Las mujeres que paraban la olla ahora entregan bolsones porque no pueden pagar la garrafa. Las que antes colocaban carne y pollo en esa olla ya no llegan. Las meriendas se reducen y en los espacios de ayuda de los barrios más de una vez se les tiene que decir a las familias que se acercan que "se entrega lo que se tiene". Las donaciones se achicaron y las ayudas del Estado no llegan. Y no se trata sólo de la subsistencia alimentaria que, claro, es lo urgente, sino de la supervivencia misma de las organizaciones -muchas de ellas pequeñas y de alcance barrial- que por estos días hacen malabares para sostener en sus territorios el plato de comida y también las actividades con infancias y adolescencias. Algo de oxígeno ante las asfixias de las carencias.
La situación apremia. De hecho, este viernes movimientos sociales locales y del resto del país llevan adelante una acción conjunta de protesta ante el hecho de que son más de 44 mil los comedores populares en la Argentina no reciben un kilo de alimentos desde el inicio de la gestión de Javier Milei en la presidencia de la Nación. Y, más aún, tampoco reciben respuesta de "un gobierno que los empuja al desabastecimiento de los comedores comunitarios en este contexto crítico", donde la pobreza supera el 60 por ciento y donde la inflación interanual supera el 250 por ciento. Así lo señalan en la convocatoria lanzada en Rosario por la organización Libres del Sur.
En ese contexto, desde las organizaciones señalan justamente que no se trata solo de ayuda alimentaria. En muchos casos, son espacios que paralelamente generan acompañamientos integrales en los barrios populares. Y todo eso es lo que está en juego.
El umbral del dolor
"Tenemos un umbral del dolor alto, pero lo que estamos viendo es tristísimo", dice Tomás Eder, quien desembarcó junto a su compañero Gastón Schiavone hace ya 14 años en el barrio Qom de Travesía y Juan José Paso. Allí se proponen actividades recreativas, todas las veces que se puede con merienda. Y en varias oportunidades incluso este verano han llevado a los adolescentes del barrio al río Paraná -algo tan cercano, pero lejano para todos ellos-.
Por estos días, no dejan de atender además otra urgencia como es el dengue, que tiene a familias enteras afectadas, y otra infinidad de carencias. "En el barrio, que lleva años y años de abandono, por estos días el mayor problema es el dengue, pero además estamos viendo una emergencia alimentaria que está cercana a la que atravesamos en la pandemia", dice el profesor de educación física, que señala que "el que subsistía de la changa ya no la tiene y la entrada diaria de la gente no aparece".
Con más de una década de trabajo, este verano estuvieron en el barrio, siguen allí e incluso hay proyectos para continuar este año apostando al trabajo en red con otras organizaciones, pero recalcan que "la situación es muy difícil en el barrio" y también para la asociación.
"Hacia adentro de la organización somos docentes, que en todos estos años hemos puestos de nuestros bolsillos incontable cantidad de veces. Ahora eso, poner para la merienda de cien pibes de nuestros salarios docentes ya no es algo que podamos hacer", cuenta Tomás, con angustia.
Si bien están gestionado -con todos sus papeles al día- las ayudas del Estado municipal y provincial, por ahora no reciben nada. Están intentando tender redes con la Secretaría de Desarrollo Social del municipio, al tiempo que destacan el trabajo "conjunto y el acompañamiento de la Secretaría de Pueblos Originarios".
Sin garrafa
Juan Ponce sostiene, a través de la organización La Mecha Sigue Encendida, puntos de ayuda alimentaria en los barrios Ludueña, Moderno Triángulo y Bella Vista. Allí, son unas 600 personas las que se acercan a recibir algo alimento para sus familias. La Mecha Sigue Encendida es un espacio que le rinde homenajea nada menos que a su madre asesinada en Ludueña, donde ella atendía el comedor barrial.
Juan Ponce, hijo de Mecha, encabezó un tenaz reclamo de Justicia. (Foto: Héctor Rio / La Capital)
Juan Ponce, hijo de Mecha, encabezó un tenaz reclamo de Justicia. (Foto: Héctor Rio / La Capital)
"Esta tarde para la copa de leche de los chicos sólo tenemos galletitas, no tenemos fluido, una leche, un jugo, nada más que agua", dice a La Capital y aclara: "Nosotros ayudamos con la gente que tiene un mango y nos trae donaciones, lo que pasa es que cada vez son menos los que pueden ayudar".
El ajuste también les llegó a la cocina. Antes preparaban raciones de comida varias veces a la semana en los cuatro barrios y entregaban a las familias, pero ahora no pueden afrontar los gastos que implica poner la olla al fuego, debido a los aumentos del gas envasado. La única forma de cocinar que tienen.
"La garrafa chica está arriba de los 12 mil pesos y dándole fuerte como hacíamos duraba una semana. Ya no podemos pagarla", señala Ponce. Es que ya en enero, con la desregulación del mercado del gas, el precio de gas envasado aumento un 120 por ciento y en esta última semana se anunciaron nuevos aumentos.
Lejos pensar en renunciar, la alternativa que encontraron fue armar bolsones de alimentos secos. "Lo que hacemos es armarlos y entregarlos a la gente, y cada vez son más familias las que vienen a pedir por ayuda y la verdad es que damos hasta donde podemos y tenemos, le pedimos a la gente que nos aguante, pero se hace muy difícil", recalca.
La organización recibe un aporte de la provincia y algo de mercadería del Banco de Alimentos Rosario (BAR), pero su sostén fundamental son las donaciones de privados. "Hay gente que tiene una moneda y todavía ayuda -dice Ponce-, pero hay muchos que nos plantearon que no pueden seguir colaborando porque esta crisis lo que está haciendo es dejar a los pobres súper pobres y ahora también esa clase media que nos ayudaba, es pobre", sostiene.
Cachorros Bananeros
En barrio Banana, el comedor de la organización eclesial de base Mensajeros de Jesús busca volver a levantarse tras varios traspiés, incluidos robos. Sostienen el espacio para las infancias "Chachorros Bananeros" a fuerza de voluntad y un aporte mínimo del municipio.
Alejandra Gayol, una de las mujeres que llegó en la pandemia y que junto a otras del barrio sostiene el espacio, cuenta que su situación no es diferente a la de muchas organizaciones que atraviesan la "incertidumbre" de saber qué habrá poder delante y si la ayuda llegará o no.
Este verano, detalla, se sostuvieron con un aporte mínimo del municipio que les permitió darles a los chicos una merienda -a veces alcanzaba para alfajor y juguito y otras veces para alfajor solo-, pero cree que lo más importante fue poder ofrecerles a los chicos una vez a la semana la ida a las piletas del Polideportivo Parque Oeste.
"Fue muy importante contar con la ayuda para la movilidad de los chicos, pero ahora no sabemos cómo vamos a seguir y estaremos esperando las renovaciones de las ayudas", señala la mujer, ya jubilada, que cuenta que son ellas mismas las que en estos días están intentando reconstruir el espacio comedor que les permita volver a ofrecer raciones de comida.
Mientras tanto, hasta el año pasado, además de los más chiquitos, el espacio alojó talleres de oficios, desde textil hasta herrería y carpintería, aunque la continuidad también es incierta. "La gente tiene que trabajar, buscar el mango para subsistir y sostener esos espacios cuesta tanto a quienes vienen como a las organizaciones ante tanta incertidumbre", afirma con la única certeza de que el barrio "está lleno de necesidades y en los próximos meses, habrá más".