El consulado de los Estados Unidos en Buenos Aires le negó a la cantante entrerriana Liliana
Herrero el permiso para que actuara en Nueva York, en la presentación de algunos temas que el
músico de jazz Guillermo Klein incluyó en un disco de homenaje al autor y compositor Gustavo Cuchi
Leguizamón, según publicó el diario Miradas al Sur, en su edición digital.
La entrerriana había sido invitada por Klein a participar en dos o tres
momentos del espectáculo que, durante una semana, presentó en el Village Vanguard, y que luego
repitió en el IFT de Capital Federal. Aceptó viajar, costeándose el pasaje y sin que hubiese dinero
para pagarle por su participación, por una combinación de sus ganas de conocer aquella ciudad con
el encanto que le producía cantar en una sala por donde pasaron, entre otros, John Coltrane y
Billie Holiday. No sabía que la esperaba “un interrogatorio infernal” en la
representación local del gobierno del país que se piensa a sí mismo como el más poderoso del mundo.
Herrero escribió la historia −que tituló “Detrás de un
vidrio duro”− para que nadie tuviese que traducir sus vivencias ni hubiese desmesuras
en el relato. Se dispuso a hacer público lo que consideraba más una estupidez que una afrenta,
aunque fueron ambas cosas.
Detrás de un vidrio duro. El texto que escribió dice: “Concurrí al consulado
para resolver, con tiempos mínimos, problemas en el pasaporte que percibí a último momento. Llevé
las notas de prensa que daban cuenta de mi participación en el concierto, justificando la urgencia
del trámite. El diálogo cortante que escuché del otro lado del vidrio fue increíble y
entristecedor. No sólo para mí. Percibí de repente cómo se ejercen ciertos lenguajes y cómo están
las cosas en el mundo. No es que no supiera las dificultades, las formas pesadas y grises de la
historia contemporánea que a todos nos afligen. Pero, desencadenadas de repente en un trámite
consular, me parece que pasan más allá de la tenue línea que separa la convivencia −aun en
tiempos difíciles− de la arbitrariedad. Fui acusada por esa funcionria de «desconocer las
leyes norteamericanas», de «actuar de mala fe ante la embajada», de «ser una profesional que iba a
trabajar», que debido a eso «no podría solicitar otra visa ahora hasta dentro de un año»
−suprema penalidad de un dios secreto que rige nuestras vidas en cualquier oficina
consular−, en fin, de estafar al pueblo norteamericano”.
“No conozco los Estados Unidos pero sé de la complejidad de su
cultura, su música y su literatura. Cantar algunas noches de invitada en el mismo lugar donde había
tocado John Coltrane −para citar sólo uno de los grandes músicos que han pasado por ese
lugar− forma parte de comprensibles mitologías personales. Pero para una señora que
dictaminaba e interrogaba al igual que viejos funcionarios coloniales frente a nativos iletrados a
los que percibía como aprovechadores se convirtió en una afrenta personal grave, absurda,
torpemente arrogante. En efecto, no conocía la minucia de las leyes norteamericanas al respecto,
pero después supe que había visas especiales para casos como éste, caso totalmente claro y que
explicité desde el comienzo. Reconozco mi ingenuidad y mi idea equivocada sobre este tipo de
viajes, que hice a otros países sólo con los normales trámites del caso, a pesar de que el mundo da
pruebas a cada paso de la trágica dificultad de las fronteras. Acepto que había leyes
norteamericanas que no conocía. Lo que no acepto es recibir en una sede diplomática extranjera un
trato con ciertos resabios de instituto disciplinario, si no de penitenciaría”.
“Los EEUU son un país complejo, donde tenemos muchos amigos, un
país cuyas tensiones culturales seguimos con interés y cuya historia contemporánea tiene los
aspectos que tantas veces se han discutido. Los músicos argentinos inspiramos muchas de nuestras
experiencias en los grandes ejemplos de la música norteamericana, y eso tenía en la cabeza cuando
me presenté a la oficina en la que atienden detrás de un duro vidrio, como peligrosísima cantante
argentina. La atención mediada por ese vidrio por supuesto es individual, por eso resulta engañosa
la entrevista realizada hace unos pocos días en el diario La Nación a esta alta funcionaria
consular acompañada por una foto donde dos chicos rubios y sonrientes se presentan ante ese vidrio,
pues allí nadie es atendido más que en forma estrictamente individual y sin ninguna sonrisa. Admito
ingenuidades, no admito que se me juzgue como «de mala fe»”.
“Una alta empleada consular creyó evitar así una alteración de las
leyes de su país; lo hizo ensayando las peores formas de la humillación en el trato, que nos
recuerda todo lo que no queremos para un país, para ningún país”.
“Señora consulesa, usted ha protegido a su país de una
peligrosísima cantante argentina, un poco ingenua, que en un par de noches iba a dialogar y a
cantar en un santuario laico de pasiones musicales compartidas, con músicos norteamericanos y
argentinos estimables que, afortunadamente, cuando vienen a la Argentina no sufren las mismas
humillaciones que usted ejerció desde atrás de un vidrio duro”.