“Este barrio tuvo y tiene una historia para contar; esa es la idea, conservarla, preservarla, que se conozca, esa es ahora nuestra tarea”, dice Antonio “Tito” Castillo, que con tantos años como docente en la escuela técnica, hoy es referente ineludible del lugar donde nació hace 75 años. Extraña la brisa del río cuando al atardecer hacía bajar la temperatura y los vecinos salían a la vereda a tomar el fresco que llegaba del este. Pero tiene otra nostalgia, siente que la gente de toda la vida en el barrio se “invisibiliza”. Los saludos personalizados se van diluyendo porque hay gente, casas y edificios nuevos. Pero allí está él, como muchos, hablando de Refinería que conoce como libro abierto.
“Ahora notamos un poco la invisibilidad, uno transita el barrio y si quiere encontrarse con conocidos o un amigo de toda la vida, tiene que ir a determinados lugares, por ejemplo a tomar un café en Monteagudo y Vélez Sarfield, en el bar Margarita, que abrió 105 años atrás, con el nombre de Academia, el famoso bar de Conti”, dice Castillo. Y explica que antes se decía ahí está doña Clara, ahí don Pedro, voy a la verdulería de Miguel o al taller de, eso era lo cotidiano.
“Hoy ya no pasa eso, uno es uno más, un poquitito dentro de una masa donde se confunde con los demás. El río se ha perdido un poco también, antes era una parte más de nuestra vida y nuestros juegos, ahora está cercado por grandes edificios y extraño su brisa”, relata. Y evoca las tardecitas cuando todos los vecinos salían a tomar el fresco que traía la brisa el río, que bajaba unos cuatro o cinco grados la temperatura de los veranos.
“Es la seccional más chica de Rosario, eso hizo que los antiguos habitantes nos conociéramos todos, ahora con este nuevo proceso las cosas cambiaron un poco, al principio teníamos una actitud un poco hosca porque nos parecía poco amigable para un barrio de casas bajas, pero entendemos que no podemos detenerlo, las construcciones nuevas se van a prolongar en el tiempo hasta que esto cambie definitivamente, por lo tanto tenemos una actitud de comprender”, explica.
“Tenemos la idea de que la gente nueva se acerquen de a poco a las actividades del barrio, que viva lo que tiene que ver con lo social y comercial”, dice Tito, que participa activamente de las actividades del lugar y que, en ese marco, siente que hay algo que lo reconforta, el saludo de quienes fueron sus alumnos.
“El recuerdo más potente de mi infancia es la solidaridad, me interesan las construcciones y demás, pero más me interesa la gente, y justamente es sobre la gente lo que me quedó grabado”, dice. Y explica que con esa actitud de buena vecindad, nadie pasaba carencia, eran los tiempos de la tacita de azúcar prestada, porque siempre estaba el vecino que ayudaba, y de la “libretita de fiado del almacenero”.
Los juegos de niño con los amigos, bajando al embarcadero y dando chapuzones aun en sitios bravos del río o pescando, el fútbol en la canchita de los “curas de la Escuela Boneo”, el mate compartido y las cartas, también están en sus recuerdos tempranos. Como los encuentros en los bares, que eran muchos. “Quizás mi recuerdo es algo más melancólico que otra cosa, pero al mismo tiempo es real”, dice y asiente entre risas: “Si mi mamá me puso Alberto porque compraba las revistas de época donde salía Alberto Castillo, pensando que por carácter transitivo podía tener la misma suerte”.