Un historiador húngaro está convencido de que descubrió una copia desconocida de un mosaico de Giotto en una iglesia en ruinas perdida de una zona remota de Transilvania, en Rumanía.
Un historiador húngaro está convencido de que descubrió una copia desconocida de un mosaico de Giotto en una iglesia en ruinas perdida de una zona remota de Transilvania, en Rumanía.
Abandonado desde hace varias décadas, el templo está casi totalmente destruido, a merced de la lluvia y el viento, en la pequeña localidad de Jelna, a 430 kilómetros de Bucarest.
En una visita al templo en 2014, unos fragmentos de un fresco descolorido captaron la atención de Szilard Papp.
Sus investigaciones confirmaron su intuición inicial de que había encontrado una copia antigua y hasta ahora desconocida del célebre mosaico la “Navicella” de Giotto.
El mosaico original fue compuesto por el genial artista florentino en torno al año 1300 para adornar la basílica de San Pedro en Roma. La composición representa la escena bíblica de Jesucristo caminando sobre las aguas.
Hasta ahora se conocían tres reproducciones realizadas en la misma época: una cuidadosamente resguardada en Estrasburgo, en Francia; otra en Florencia y una última en Pistoia, también en Italia.
“Es es la cuarta”, aseguró Papp, un historiador que trabaja para la fundación Istvan Moller que busca preservar el patrimonio de Budapest.
La iglesia de Jelna construida a mediados del siglo XIV por los alemanes étnicos, miles de los cuales se establecieron en Transilvania, entonces parte de Hungría, después de la invitación de un rey húngaro del siglo 12.
Para el historiador rumano Ciprian Firea, del Instituto de Arqueología y de Historia del Arte de Cluj-Napoca, esta hipótesis es “perfectamente plausible”.
Según Papp, la obra de Jelna podría haber sido hecha por uno o por varios artistas locales a partir de bocetos traídos por los peregrinos.
“Es sorprendente encontrar una obra de este tipo reproducida en un pueblo que entonces estaba en la periferia del mundo cristiano, muy lejos de Roma”, dijo maravillado.
Por Martín Stoianovich