"Las autoridades deben dar paz a la población y en los barrios hace mucho que no tenemos paz. En los barrios tenemos muertos a diario, armas y el dinero negro corre a raudales. Necesitamos que pongan el ojo en esta cuestión y no hagan algo superficial y se siga traficando y matando gente", señaló anoche el arzobispo de Rosario, Eduardo Martín. Fue en el marco de la homilía que pronunció en la parroquia de barrio Larrea que el domingo pasado fue atacada a balazos por narcos. Afuera, en un hecho triste de estos tiempos, dos móviles de Gendarmería custodiaban la llegada de los fieles.
Fueron más de 300 los que dijeron presente en la parroquia María Reina, una capilla de hormigón y paredes de ladrillos visto que se levanta en México 1045, enfrente de la escuela Paulo VI (a la que también balearon el domingo pasado) y en medio de un barrio de casas bajas y zanjas a cielo abierto.
Anoche, el ulular de las sirenas de los móviles de Gendarmería indicaba con exactitud a cualquier desprevenido cómo llegar hasta allí. "Este barrio cambió por completo hace dos días", admitió uno de los sacerdotes que participaron de la "misa por la paz", que convocó el arzobispo como respuesta al ataque a balazos que sufrió la parroquia dos días después de que el párroco, Juan Pablo Núñez, denunció el crecimiento de la violencia por la venta de drogas en la zona.
"Queremos vivir tranquilos. Poder trabajar, salir a la vereda a tomar mate; pero la seguridad no está en nuestras manos. Está en manos de las autoridades, es su deber darnos seguridad", dijo el arzobispo ante los fieles, todas familias con niños que colmaron la parroquia. Es más, no fueron pocos los que siguieron las palabras desde afuera, oteando desde las ventanas.
"Estamos acá porque algo tenemos que hacer. Si no haces nada, en este barrio en cualquier momento te ponen un búnker en la puerta de tu casa", le dijo minutos antes a La Capital un vecino con más de 50 años en el barrio mientras repasaba los cambios que hubo en la zona en los últimos tiempos.
"Esto ya no es como antes. Ahora está muy peligroso", admitió el hombre a metros de donde se veían perfectamente los siete impactos de bala en la puerta de la parroquia. En el altar, otros siete impactos daban cuenta de lo que fue el atentado del domingo pasado.
Al lado del que sufre
"Nosotros no trabajamos para salir en la televisión. La Iglesia trabaja por amor a Cristo, tiene que estar donde están los más postergados y necesitados. Y eso es lo que hacen los sacerdotes de la pastoral de Drogadependencia en los barrios populares, trabajando junto a los jóvenes que sufren la esclavitud de la droga", aseguró el arzobispo mientras esos curas lo escuchaban entre la muchedumbre.
Martín también pidió rezar por quienes atentaron contra la parroquia y la escuela. "Rogamos por ellos, para que se conviertan y encuentren a Cristo. El primero que se fue al cielo fue un ladrón, y no por ladrón, sino por pedir perdón", remarcó.
Luego llegó la crítica a las autoridades y cuando culminó la homilía hubo un cerrado aplauso de todos los presentes que se extendió unos cinco minutos. Después, uno a uno se acercaron a comulgar cantando una estrofa por demás de gráfica. "No tenemos miedo", dijeron acompañados por los acordes de guitarras. Ya era de noche en barrio Larrea. Afuera, una decena de gendarmes custodiaba la salida.
Delfina, el ángel de la guarda
El padre Juan Pablo Núñez destacó ayer una carta que le mandó Delfina, una pequeña alumna de la escuela Paulo VI, entidad que también fue atacada a balazos la noche del domingo. "Te quiero mucho, no estés triste y gracias por cuidarme", le escribió la nena. "Fue lo más lindo que recibí entre tantos saludos y apoyos tras lo sucedido. Ella es nuestro ángel de la guarda", aseguró.
Una intensa disputa territorial
La disputa por el territorio con los narcos es tan grande que los curas hasta tuvieron que cerrar un centro de día que funcionaba en el barrio Larrea. "Los chicos tenían miedo de venir. Los agarraban y los amenazaban. Habíamos sacado a muchos de la droga, pero hace un año lo tuvimos que cerrar", admitió uno de los sacerdotes que camina el barrio a diario.
Es más, en esas caminatas dice que los jóvenes le preguntan: "Eh, guacho. ¿Dónde queda?". Lo que buscan no es la parroquia, sino el búnker de drogas.