"Te amo, te odio, dame más", reza un tema de Serú Girán. Y parece que se convirtió en el pilar de muchas de las relaciones de pareja en la actualidad. Cada vez son más los hombres y mujeres que se vinculan, no desde el afecto, sino desde la dependencia y la violencia. Una violencia que no siempre tiene forma de golpes, sino sobre todo, de control y maltrato psíquico. El doctor Lucas Raspall, médico psiquiatra y profesor universitario, habló con La Capital. com.ar sobre los lazos afectivos tóxicos, aquellos que son tan intensos como dolorosos. Una lectura imprescindible para liberarse de la angustia y elegir mejor.
- ¿Cuáles son los amores “enfermizos”?
- Los que giran alrededor de diferentes formas de violencia, ese uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra la otra persona, con importante probabilidad de causar privaciones, daños psicológicos o hasta lesiones físicas. Los celos que persiguen de manera constante al otro, son una de las formas más frecuentes de “toxicidad” en la pareja, impidiendo el normal desarrollo de la vida de ambos miembros. La excesiva dependencia de una de las partes hacia la otra, también es una manifestación que coarta la libertad del otro, asfixiando sus intereses y necesidades. Luego, la violencia psíquica que constantemente desestima, menosprecia, humilla o verbalmente agrede al otro, una forma tan frecuente como lamentable. Y finalmente, la agresión que arremete en lo físico, ejerciendo el poder de una manera menos sutil y disimulada, siempre repudiable.
- ¿Qué características suele tener la persona que establece una pareja “tóxica”?
- Todos tenemos una afinidad particular por un “tóxico”; el elemento al que tendemos hacernos “adictos” cambia de una persona a otra, pero todos tenemos una cierta preferencia. El punto pasa por advertir el grado de riesgo o peligrosidad que tiene nuestra predilección. El o la que está en riesgo es el que busca constantemente aprobación, el que precisa de enormes cuidados, el que busca situaciones de adrenalina en la pareja, el que demanda pasión y desenfreno, el que investiga constantemente esa infidelidad que asegura que existe, el que extrañamente habilita situaciones de violencia… Las características son aquellas que, independientemente del color o cualidad, se muestran invariablemente repetidas una y otra vez, siempre más de lo mismo. En definitiva, lo importante es detectar las áreas de inflexibilidad y rigidez que denuncian el campo de “adicción” para poder intervenir, porque, por definición, impide vivir la pareja con libertad y salud.
- ¿Por qué es tan difícil cortar con una pareja cuando lo que predomina es el sufrimiento?
- Joaquín Sabina parece anticiparse a responder esta pregunta cuando dice que los “amores que matan, nunca mueren”, y si bien lo hace desde una exquisita licencia poética, no está muy lejos a la realidad. El problema más importante de estas relaciones llenas de sufrimiento, es que, independientemente de la calidad del daño, el vínculo es increíblemente fuerte, ocupando un espacio muy importante en la vida de quien lo vive. Así, desestimando el daño, quien lo padece cree que no podrá seguir adelante sin el otro. Algo que no es así.
- ¿Es de los dos el problema, o no necesariamente?
- De alguna manera, sí. Si hay un problema de pareja, entonces es de los dos. Las relaciones, generalizando, se sostienen por reciprocidad o por complementariedad. Por reciprocidad, cuando observamos esas parejas en las que cada uno le da muy poco al otro, pero ninguno se dice nada. Otras, en las que sistemáticamente ambos se engañan. Existen parejas en las que ambos se respetan, cuidan y miman. Algunas entran en espirales de violencia difícil de frenar, alternados con escenas increíbles de enamoramiento: manda acá la pasión, para un lado o para el otro. Lo importante es que, en todos los casos, uno y otra, se están dando lo mismo: hay reciprocidad.
En otras, el pegamento es la complementariedad: incluso en relaciones “enfermizas”, bien puede detectarse de afuera que cuando hay un golpeador, hay otra que es sumisa o que está aterrada. Cuando hay un infiel, hay otra que perdona sistemáticamente. Un dominante existe en tanto haya otra persona que ocupe un lugar de pasividad. De no ser así, entonces no se sostendría lo que se viene dando. Luego, uno puede calificar el lugar de cada uno, pero eso, cuando la relación es dañina, no es el punto más relevante: lo que es importante, es poder terminar.
- ¿Es posible ayudar a un amigo o a un familiar a cortar con ese vínculo dañino?
- Siempre se puede ayudar a alguien que queremos, en cualquier área o sentido de la vida. Escuchar es el paso primero: dejar que el otro se exprese, abriendo un espacio de confianza que permita al otro a animarse. Sólo así, si entiende que no lo juzgamos, entonces descubrirá lo que tiene adentro. Luego, aconsejar pensando lo que es mejor para el otro (no para nosotros!). Estar cerca, apoyar, acompañar durante todo el proceso. Más adelante, si la relación llega a ese punto en el que alguno de los dos, o seguramente los dos, no pueden ver de manera fiel lo que está pasando, entonces sugerir otro tipo de ayuda, externa. Finalmente, si la complementación no alcanza, entonces es necesaria la suplementación, es decir, actuar por el otro. Pero éste, es solamente un último paso, nunca el primero ni el segundo: hay que estar absolutamente seguro de que no hay una instancia menos invasiva y de que la relación es muy dañina o peligrosa para intervenir desde afuera.
Cada uno vive el amor a su manera, pero esta forma siempre debe respetar al otro; elegirlo, a cada paso, desinteresadamente.