El 8 de junio de 1982, hace 41 años, fue la jornada más negra para la flota británica durante la guerra de Malvinas. La Fuerza Aérea Argentina evitó un desembarco inglés y las incursiones de los aviones Mirage Dagger y A4 Skyhawks hundieron una fragata, dejaron irrecuperable otra y causaron múltiples bajas en el enemigo. Pero muchos aviones argentinos no pudieron escapar del nutrido fuego antiaéreo. Jorge Vázquez, o Alfredo como lo llamaba su familia, o “el Gordo” como lo hacían sus camaradas, no regresó. A los 24 años libró su último combate.
Dos días antes, tal vez presintiendo lo que iba a suceder, había llamado a su familia y charlado con todos menos con su hermana Mónica, quien a esa hora se había ido a la parroquia del colegio Padre Cantilo, en barrio Cura, a pedir por él. Estuvo mucho tiempo enojada con Dios por esa razón.
Cerca del anochecer de ese fatídico 8 de junio, Héctor “Pipi” Sánchez aterrizó en Río Gallegos. Estaba transpirado y temblando. Al bajar del A4 vio a los mecánicos de los otros aviones integrantes de la escuadrilla que esperaban por sus pilotos. Ninguno regresaría.
Menos de un mes antes, el 12 de mayo, el Gordo Vázquez había visto la misma escena cuando fue uno de los pocos sobrevivientes de una misión que cada vez se tornaban más peligrosas. Tras esa experiencia traumática, no dudó en pedirles a sus superiores que lo pusieran a volar nuevamente.
Un día gris y lluvioso
El día de la última misión del Halcón rosarino amaneció lluvioso y con nubes bajas en Río Gallegos, la ciudad donde se había montado la base de las escuadrillas de A4 B.
Minutos antes de las 10.30 llegó información sobre el movimiento de buques británicos en punta Fitz Roy y se estimó un posible desembarco. El Comando Aéreo Sur decidió entonces atacar esos objetivos y envió dos escuadrillas de A4 B y dos de Mirage Dagger.
La incursión aérea tomó por sorpresa a las tropas británicas y dejó severamente dañada a parte de la flota.
El Gordo formó parte del segundo ataque. El Comando Aéreo Sur ordenó el despegue de otras dos escuadrillas de A4 B con la misión de impedir el desembarco, y allí partió el rosarino que había pasado por las aulas de la escuela Padre Cantilo, República de Bolivia y el Superior de Comercio.
Solo, a bordo de su A4 vio cómo dos integrantes de la escuadrilla debieron regresar a poco del despegue por problemas en sus aeronaves.
La misión entonces fue encarada por cuatro cazabombarderos. Al llegar a Bahía Agradable los recibió un nutrido fuego antiaéreo ya que el factor sorpresa se había perdido tras el primer ataque.
“Fue dantesco. Nos tiraban con todo. Miré atrás de mi avión y vi cómo se levantaban surtidores de agua, varios piques de alguien que me disparaba”, recordó años después “Pipi” Sánchez en una entrevista con History Channel.
Impresionante relato de "Pipi" Sanchez y Daniel Paredi del ataque del 8 de junio de 1982
Segundos después, casi como un espectro que emerge de la nada, dos Sea Harrier salieron al encuentro. Sánchez vio que uno disparaba un misil y alertó a sus compañeros. El teniente Juan Arrarás recibió el impacto, se eyectó y no logró sobrevivir.
En el Sea Harrier, el piloto David Morgan ya tenía en la mira su segundo objetivo: Vázquez. El rosarino inició maniobras evasivas pero Morgan disparó y el misil dio justo detrás de la cabina del A4 del Gordo.
El caza del primer teniente Danilo Bolzán, en tanto, tampoco pudo escapar del otro Harrier. “Durante minutos quedé schockeado. Hace instantes eran amigos, camaradas y los vi desaparecer de esa forma”, subrayó Sánchez, que cuando volvió en sí inmediatamente buscó a los aviones ingleses y emprendió la retirada.
Solo había quedado él. Con poco combustible sabía que no podía regresar al continente. Tomó altura, con los riesgos que eso implicaba y redujo la potencia. La tripulación de un Hércules se acercó más de lo debido para reabastecerlo en aire y solo así logró llegar a Río Gallegos.
Años después se encontró en Londres con Morgan y de ese encuentro surgió una amistad que se mantiene hasta hoy. Esas amistades que muestran cómo la locura de la guerra pone en veredas opuestas a dos personas que no tenían nada entre sí, pero se cruzan en un combate aéreo y no dudan en matarse.
Esa experiencia dejó severas huellas en ambos. Sánchez habla muy poco del conflicto y Morgan tuvo graves problemas familiares tras regresar de Malvinas.
Al Gordo, en tanto, lo recuerdan con afecto en barrio Cura, ese sitio de Rosario donde alguna vez empezó a soñar con ser piloto y trazó los primeros capítulos de una vida que se apagó muy joven pero abrazado a su pasión: frente a los comandos de un cazabombardero.