Lucía Demarchi
Por Lucía Demarchi
Celina Mutti Lovera
Lucía Demarchi
La Capital
Tato está sentado debajo del mangrullo de los guardavidas. Es jueves, son las 8.45 y en 15 minutos van a llegar sus alumnos. Tienen entre 10 y 18 años y sobre las 9 de la mañana en el grupo ya hay más de veinte chicos que van a caminar por la Rambla Cataluña hasta la puerta de La Florida, adonde guardan el tesoro más preciado de la Escuela Municipal de Actividades Náuticas: los kayaks y los remos con los que todos aprenden a navegar el Paraná.
Desde la orilla pareciera que el día es inmejorable. El cielo está celeste y sin una nube que lo manche, el sol de la primera mañana va calentando de a poco la arena que no llega a estar tibia debajo de los pies y un viento norte hace que el calor casi ni se sienta en la piel. Pero el río es otro tema. Y eso es lo que aprenden y refuerzan dos veces por semana los chicos que los martes y los jueves dedican tres horas a manejarse en el agua. Eso que desde afuera es una brisa que relaja, adentro se transforma en una correntada que hace muy difícil avanzar en su contra a fuerza de remo.
"Somos 23, Tato". Uno de los alumnos más antiguos transmite la información al dueño de ese apodo, Darío Olivero, uno de los profesores, que decide esperar unos minutos más para comenzar la clase.
Antes de que nadie diga nada, ya todos saben lo que tienen que hacer. A unos metros del punto de encuentro hay una especie container portuario convertido en un depósito náutico. Algunos chicos se acercan hasta ahí y entre muchas manos trasladan un tacho azul cargado de chalecos salvavidas. Se los distribuyen por tamaño, se los colocan y, en malón, van en busca de las embarcaciones.
El inicio
La Escuela Municipal de Actividades Náuticas es un espacio que llevan adelante los educadores de las direcciones de Deporte Comunitario y Deporte Federado, que dependen de la Subsecretaría de Recreación y Deportes de la Municipalidad de Rosario. La escuelita de kayak depende de ella y se divide por edades: los martes y los jueves, de 9 a 12, participan alumnos de 10 a 18 años; y los sábados en el mismo horario las clases son para jóvenes de más de 18.
Se dan clases todo el año, pero el punto fuerte es esta época, cuando el clima acompaña para estar en el agua. La escuela de verano comenzó el 12 de diciembre y continuará hasta mediados de febrero.
Busca que los chicos, adolescentes y jóvenes que viven en los barrios de la zona norte conozcan distintas formas de relacionarse con el río de manera responsable. A lo largo de los años, asistieron y asisten alumnos de los barrios Industrial, Arroyito, Nuevo Alberdi, La Cerámica, Toba/Travesía, La Esperanza, Los Cedros, Polledo, Cristalería, Casiano Casas y Empalme. El municipio pretende recrear la experiencia en la zona sur.
Además, los viernes se acercan los chicos que participan de las distintas colonias de vacaciones municipales para realizar clínicas de canotaje.
El proyecto nació hace casi cuatro años de la mano de Tato y dos colegas: Mauro Andrade y Esteban Masson. "Arrancamos con un proyecto nuestro. Al principio teníamos cinco kayaks: uno mío y mis compañeros tenían dos cada uno. Hicimos empanadas, almuerzos y con eso compramos tres o cuatro más y arreglamos un trailer para trasladarlos. Después la Municipalidad avaló el proyecto y se compraron más embarcaciones. Hoy vienen entre 20 y 30 pibes", contó Tato. Hasta el año pasado funcionó en el Club Islas Malvinas, y la "cancha" era el arroyo Ludueña. Este año se trasladó a la Rambla.
Al agua
"Amigo, ¿me ayudás a llevar este?", pide Alexis —que tiene 11 años y hace uno que rema— a uno de sus compañeros, mientras sostiene un kayak doble desde una de las puntas. Entre los dos lo bajan hasta la playa. El resto hace lo mismo. El trabajo es grupal. Con las embarcaciones en fila y los remos en la mano, los profesores les colocan las tapas a los tambuchos y distribuyen a los alumnos en base a sus destrezas. Los más nuevos no van solos: ocupan el asiento delantero de los dobles, que es la ubicación que menos conocimiento y fuerza requiere.
"El verde es mío", canta Naara, que arrancó a remar hace cuatro años, cuando tenía la misma edad que Alexis. Ella va en uno individual que, pese a que sus amigos la definen como una de las que más maña se da con la remada, no consiguió hacer volver al punto de partida por la fuerza de la corriente. Tuvo que dejarlo al cuidado de otros compañeros, volver a pie y pedirle a Joel, su hermano mayor, que se ocupara del tema.
El de la correntada es uno de los obstáculos que, de a poco, los chicos aprenden a sortear. Como que la embarcación se de vuelta. Hay técnicas para volver a ponerla boca arriba y volver a subirse, no ya desde la orilla sino donde el río es más profundo y ni los profesores hacen pie.
La enseñanza es colaborativa, y mientras Tato se sienta en la arena con dos hermanos que por primera vez llegan a la escuela y les muestra cómo deben manipular los remos, Uriel —que ya tiene 19 años y una destreza que lo llevó a conseguir una beca en el club Regatas para competir en remo— hace las veces de asistente y da algunas indicaciones a los que están por salir.
Las horas hasta el mediodía transcurren entre remos y chapuzones. Cuando faltan 15 minutos para las 12, se da el mismo ritual pero a la inversa. Los chicos ponen las embarcaciones en su lugar, acomodan los chalecos en el depósito y se despiden hasta el martes. Aunque no todos: para un grupito el encuentro no termina hasta un par de horas después de la clase y de quedarse chapoteando en la Rambla.