bombardeos, afectados por esquirlas de armamento bélico", pero además advierte que en las últimas semanas regiones que parecían relativamente más seguras fueron blanco de ataques con numerosas víctimas y daños a estructuras civiles.
Entre el 31 de marzo y el 18 de julio, el tren sanitario de Médicos sin Fronteras realizó 37 viajes por el territorio ucraniano, en ellos se transportó a 1.053 pacientes, incluidos 78 niños evacuados de un orfanato. Actualmente, la organización cuenta con equipos con base en Dnipro, Ivano-Frankivsk, Kharkiv, Kyiv, Lviv, Odesa, Poltava, Pokrovsk, Kryvyi Rih, Uzhhorod, Kropyvnytskyi, Vinnytsia, Zaporizhzhia y Zhytomyr.
Un largo camino
Milanesio se recibió de ingeniero civil en la Universidad Nacional de Rosario a fines de 2008. Pero no se veía trabajando todo el día en una oficina. Con el título bajo el brazo viajó a Barcelona, donde cursó un máster en cooperación internacional. Allí descubrió que podría aplicar sus conocimientos a proyectos humanitarios y decidió unirse a Médicos sin Fronteras.
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Elena, de 35 años, y su hijo Kirill, de 6 años, esperan para ver a un médico en una estación de subte de la ciudad de Kharkiv.
Con la organización participó de iniciativas en Yemen, Camerún, Etiopía y Mozambique. Actualmente está radicado en España, pero se las ingenia para volver una vez al año a Rosario, donde tiene a sus padres, amigos y el río Paraná "un lugar donde puedo conectar con mis raíces".
La última vez que estuvo en la ciudad fue en marzo pasado. Venía de participar en una misión en Camerún y estaba en Rosario cuando lo asignaron a Ucrania. Después vinieron algunas jornadas de capacitación, el viaje y, finalmente, su nuevo destino.
A diferencia de otros proyectos, dice, la particularidad del conflicto de Ucrania es su dinamismo. "La situación es imprevisible, las líneas de fuego están en constante movimiento y el flujo de personas varía de acuerdo a las líneas de fuego. No existe en Ucrania ningún lugar que se puede considerar complemente seguro, una ciudad o un poblado puede ser bombardeado en cualquier momento. Por eso, el monitoreo de la situación es constante y capacidad de reacción debe ser instantánea. El grado de brutalidad de esta guerra es grandísimo", apunta.
Según estiman desde Naciones Unidas, desde la invasión rusa, nueve millones de personas abandonaron Ucrania, de las cuales un 30 por ciento decidió retornar a su país. "Hay además muchas personas desplazadas dentro del país, personas que han dejado toda su vida detrás", advierte Milanesio.
Y remarca que "hay que tomar conciencia de que la guerra no ha terminado ni ha bajado su intensidad. Seguimos siendo testigos de la brutalidad de una guerra que sigue activa y que amenaza con empeorar porque se acerca el invierno, con temperaturas que en la zona pueden llegar a menos 20 grados y con mucha gente viviendo lejos de sus casas, con el sistema de salud más sobrecargado".